¿Existe un modelo económico alternativo?

Educación

Si un marciano llegara a México, se encontraría con tres afirmaciones absolutas y contradictorias entre sí sobre lo que ocurre en nuestra economía. Y no es para menos: las campañas electorales parecen provocarle a los políticos el empleo de los recursos mas primitivos con que cuentan. Por una parte se encuentra la contundencia gubernamental al declarar que la economía va viento en popa y que, en todo caso, no hay alternativa al modelo económico actual. Por otra parte, también se encuentra el interminable flujo de afirmaciones, igual de contundentes, por parte de los partidos de oposición en las que se culpa de todo a la política económica, pero fuera de decir que es inhumana y evidenciar lo obvio -que no todos los mexicanos se están beneficiando de ella- éstas no tienen nada que aportar a una mejoría de la economía. Finalmente se encuentra el alter ego del gobierno en la figura de Roque Villanueva. Para la cabeza del PRI, en abierta contradicción con el presidente que llegó al poder a través de su partido y del que ahora ya ningún priísta duda de sus lealtades, todo en la economía está mal, pero eso no es grave, dice él, pues es culpa del expresidente Salinas que, a final de cuentas, era del PAN.

Para quienes esto importa, para los mexicanos comunes y corrientes, la economía no va viento en popa ni tampoco cuentan con los medios humanos y materiales para beneficiarse de las oportunidades que efectivamente sí está creando la política económica gubernamental. Esta contradicción es una que parece imperceptible para los políticos en campaña, cuyo único interés es descontar a su oposición respectiva, en lugar de encontrar una solución efectiva a los problemas que -nadie puede ignorar- afectan a la abrumadora mayoría de los mexicanos en su vida cotidiana.

Cualquiera que observe la realidad internacional y que evalúe objetivamente los dilemas que enfrenta una sociedad tras otra -desde Tony Blair en Inglaterra hasta Eduardo Frey en Chile y Fernando H. Cardoso en Brasil, pasando por Boris Yeltsin en Rusia y Jiang Zemin en China- no podrá más que reconocer que, por convicción o resignación, todos los países del mundo -con la triste y notable ausencia de Corea del Norte, que prefiere la hambruna al desarrollo- se han ido ajustando a la realidad de una economía internacional que lo domina todo e, incrementalmente, lo impone todo. En este sentido, es obvio que no hay alternativa al marco general de política económica que promueve el gobierno, pues cualquier otro nos alejaría todavía más de la posibilidad de lograr que, algún día, la economía mexicana alcance índices de crecimiento suficientes para beneficiar a todos los mexicanos. Pero lo anterior no implica que la política económica esté siendo tan exitosa como el gobierno afirma, o que no exista una enorme diversidad de políticas complementarias que podrían acelerar el éxito de la misma en lograr lo único que cuenta: elevar el nivel y calidad de vida de toda la población.

Parte del abismo que separa a las tajantes afirmaciones de nuestros diversos próceres políticos reside en algo que ninguno realmente enfatiza: el objetivo de cualquier política económica no consiste en lograr índices más bajos en ciertos indicadores de esto o porcentajes más elevados en aquello otro. En todo caso, los números que resumen la situación de la economía no son más que indicadores estadísticos que reflejan promedios de enormes agregados. Lo que el gobierno haga en materia de políticas públicas y del manejo macroeconómico general no es más que un conjunto de medios para lograr objetivos trascendentes para la vida de la población. En última instancia, lo que cuenta no es si exportamos más o menos o si la tasa de crecimiento es más alta o más baja, sino cómo viven las familias mexicanas. Es razonable suponer que si se exporta más y si la economía crece más, habrá mejores oportunidades para los mexicanos. Sin embargo, el hecho es que ambos indicadores difícilmente podrían ser más exitosos y, sin embargo, la abrumadora mayoría de los mexicanos sigue empeorando en su realidad objetiva, medida en términos de empleo, igualdad de acceso a las oportunidades, ingreso disponible y capacidad de compra.

Midiendo el éxito de la política económica con este rasero, las afirmaciones gubernamentales son, en el más generoso de los casos, extraordinarias exageraciones. La mejoría que se observa en los indicadores macroeconómicos es real, aunque es cada vez más extendida la percepción popular de que se trata de un mero engaño por parte del gobierno. Lo que pasa es que la mejoría de la economía se observa casi exclusivamente en las empresas y regiones que exportan cada vez más (esto se observa más en el norte, en occidente y en la península de Yucatán y menos en el centro geográfico del país y en el sur). Al recorrer el país lo que es evidente es que la economía no progresa en forma uniforme. También es igualmente cierto que, entre las empresas que prosperan con rapidez, el dinamismo es imponente. Esto es cierto en empresas chicas y grandes, mexicanas y extranjeras. La mejoría económica es una realidad, pero los beneficiarios no son muchos.

Lo que nadie puede negar es que la incapacidad del gobierno para convencer a la población de las virtudes de la política económica, aunada al enorme éxito de los partidos de oposición por restarle credibilidad, han hecho extraordinariamente impopular a la política gubernamental en materia económica. El que la situación mejore en el largo plazo es algo irrelevante para una familia que tiene cada vez menos empleos seguros y un ingreso disponible siempre decreciente. En este contexto, no sólo es paradójico que el gobierno y el PRI, ahora en su nueva etapa de identificación plena, tomen posturas tan contradictorias respecto a la política económica sino, sobre todo, que no es fácil explicar cómo es que el gobierno espera que la población vote por su partido cuando se le está advirtiendo que no modificará la política a la que una enorme proporción de los mexicanos culpa de todos los males.

La verdad es que ni el PAN ni el PRD, ni los priístas disidentes, tienen una alternativa a la política económica actual, pero todos reflejan una realidad que sólo el gobierno se empeña en negar. La realidad es que la mayoría de los mexicanos, en sus circunstancias actuales, no tiene ni la menor posibilidad de incorporarse a la economía moderna, que es la única que en el futuro va a crear los empleos y los ingresos que le permitan salir del hoyo negro. Esta ceguera gubernamental impide avanzar el tipo de iniciativas complementarias a la política macroeconómica que podrían favorecer una salida exitosa para un cada vez mayor número de personas y familias. La educación sigue siendo de ínfima calidad. Es increíble que se den tantos casos de éxito empresarial dado el patético estado de la infraestructura del país. La creación de una industria de proveedores de que tanto se ha hablado sigue siendo un sueño. La burocracia sigue siendo tan intransigente y corta de visión, que favorece que sea más fácil importar partes y componentes antes que encontrar un proveedor nacional capaz de lograr los precios y calidad requeridos.

La esencia del problema no radica en que falte una u otra política específica, sino que el propósito de la política económica parece limitarse a arrojar estadísticas de las cuales un burócrata pueda sentirse orgulloso, pero que no significan nada para quien debiera ser el objetivo y beneficiario último de la política económica: el mexicano de carne y hueso. El gobierno tiene suerte de tener una oposición tan pobre, pues si la tuviera fuerte y propositiva ya no estaría a cargo.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.