El PRI: veinte años después de Colosio.

Medio Ambiente

Dos décadas han transcurrido desde que, el 23 de marzo de 1994, Luis Donaldo Colosio fue asesinado en Tijuana durante uno de sus actos de campaña como candidato del PRI a la Presidencia de la República. La dirigencia del Revolucionario Institucional llevó a cabo diversos actos en conmemoración del evento, siempre evocando al sonorense como una figura que marcó un parteaguas tanto en la política nacional, como en la vida interna del partido. Más allá de entrar en una discusión acerca de la persona de quien también fuera uno de los políticos más influyentes de su época, la coyuntura es oportuna con el propósito de hacer una reflexión respecto a cómo ha cambiado el PRI desde entonces.

César Camacho, en el marco de uno de los discursos emitidos en ocasión del aniversario luctuoso de Colosio –por cierto, uno de sus antecesores en el cargo de presidente nacional del PRI—, quiso apelar al legado de aquel político como la génesis de un cambio radical en las formas y las maneras del “nuevo PRI”. No obstante, el regreso del PRI a Los Pinos no se dio por un reconocimiento popular del carácter demócrata y autocrítico del tricolor sino, en el mejor de los casos, por la imagen de un grupo político experimentado en el manejo de la gobernabilidad del país –con un ingrediente de desmemoria—, y dado el hartazgo contra el panismo, sus diversos yerros como autoridad, así como su incapacidad de comunicar con eficacia sus avances. Ya instalados en el poder, los priistas le apuestan a la construcción de un renovado mito fundacional donde Colosio es parte central, como un vehículo de purificación.

Es evidente que el PRI se ha esforzado por presentar una cara distinta que lo desvincule de los vicios de la “dictadura perfecta”, con Colosio como el primer eslabón en esta cadena de acontecimientos que los han llevado a ser un partido “modernizador” y “reformador”. El PRI parece querer interiorizar la idea de que, de haber llegado Colosio a Los Pinos, el partido habría modificado de manera radical sus usos y costumbres para así transformarse en adalid de la democracia. Al ser dicho contrafactual, por definición imposible de corroborar, será mejor hacer partir el análisis de la realidad. Para fortuna del PRI, las reglas del entorno político no sufrieron transformaciones del todo radicales en el interregno panista, sobre todo por la impericia y, en una de esas, falta de voluntad de los gobiernos de Acción Nacional. Con el paso del tiempo, ese estado de cosas fue dejando al PAN cada vez más incómodo en el gobierno y al PRI cada vez más cerca de su anhelado “retorno a casa”. Así las cosas, si el priismo ha cambiado en algo, no fue tanto por un continuum prodigioso, sino por la amarga circunstancia de haber abandonado el poder, su ámbito natural dentro del sistema político que ellos mismos crearon, nutrieron y, en su momento, terminaron agotando.

Si se sigue con el argumento de que las formas del sistema político no han cambiado, sino que se han “democratizado”, es decir, ya todos los partidos políticos han ejercido (probado) el poder (y sus mieles y hieles), probablemente la pregunta debiera ser otra: ¿ha tenido el PRI necesidad de cambiar? A fin de concretar una respuesta, es indispensable tomar en cuenta un factor fundamental que está íntimamente vinculado con lo político: el entorno social. Sin duda, la sociedad ha ido adquiriendo un papel más activo en la toma de decisiones en el país, aunque todavía está en ciernes. De esta manera, el PRI ha encontrado –aunque dista de hacer reconocido o aceptado que existe- un medio ambiente distinto al que existía hace tres lustros cuando estaba a punto de dejar la silla presidencial. Eso es innegable. A pesar de ello, la experiencia de sus primeros meses de esta nueva etapa en el poder han dado cuenta de tendencias como la intención de restablecer un control centralizado de distintos actores –gobernadores, legisladores, partidos de oposición, intereses empresariales— por medio de la administración de recursos, la discreción en el control de los focos rojos de gobernabilidad, y la discrecionalidad en la procuración de justicia (como en el paradigmático caso de Elba Esther Gordillo), entre otras. Entonces, sí hay un entorno social distinto, pero se conservan prácticas similares a las del pasado, el “cambio” del PRI más bien es la restauración de una de las características que lo mantuvieron en la Presidencia de la República por más de siete décadas: su capacidad de adaptación. Colosio acaba siendo no más que un vehículo conveniente de legitimación, como siempre ocurre en la historia.

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