The CNTE and the Citizens

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El país sigue polarizado, no sólo en las posiciones y preferencias, sino también en el concepto de cómo los mexicanos se encuentran como sociedad. Para que bloqueaban una carretera algunos mexicanos es algo natural y aceptable: todo vale en el amor y la guerra. Para otros, el bloqueo de un medio de comunicación constituye una violación constitucional. En el primer caso el uso de la fuerza es equivalente a la represión, por tanto, reprobable y nunca debería tener lugar; para otros, la fuerza es un instrumento central del estado de derecho. Esto se trata de puntos de vista no sólo con propósitos cruzados, sino también sobre los estilos de vida radicalmente diferentes: para algunos “cuanto peor, mejor”, para otros “esto es sólo el largo”. En último análisis, los problemas profundamente arraigados que enfrenta la sociedad mexicana no se enfrentan: la división que entorpece el país y que dificulta que la construcción de una plataforma de desarrollo en el que todos en cola de milano. Nada de esto es nuevo, pero lo más terrible de todo es que durante cincuenta años los mexicanos han sido, al menos desde 1968, enredados en este laberinto y no hay nada que sugiera que hemos avanzado ni un ápice.

Es fácil asignar la culpa, insultos o epítetos en todas las direcciones, como ha ocurrido con los bloqueos de carreteras organizados por la Coordinación Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) fanáticos, pero eso no nos va a llegar muy lejos. En la medida en que estos grupos viven dentro de un entorno o una razón de potencia distinta de la de aquellos que aceptan las reglas formales del juego (sean éstos mal, queriendo o insuficiente), las reglas no son aplicables. Desde esta perspectiva, es inútil para condenar a un comportamiento cuando el objetivo mismo de un individuo que se comporta de una manera determinada es hacer que la oposición o reprobación del marco normativo sintieron que “otros” consideran válidos. La contradicción es lo que yace en el corazón del nivel de conflicto que vive el país (sin incluir el crimen organizado, harina de otro costal) y debido a que, por décadas, ha habido ni siquiera un intento de respuesta.

Peor aún, la existencia de puntos de vista, posiciones y estrategias con objetivos opuestos ha fomentado el desarrollo de toda una industria de manipulación política -creada y fomentada desde el gobierno y luego encontrado uncontrollable-, mucha de la cual está inspirada menos por grandes principios filosóficos o ideales que por el pragmatismo más mundano, conocido en el diccionario como el chantaje y la extorsión. Así es como la Ciudad de México se convirtió en el oasis de manifestaciones o cómo, en lugar de buscar soluciones al núcleo problemático, algunos sindicatos han depredadas, algunas candidaturas presidenciales se han puesto en marcha únicamente sobre la base de resentimiento, o cómo algunos políticos se han refugiado detrás de cada vez más alto muros: la residencia presidencial oficial de los Pinos es un buen ejemplo de esto.

La industria del chantaje hoy incluye a todos: desde el gobernador que parece demostrar solo delante del Palacio Nacional a los que comandar conflicto en el rincón más remoto y grieta del país a la avenida Insurgentes, no es resolver los problemas de los indígenas, sino más bien para empujar a lo largo de su propia causa personal. Entre una cosa y otra disidentes son secretadas, negociadores y chantajistas. Pero el punto subyacente no es la industria del chantaje, pero el hecho de que en efecto hay una escisión esencial en el centro del país y el Estado de México.

En la vieja era del PRI el país se sometió a movilizaciones diarias de esta naturaleza, pero el sistema disfrutó de la capacidad, y en general la disposición, para actuar y para evitar llegar a situaciones extremas. A pesar de que era raro que un problema a resolver, al menos era igual de raro que los conflictos lleguen a excesos incontrolables. El deterioro gradual de la autoridad gubernamental, la falta de voluntad para emplear la fuerza y ​​el extravío de la brújula terminó convirtiendo el propio gobierno en la presa de chantajistas. El trastorno generalizado que siguió fue el producto de la apatía: las viejas reglas autoritarias ya no se aplicaron debido al temor a las consecuencias en los medios de comunicación y un concepto novedoso política para atacar el corazón del problema no se ha desarrollado. Los dos gobiernos panista cambian ni la lógica ni la tendencia. Por lo tanto su deuda a la sociedad es tan grande: en contra de su acumulación histórica, abandonaron la ciudadanía y ejercieron ningún esfuerzo que no sea continua para allanar el camino de la perdición.

A la vista de esta realidad, el nuevo gobierno ha respondido de dos maneras: se ha reorganizado las estructuras del poder real con el fin de recuperar la autoridad fuera de lugar y, como ocurrió en la carretera Acapulco, ha tomado medidas para someter a los alborotadores a las normas mínimas de civilidad. Esto se refiere a las dos caras de la misma moneda: Ser la autoridad y de hacer ejercicio antes de cualquier persona que lo desafía. El resultado inmediato ha sido por otra parte encomiable. El gobierno logra atenuando la materia inmediata: sin embargo, como puede verse a diario, que no constituye una solución al tema de fondo.

Chantaje sólo termina cuando se elimina la fuente de la extorsión o cuando se resuelve su / sus motivos. En los años juveniles del sistema antiguo que el primero se llevó a cabo, pero más tarde se hizo otra cosa: los chantajistas no fueron eliminadas, ni eran las causas del problema atacado, lo que dio lugar a la proliferación de chantajistas. El ejercicio de la autoridad ataca a la línea del frente, pero nada más. La cuestión es lo que realmente se puede hacer.

La siguiente cita capta la esencia del problema y, porque no tiene nada que ver con México, me parece que le permite a uno tener una perspectiva menos cáustica y más desapasionado de la naturaleza de nuestro desafío: “La tragedia de Al Assad regla de la familia es Siria no es que se produce la tiranía “, dice Robert Kaplan. “Que la tiranía, recuerda, producida la paz interna sostenida después de 21 cambios de gobierno en los 24 años anteriores, el mayor golpe el de Assad … La tragedia es que los al Assad no hicieron nada útil con la paz interna que habían establecido. Ellos no emplean el orden en que se habían creado para construir una sociedad civil, uno que hubiera evitado la guerra actual. Nunca se convirtieron sus súbditos en ciudadanos: Los ciudadanos elevarse por encima de sectarismos, mientras que los sujetos tienen que sectarismo a caer de nuevo “.

Los acontecimientos recientes en el estado de Guerrero muestran lo peor de lo viejo sistema político, junto con los riesgos de alianzas peligrosas con el crimen organizado. Sin embargo, la solución reside en un realineamiento político con la voluntad de emplear la fuerza para que se pegue. La carretera control de carretera Acapulco y la acción por el grupo que es responsable y sus líderes no son más que respuestas sectarias a un sistema con el que no se identifican. No ven que el sistema les beneficia o que puedan avanzar en sus intereses legítimos por vía de negociación, porque no son, ni se sienten a sí mismos, los ciudadanos. Ellos sienten que están sujetos y, como tal, que desafían al gobierno. El mecanismo de chantaje funcionó muy bien durante décadas. Pero hoy en día el gobierno se equivoca si piensa que va a disuadir a ellos con un par de espectáculos de autoridad. Lo que se necesita es un cambio en la concepción básica de lo que son el gobierno y la ciudadanía. No será fácil, pero es la única forma de romper el punto muerto.

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Luis Rubio

Luis Rubio

He is a contributing editor of Reforma and his analyses and opinions often appear in major newspapers and journals in Mexico, the US and Europe (New York Times, Wall Street Journal, Financial Times, International Herald Tribune, Los Angeles Times, Washington Post, National Public Radio).

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