Más allá de los debates, más allá de las encuestas, más allá de las opiniones y de las acusaciones, incluso más allá del voto electoral, se encuentra el factor que podríamos llamar el voto capital.
Los riesgos de un giro radical en la estabilidad económica a partir de la entrada en vigor de la nueva administración podrían detonar un deterioro en la confianza del mundo de inversiones, aumentado el riesgo país y, anta la falta de reformas pro-crecimiento, parar un flujo importante de capitales de inversión. Este es uno de tantos dramas que se viven en el mundo de las especulaciones sobre el futuro inmediato de la economía, ante el riesgo de una desviación significativa en la estabilidad alcanzada.
Es un drama, sin embargo, con ciertas marcadas exageraciones. Pero el comentario deja entrever una diferencia crucial entre la política económica de un proyecto de reparto, versus la política económica de un proyecto de creación de riqueza. Esta forma de ver los contrastes políticos en épocas de campaña, tanto aquí como en todo el mundo, lo debemos a Jerry Jordan, antes miembro de la Reserva Federal, y uno de los observadores con mayor conocimiento del mercado financiero moderno en el mundo.
Los programas de reparto tienden a servir los intereses políticos de la población de electores directos, mientras que los proyectos de creación de riqueza son función de votos que se buscan en el mundo global de las inversiones. El voto capital implica un plebiscito permanente sobre la política económica de los países. Los avances en las tecnologías de la información y de comunicación han cambiado dramáticamente el funcionamiento de todos los mercados de capital—de deuda, de moneda, de crédito, de inversión. Un juicio adverso por parte de los jugadores de estos mercados puede cambiar, de un momento al otro, tanto el acceso como el precio del capital de trabajo, del capital de inversión.
El voto capital se da cada Segundo de cada hora de cada día de cada año. No es un asunto sexenal, o de coyuntura. Los programas de política económica de los países, sobre todo aquellos del mundo emergente, enfrentan una competencia feroz de otras estructuras institucionales y proyectos de reforma. Los votantes electorales responden bien a políticas de reparto de riqueza, mientras que votantes capitales responden a políticas de creación de riqueza. Los dos grupos no se contradicen, necesariamente, pero es inusual encontrar una plataforma que acomode los dos intereses. Lula da Silva es uno de los mejores ejemplos de un político que entendió la necesidad de una retórica de reparto para atender los deseos del voto electoral, misma que modificó a un programa de creación de riqueza una vez que aseguró su triunfo electoral, y una vez que se vio necesitado, después de las elecciones, de satisfacer las demandas del voto capital.
Hoy, todos los candidatos presidenciales renuncian homologar los impuestos al consumo en alimentos y medicinas—aun cuando esta medida puede respaldarse con una compensación social probada y eficaz, aun cuando es, por mucho, un cambio positivo en la necesidad de fomentar la creación de riqueza. Es uno de tantos ejemplos de cómo, por el momento, el voto electoral tiene prioridad sobre el voto capital.
Más allá de estas diferencias, está el punto esencial de Jordan: un país que siga una política económica irresponsable, con financiamiento inflacionario, o con expansionismo fiscal, no podrá atraer los capitales de inversión requerida para fomentar mayor desarrollo, y con ello un mayor nivel de vida. El voto capital también castiga, con mayor rapidez, y a veces con consecuencias más pronunciadas, que el voto electoral. Es un voto, dice Jordan, que ningún político moderno puede ignorar.
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