¿Exentos de violencia política?

Migración

Necesitamos desechar intransigencia y negligencia. Abandonar el idílico “no pasa nada” y entender las causas de problemas de fondo

Existe preocupación en varios sectores de la sociedad por el tema de la violencia. No por la violencia de la delincuencia, de las mafias del narcotráfico y de otras organizaciones delictivas porque, con ésa, lamentablemente, ya nos acostumbramos a vivir. No, nos referimos a la violencia política y social, la que surge como resultado de movimientos de reivindicación o como producto de la confrontación entre líderes políticos, partidos y grupos sociales. ¿Puede haber violencia política en México? ¿Se pueden presentar episodios de confrontación social? ¿Hasta dónde puede escalar un conflicto político?

Lo primero que hay que reconocer, con responsabilidad, es que ningún Estado está exento de la violencia política. La violencia es un tema humano y por lo tanto político. Basta recordar los textos de autores que han abordado el tema de la violencia como parte de la política, por ejemplo, George Sorel, Hannah Arendt, Karl Clausewitz, Engels, Lenin, Frantz Fanon, Peter Calvert, Eric Hobsbawm, Isaiah Berlin, Konrad Lorenz, Carlos Marighella, José Ortega y Gasset y Santiago Genovés, entre muchos otros.

En la organización social, bajo la estructura política, siempre está latente la violencia.

A muchos no les gusta advertir o reconocer esta parte de la condición humana. La niegan, cuando la violencia es un fenómeno que, aunque podemos moderar, controlar, canalizar, civilizar o postergar, siempre forma parte de las posibilidades de comportamiento de los seres humanos, si no se hace política o si se actúa con torpeza.

Es verdad que existen condiciones límite. Hay ambientes más propicios para la emergencia de hechos de violencia política: desintegración social, debilidad institucional, crisis económica, falta de democracia, grandes agravios, injusticia o fanatismos.

México no se encuentra, todavía, en ninguna de estas condiciones límite, pero no está exento de generarlas. Nuestro país enfrenta problemas reales, muy profundos, que no se han resuelto y simplemente se han postergado mediante paliativos informales, que no podemos saber cuánto tiempo resistirán. Baste apuntar, como ejemplo, la migración y las remesas, que han permitido aplazar mucho de la conflictividad social, ante la falta de oportunidades.

Debemos reconocer que: 1) sí existe una profunda desigualdad social, que es caldo de cultivo legítimo para un movimiento social; 2) sí hay un clima de polarización y confrontación como resultado de un mal manejo de la sucesión presidencial y, 3), sí hay un líder político, cuestionando la democracia, al frente de un movimiento social, con recursos y con alta capacidad de maniobra. Tres condiciones que, por sí solas, crean un entorno preocupante, que pone en riesgo la estabilidad y la gobernabilidad de cualquier cuerpo social.

López Obrador dijo el 7 de agosto: “Vamos a mantener nuestro movimiento, va a mantenerse la resistencia civil pacífica el tiempo que sea necesario y ya no sólo va a ser el reclamo por el recuento de los votos, vamos a iniciar el movimiento para transformar las instituciones de nuestro país.” Debemos tomar en serio estas palabras. Sería ingenuo ignorarlas.

Debemos preguntarnos: ¿cuál es la naturaleza del movimiento de López Obrador?, ¿hasta dónde puede y quiere llegar?, ¿en qué momento la resistencia civil pacífica transitará a formas más fuertes de confrontación o violencia?, ¿tiene salidas?, ¿se está actuando correctamente?

El clásico texto de Hannah Arendt, Sobre la violencia, termina diciendo: “…pero sí sabemos, o debemos saber, que cada disminución del poder constituye una invitación abierta a la violencia.” Ella misma nos recuerda un dicho ruso de tiempos de Catalina la Grande: “Lo que deja de crecer, se empieza a pudrir, se asesinó a los reyes, nos dicen, no por tiranos, sino por débiles. El pueblo construye patíbulos, no como un castigo moral al déspota, sino como pena biológica a la debilidad.”

No nos equivoquemos. La debilidad de nuestra democracia no está sólo en el conflicto poselectoral. Es resultado de un entorno general de ingobernabilidad e ineficacia, que se ha construido a pulso y que va, de la falta de reformas en el Congreso a los innumerables escándalos de corrupción, de Atenco a Ocosingo, de la plaza de Oaxaca a las playas de Acapulco, de la frontera de Nuevo Laredo a los maras en Chiapas, de una siderúrgica en Michoacán a una mina en Coahuila, de la cárcel de Puente Grande a la de Almoloya, de las muertas de Juárez a los secuestros en Morelos, de los enclaves autoritarios al plantón de Paseo de la Reforma.

Hoy tenemos una democracia debilitada y por lo tanto vulnerable.

Todos los demócratas deben entender que nuestro país no está exento de la violencia y que, si se mantiene la polarización, es muy fácil predecir el desenlace. Urge detener esta confrontación. Es tiempo de hacer mucha política. Necesitamos desechar intransigencia y negligencia. Abandonar el idílico “no pasa nada” y entender las causas de problemas de fondo, que necesitan soluciones de verdad.

e-mail: sabinobastidas@hotmail.com

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