En México, como en el resto del mundo, la presencia y relevancia de las organizaciones sociales va en aumento. El número de donativos a dichas organizaciones no ha hecho más que crecer en las últimas décadas y el voluntariado ha pasado de ser una actividad espontánea e improvisada a una práctica cada vez más profesional. A su vez, muchas organizaciones han comenzado a volverse más eficientes, transparentes y visibles, operando cada vez más como las empresas (no lucrativas, aunque empresas al fin) que son. No obstante, tanto filántropos como organizaciones sociales enfrentan todavía un largo camino que recorrer en nuestro País.
La Encuesta Nacional sobre Filantropía y Sociedad Civil (ENAFI) realizada el año pasado por el ITAM muestra que el 79 por ciento de los mexicanos prefiere hacer un donativo personalmente que vía una organización. La razón: un escandaloso 69 por ciento de los encuestados no confía en las organizaciones sociales. La credibilidad de dichos organismos es, según revela la encuesta, cercana a la de los partidos políticos y el gobierno que, sobra decir, son vistos con sospecha. Algo similar ocurre, además, con el tiempo que las personas están dispuestas a servir como voluntarios; muchos mexicanos invierten tiempo en ayudar a familiares, amigos, vecinos y conocidos, pero no en servir como voluntarios en organizaciones sociales. Y en gran parte esto se debe a que nadie los ha invitado formalmente a participar.
Aunque aparentemente no hay perjuicio alguno en que las personas den sus donativos directamente a quienes los necesitan, sí existe un costo en materia de eficiencia. Por ejemplo, el 77 por ciento de los encuestados dieron dinero en el último año a personas que piden limosna en la calle, pero lo hicieron sin saber si estas personas realmente necesitaban el dinero o qué harían con los recursos. La práctica generalizada de dar unas monedas en la calle no impide que la gente realice donativos a organizaciones, pero sí revela a un donador típico no muy sofisticado, para el cual las organizaciones son entidades ajenas a su vida cotidiana.
Por otra parte, el que los donativos sean deducibles de impuestos casi nunca es un factor relevante en aportaciones chicas o medianas. Esto también es sorprendente. La ENAFI muestra que solamente el 37 por ciento de las mexicanos saben que los donativos pueden ser deducibles de impuestos, y de este porcentaje, tan sólo 14 por ciento solicita la devolución ante Hacienda. Y aunque esto no debe sorprendernos en un entorno impositivo de excepción y evasión, es innegable que las organizaciones sociales no han sido muy efectivas divulgando los beneficios adicionales (desde el punto de vista del contribuyente) que conlleva la filantropía.
La desconfianza y el desconocimiento de la labor de las organizaciones sociales es, en gran medida, culpa de las propias organizaciones. Esto hay que decirlo. La mayoría de las organizaciones sin fines de lucro padecen una administración improvisada donde se gasta con ineficiencia, falta transparencia y no existen objetivos concretos, instrumentos de medición o estrategias de comunicación. En muchas organizaciones sobra corazón pero falta administración profesional.
Si uno observa a las organizaciones que realmente están cambiando la manera de dar en México, es fácil observar que éstas están constantemente adaptando herramientas del mundo de los negocios al mundo no lucrativo. Es cierto que los incentivos y la naturaleza de las organizaciones sociales son muy diferentes a las de empresas “tradicionales”, sobretodo porque unas miden su éxito en función de utilidades y otras en función del impacto social. Sin embargo, es importante resaltar que del mundo de los negocios surgen parámetros de eficiencia y servicio al cliente que, bien aplicados, pueden cambiar positivamente los paradigmas de la vieja filantropía.
Desde hace décadas existen en México grandes “marcas” de la filantropía, como es el caso de la Cruz Roja, cuya campaña de recaudación es un éxito a nivel mundial. Pero en los últimos 10 años han surgido también nuevos actores con nuevas maneras de hacer las cosas. Por ejemplo, el personal detrás del Teletón, el Juguetón y Un Kilo de Ayuda ha entendido la importancia de vender una causa, medir el impacto y mostrar al proveedor de recursos lo que se logra con su dinero. Parecerían puntos muy sencillos de lograr, pero miles de organizaciones no lo han entendido.
No todas las fundaciones y organizaciones sociales deben tener alianzas con grandes empresas. Está surgiendo en el País una generación de emprendedores sociales que han desarrollado organizaciones que, aún siendo no lucrativas, buscan ser auto-financiables. IPODERAC, por ejemplo, es una organización poblana sin fines de lucro que ayuda a niños de la calle a través de la exitosa venta de quesos y jabones. De igual manera, Fundación Gente Excepcional tiene un muy buen negocio de tamales producidos por personas con síndrome de Down, el cual se ha vuelto la primera opción de muchos restaurantes. En ambas organizaciones existe una estrategia de ingresos basada en el desarrollo y la colocación en el mercado de productos competitivos en calidad y precio. Son organizaciones verdaderamente emprendedoras.
Los retos del mundo no lucrativo en México son muchos, pero son todavía mayores los logros que estas organizaciones pueden tener si consiguen “ganarse” a la sociedad mexicana. Contados, aunque importantes, casos de éxito ya están ahí. La lección en todos ellos es la misma: profesionalismo, profesionalismo y más profesionalismo.
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