No hay peor lucha que la que no se hace, reza el dicho popular, y muchos políticos mexicanos lo han convertido en acto de fe. A partir de ahora comienza la carrera por la presidencia de la república, que arranca con los procesos de nominación interna de cada uno de los partidos. Aspirantes hay muchos, cada uno con sus activos y pasivos. Pero hay dos grandes incógnitas que hacen valioso el proceso e incierto el resultado, ambos componentes esenciales de la democracia.
La esencia del llamado ?juego democrático? (aunque a veces parezca batalla) reside en que existe incertidumbre sobre el resultado, es decir, no es obvio quién resultará ganador de una contienda electoral. Aunque hay muchas diferencias con el sistema político priísta, lo que distingue el pasado del presente es justamente eso, nadie está seguro de quién ganará el primer domingo de julio de 2006. Ese hecho contrasta con el viejo sistema político. En aquella era, la elección importante no ocurría en las urnas, sino en el momento en que el presidente nominaba, a través del dedazo, a su sucesor. Haber trascendido esos tiempos y esas formas constituye una muestra fehaciente de la transformación fundamental en la realidad política mexicana, misma que se puede resumir en una frase: el presidente ya no puede decidir su sucesión y, por lo tanto, muchas otras cosas más.
La complejidad política del momento ?las luchas en el congreso, la falta de reformas estructurales, los pleitos entre los poderes- ha mostrado una cara poco amable y, con frecuencia, poco encomiable de la democracia. Se trata, a final de cuentas, de un proceso lento donde es más importante desaprender (los viejos modos y las viejas costumbres) que aprender. Y quienes deben hacerlo son los actores clave de este drama que no son sólo los precandidatos, sino toda la red de actores que participa, de manera directa o indirecta, en el proceso. Así, el espacio clave de la política incluye a los políticos y sus partidos, a los medios y a la burocracia, a los sindicatos que influyen en política y a los organismos públicos y privados con presencia permanente y sistemática en la política nacional. El ajuste a la democracia es un imperativo para todo el sistema político y eso requiere aprender nuevas formas, reconocer cuáles de éstas son hijas del viejo autoritarismo y, por lo tanto, inaceptables en la nueva realidad.
Aunque es bien sabido el viejo dicho atribuido a Kruschev, a la sazón secretario general del partido comunista de la URSS, quien decía que no le gustaba la democracia porque no sabía de antemano cuál sería el resultado de una elección, no toda la incertidumbre que vive el país en la actualidad es tan saludable. Más allá de las elecciones mismas, existen dos fuentes de incertidumbre, una positiva y otra negativa, que son clave para seguir el proceso que, de manera formal, se iniciará en estos meses. La primera, la positiva, tiene que ver con la forma y circunstancias en que concluirá su mandato la actual administración. La segunda, la negativa, se refiere a la potencial propensión de algunos candidatos a asumir, en caso de resultar victoriosos, formas duras de gobierno, ignorando o desconociendo la incipiente institucionalización que caracteriza al sistema político actual.
Los expertos electorales estadounidenses atribuyen la victoria electoral de Ronald Reagan sobre Jimmy Carter en 1982 a una pregunta que el primero lanzó en un debate televisado. Reagan articuló en un solo planteamiento todos los elementos que requerían los votantes indecisos para definirse. La pregunta fue tan simple como ?¿está usted mejor ahora de lo que estaba hace cuatro años?? Una mayoría de los votantes indecisos decidió que la respuesta a esa pregunta era no, lo que inclinó la balanza a favor de Reagan. En términos generales, las encuestas en el país no han hecho un planteamiento de esa naturaleza, por lo que es imposible determinar cómo piensa la población, máxime si todavía no hay candidatos formales a la presidencia. Pero quizá lo importante, y una fuente esencial de incertidumbre, es que no es obvio cómo irán a pensar los votantes mexicanos en 2006 o, puesto en otros términos, cómo responderían a una interrogante similar a la que llevó a Reagan a la victoria.
Lo que las encuestas sí dicen es que el presidente Fox es popular, pero como persona más que como gobernante. Sin embargo, lo que cuenta para una elección no es lo que la gente piense con dos años de antelación, sino al momento de votar. Si uno observa la evolución de la economía, es potencialmente significativo el hecho de que, aunque todavía modesto, ya nos encontramos en el segundo año de crecimiento económico. Más importante aún es el número de empresas que comienza, súbitamente, a transformarse y a mostrar resultados no sólo favorables sino, en muchos casos, espectaculares. De seguir esta tendencia, el entorno político nacional podría cambiar radicalmente de aquí a julio de 2006.
Lo anterior no es despreciable. Aunque las empresas han sufrido el embate de casi veinte años de competencia de las importaciones (a partir de que éstas comenzaron a liberalizarse en 1985) y muchas de ellas simplemente no pudieron sobrevivir, hay creciente evidencia de que la mezcla de aprendizaje, cambio generacional y tecnología está transformando a vastos grupos de empresas, regiones y sectores económicos. Aunque hay mucho grito sobre la situación que impera en el campo, es ahí quizá donde mayor y más trascendente ha sido la transformación. La actividad agropecuaria no sólo se ha revolucionado, sino que ha comenzado a despegar de una manera patente y notoria. Por supuesto que unas cuantas palomas no hacen verano, pero los indicios de una transformación económica seria bien podría estar comenzando a ser visibles.
Lo anterior no pretende sugerir que el gobierno actual sea responsable de estos éxitos o, incluso, que puedan ser capitalizados electoralmente por el gobierno o su partido. Pero, de confirmarse la tendencia, nadie puede albergar la menor duda de que cambiaría radicalmente el entorno en el cual se estaría dando la contienda electoral. En política electoral, cuentan más las percepciones del momento que la historia que yace detrás. En ese sentido, los factores que forjen esas percepciones serán mucho más importantes en los próximos dos años que todo el conjunto de debates y disputas que se reflejan cotidianamente en los medios. Y no cabe la menor duda de que la economía real es mucho más importante como factor forjador de percepciones que lo que los diputados, el ejecutivo o la Corte hagan con el presupuesto (por mencionar solo un ejemplo).
Más allá del mundito de los políticos, una recuperación de la economía, así sea gradual e incipiente, se convertiría en un hecho político indisputable y sus consecuencias serían amplias y poderosas. En primer lugar, se confirmaría que la estabilidad macroeconómica que se ha logrado y mantenido desde 1995 es una condición sine qua non para el crecimiento económico. No sólo eso: se haría evidente que no basta la estabilidad de las finanzas públicas, sino que se requieren años de consistencia en ese frente para convencer a los actores políticos de que la economía no es un juego de pelota que se puede patear al gusto del portero en turno. Si sólo se aprendiera esa lección, el país habría dado un paso hacia el desarrollo, entendiendo este término en un plano superior, más trascendente al meramente económico.
En segundo lugar, una recuperación económica desde la base, es decir, desde los agricultores y empresarios medianos y pequeños tendría el efecto de alterar toda la mitología que se ha construido a lo largo de los últimos lustros en torno a la liberalización comercial, al impacto del TLC sobre la economía popular y, en general, el famoso ?modelo? económico. Aunque lenta, una recuperación así demostraría las virtudes no sólo del viraje en la política económica de los ochenta y noventa, sino también el potencial de desarrollo que tiene el país. Demostraría que el empresario mexicano, desde el más pequeño, es tan competente y capaz para producir y competir como los chinos o franceses. Al mismo tiempo, también evidenciaría la incompetencia de un gobierno tras otro para acelerar el proceso de ajuste y el enorme fracaso de la política gubernamental de los últimos lustros para crear condiciones propicias para la transformación de la economía mexicana. De consumarse la recuperación aquí apuntada, este hecho debería ser suficiente para moderar cualquier expectativa de que el gobierno puede transformar al país y se desacreditarían las soluciones radicales, en lo político y en lo económico, que son tema atractivo para las mesas de café, pero peligroso para el desarrollo del país.
En política la historia no se escribe sino hasta que se escribe y los próximos dos años serán sin duda largos y conflictivos. Por mucho que mejoren las cosas, el premio de la presidencia es tan apetecible que ese solo hecho garantiza el incentivo al conflicto permanente. Lo que vivimos con el presupuesto hace unas cuantas semanas es un mero tiro de salva en un largo proceso de disputa, enfrentamiento y, sin duda, alienación de la población. Pero así es esto de la política electoral en la que los ciudadanos son meros espectadores.
El riesgo real, la fuente de incertidumbre negativa, es la posibilidad que el enorme desajuste (desbarajuste, mejor dicho) que vive el país, tanto en lo económico como en lo político, se convierta en explicación y justificación para un revire autoritario después de 2006. No pasa día alguno sin que se escuche la palabra desorden (o falta de orden) en boca de algún político de oposición. Es evidente que la situación actual no es compatible con un progreso acelerado de largo plazo, que es lo que demanda la ciudadanía y lo que exige un entorno internacional competitivo y complejo. Pero la solución no consiste en restaurar el viejo orden, tan inoperante como autoritario, sino en modernizar las estructuras políticas del país.
Sea como fuere, la carrera ya comenzó. Siguiendo sus propias reglas, para el final de este año cada partido habrá nominado a su candidato y estarán preparando la campaña presidencial. Confiemos en que esa sea la única fuente de incertidumbre que persista para entonces.
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