Aunque algunos políticos y prominentes empresarios creen que han encontrado la piedra filosofal, la verdad es que el país adopta una postura cada vez más incierta, defensiva y carente de estrategia. Los 50 puntos con los que Andrés Manuel López Obrador inició su campaña, revelan una visión de México y el mundo anclada en el pasado, una que ignora que nuestro país, como el resto, vive en el contexto de una vorágine productiva, financiera y migratoria provocada por el virtual achicamiento del planeta. De la misma manera, el ?acuerdo nacional? que promueve un grupo de empresarios prominentes privilegia una visión corporativista del mundo que, para ser francos, ya no encuentra referente en la realidad y constituye un retroceso para el desarrollo del país. En lugar de ver hacia adelante, algunos de los mexicanos más prominentes e influyentes se desviven por proponer un retorno a lo que ya no puede ser y que, es importante reiterarlo, nunca fue tan bueno como a algunos les parece en retrospectiva.
El proyecto esbozado por AMLO contiene tres grandes líneas de acción: primera, la inversión pública, que es concebida como la varita mágica que resolverá los problemas económicos del país. En este rubro se proponen inversiones en aeropuertos, caminos, proyectos energéticos, un tren bala y puertos comerciales en Coatzacoalcos y Salina Cruz. En segundo lugar propone utilizar el gasto público para subsidiar a productores, cobijar a los más necesitados y desprotegidos, becar a los discapacitados y otorgar crédito al autoempleo. Y tercero, ofrece proteger a la planta productiva reduciendo la competencia, resguardando a los productores de maíz y frijol de manera particular. La serie de pronunciamientos que integran el texto conforman una visión que intenta responder a los miedos y preocupaciones de una población que no ha contado con liderazgo competente y capaz de adoptar un camino claro hacia el desarrollo del país en esta época de convulsión económica internacional. Pero se trata de una visión provinciana, limitada a un espacio geográfico y humano que quizá era real hace algunas décadas, pero que hoy no tiene viabilidad alguna. El proyecto es notable más por lo que deja a un lado que por lo que incluye: en tanto procura satisfacer a una población ansiosa, se olvida del mundo exterior, de la necesidad de contar con un marco de leyes que vaya más allá de los deseos de los políticos para atraer inversión. Por encima de todo, se olvida del consumidor. Lo que importa en el proyecto son los productores y los afectados por los cambios económicos. El consumidor y el ciudadano no existen.
El proyecto que promueven algunos empresarios empata casi de principio a fin con la visión provinciana de AMLO. Como sería de esperarse y tratándose de empresarios exitosos, el enfoque de sus planteamientos es más preciso, pragmático y concreto que el de un político en campaña. Hay una preocupación sistemática por la eficiencia y la productividad, por la viabilidad empresarial y financiera. Rechaza proyectos faraónicos en aras de soluciones modestas que requieren pocos recursos pero generan grandes dividendos. El énfasis es sobre la economía doméstica, la infraestructura y un papel activo para la inversión privada en el financiamiento de proyectos para los cuales el gobierno está fiscalmente imposibilitado. Se propone crear mejores condiciones para la creación de empresas, la eliminación de la informalidad, el fortalecimiento del poder judicial y la modernización de la administración pública. Al igual que el proyecto de AMLO, lo notable es lo que no contempla: México es concebido como un ente independiente en el sistema interplanetario en el que basta con que nos pongamos de acuerdo para que nuestros problemas desaparezcan. Las élites le resolverán su problema a los incautos.
Claramente, los dos proyectos fueron concebidos de buena fe. En ambos casos, se trata de visiones profundamente arraigadas en las mentes e historia de sus promotores, independientemente de que sus objetivos e intereses específicos sean distintos. Pero el asunto que interesa al país es si esos proyectos contribuirían a lograr lo que toda la población quiere: crecimiento, empleos y mejores niveles de vida, todo ello en un contexto de seguridad física y patrimonial.
El problema está menos en el qué que en los cómos. Los diarios y debates en el país están saturados de propuestas y planteamientos que nunca se aterrizan y que, por lo tanto, no ofenden a nadie. Algunas no se aterrizan porque nadie ha meditado sobre cómo hacerlo o cuáles serían las implicaciones de proyectos de alto vuelo. Otros no se aterrizan porque revelarían sus inconsistencias, los intereses que yacen detrás de ellos o la indisposición a romper, de una buena vez, con un statu quo que, hoy por hoy, no beneficia a nadie. Lo más importantes es que, en abstracto, nadie puede oponerse a los objetivos que se plasman en esos dos proyectos, pues se trata de planteamientos de Perogrullo que están casi diseñados para que nadie levante las cejas.
Los dos proyectos son suficientemente concretos para ser atractivos y, al mismo tiempo, suficientemente vagos para no alienar a nadie. Nunca se explica cómo se llevarían a cabo los magnos objetivos que se proponen, ni se explica de dónde saldrían los recursos para llevarlos a cabo (esto es particularmente claro en el caso de AMLO, más allá de reducciones de gasto burocrático). Su atractivo reside precisamente en que plantean lo que todo mundo quiere escuchar: que urge una revitalización económica y que eso resolverá todos los problemas.
Si la realidad fuera tan sencilla, cualquier gobierno, hasta el actual, ya lo hubiera logrado. Lo que los dos proyectos ignoran es el conjunto de cambios que han tenido lugar al interior del país y aquellos que han sobrecogido al mundo en su totalidad. Ambas circunstancias han hecho inviables los esquemas de crecimiento que, como estos dos, parten de la premisa de que el gobierno determina, y puede decidir, el devenir de toda una sociedad como si se tratara de su señorío feudal.
Los cambios al interior del país han sido enormes. Aunque nuestra democracia es por demás deficiente y carece de los más elementales instrumentos para operar (como un sistema judicial efectivo, seguridad personal y patrimonial, cercanía e influencia de la población sobre sus representantes y efectiva rendición de cuentas), es innegable la evolución. Quizá no haya mejor evidencia del cambio que se ha presentado en las conciencias de los mexicanos que el escucharlos decir lo que piensan a través de los medios, algo que era inimaginable incluso hace una década. Por más que la población espere un nuevo milagro (y proyectos como estos no hacen sino perpetuar la noción de que un milagro es posible si sólo se hacen unas cuantas cositas), es un hecho que cada vez se deja mangonear y manipular menos. Por más que muchos quisieran creer en la promesa de que la redención se encuentra a la vuelta de la esquina, su continuo migrar hacia el norte revela sus verdaderos pensamientos y creencias.
Si los cambios en el interior han sido enormes, los de afuera son descomunales, revolucionarios de hecho. Pretender que se puede articular una estrategia de desarrollo que ignora las dos cosas más importantes que ocurren en el exterior ?la igualación de acceso a los mercados y la avalancha de la economía del conocimiento- es vivir en la negación. Es por ello que, aunque uno de los proyectos es infinitamente más claro, pragmático y preciso que el otro, ambos son, a final de cuentas, sumamente provincianos y, en eso, mesiánicos. Los principales retos, pero también las grandes oportunidades para el desarrollo del país, están en el exterior. La clave para enfrentarlos reside en una profunda transformación interna, tal y como lo hicieron, en su momento, Irlanda, Chile y España. Nada de eso es visible, o es reconocido, en estos dos proyectos que acaban siendo, a final de cuentas, una visión pesimista del futuro.
La igualación de condiciones para la competencia en el mundo internacional constituye un cambio dramático que está transformando los procesos productivos en el mundo y revolucionará las estructuras económicas del planeta en la década que viene. Mientras que en los lustros pasados la competencia se dio en los mercados de bienes, lo que viene en los próximos años es la revolución de los servicios y un cambio todavía más radical en el valor del conocimiento respecto al del trabajo manual. De esta manera, mientras que lo relevante sería pensar en transformar la educación del país para igualar las condiciones de acceso a los procesos productivos para todos los mexicanos, lo más que nos recetan los proyectos citados es elevar su calidad, ?más y mejor educación y salud? o ?concebir a la educación como base del capital social?. Nada sobre el conocimiento, la competencia en el ámbito de servicios o el enorme potencial que representa, en términos de valor agregado, una población con una educación no sujeta a los objetivos políticos de un sindicato, sino orientada por el potencial liberador que entraña un verdadero capital personal en la forma de una educación de punta, comparable no a la del México del siglo XIX, sino a la de los campeones del mundo como Corea, Irlanda o Suecia.
El mundo cambia y lo que nuestros próceres nos ofrecen es hacer mejor lo que ya hacemos. La propuesta productiva es proteger a los productores de frijol y maíz. En contraste, lo que el país requiere es claridad de miras para entender por qué es necesario y deseable llevar a cabo un conjunto de reformas; transformar la estructura educativa del país, comenzando de lo que requiere el mercado de trabajo futuro, no de lo existente; reconocer la trascendencia del empresario como corazón del desarrollo económico, y hacer todo lo necesario para que se puedan crear nuevas empresas y que éstas se dediquen a lo que saben hacer en vez de a lidiar con la burocracia. Ante todo es necesario enfrentar de una vez por todas el tema de la inseguridad pública y patrimonial que consume al país y a la sociedad poco a poco, pero de manera brutal e irreversible. Se necesita un plan y un enfoque claro, pero uno que parta de la realidad interna y externa que vivimos, no de los deseos, ideología o intereses de quienes lo proponen. México ya no requiere más milagros, sino un desarrollo efectivo.
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