Flotar sin mentiras

Finanzas Públicas

La moneda de una sociedad, dice una versión moderna de la filosofía monetaria, es un reflejo, similar a un espejo, del clima de inversión. Si hay confianza, si hay contrapesos institucionales, si hay oportunidades de inversión y bajos costos de transacción, la moneda local tenderá a ser fuerte. Si hay desconfianza, incertidumbre sobre el rumbo del país, o si, como en los nuevos reinos neo-populistas latinoamericanos, se dan casos de expropiación, la moneda tenderá a debilitarse y, por lo tanto, a sufrir el síndrome monetario de nuestra era, la temida devaluación cambiaria.

Esto se observa, particularmente, en un sistema de flotación. El principal beneficio de este régimen cambiario no es tanto la tan citada premisa que, bajo la flotación, existen los mecanismos para absorber choques externos negativos, sino, más bien, que un sistema de flotación limpia funciona como un barómetro de expectativas. Un giro equivocado, una idea incongruente (por ejemplo, la expansión irrestricta del gasto público), tenderá a verse reflejado en un episodio de depreciación cambiaria.

Los esfuerzos macroeconómicos recientes por “blindar” a la economía mexicana de dichos posibles giros en la política económica, de cara a la transición presidencial, son pasos importantes en el objetivo de consolidar un régimen de inversión confiable. Así se pueden interpretar el pre-fondeo de las obligaciones externas para los próximos dos años, o la reciente idea de usar las reservas internacionales para amortizar deuda pública, y, sin duda, la nueva ley de responsabilidad fiscal, que pretende atar proyectos de gasto a fuentes comprobables de ingreso.

La gran paradoja es que, a pesar de la incertidumbre política, a pesar de temores de un posible régimen populista, los mercados de capital parecerían estar premiando el clima de inversión del país. Los proyectos de inversión siguen su marcha, mientras que el tipo de cambio ha visto un episodio importante, y sorprendente, de apreciación cambiaria.

Todo esto puede cambiar en un instante. De hecho, un dilema crucial para aquellos que defienden la flotación de la moneda es que, si persisten acciones que busquen mayor confianza en los mercados internos, habrá una tendencia hacia mayor apreciación del tipo de cambio. Una medida tradicional para evitar esto es por medio de una reducción de tasas de interés -pero ello violenta el objetivo monetario del banco central, el cual es procurar la estabilidad del poder adquisitivo. Las tasas de interés son, también, otro barómetro de la percepción que existe sobre el clima de inversión. La medida popular ha sido evitar mayor apreciación por medio de la acumulación de reservas. Empero, además de que la medida es muy costosa, violenta también la idea de que vivimos en un sistema de flotación libre.

Si vamos a flotar, y flotar sin mentiras, debemos aceptar que habrá estos episodios de apreciación cambiaria, mismos que se verían todavía más pronunciados si se llegaran a dar, algún utópico día, una o dos de las reformas estructurales. Flotar sin mentiras también implica dejar que el tipo de cambio caiga a donde tenga que caer, en caso de que se genere un deterioro de expectativas. El mecanismo de control, en este caso, es el mandato capital de la institución central de procurar la estabilidad monetaria. Si el tipo de cambio cae a un nivel que pone en riego la meta citada de inflación, el banco central deberá recurrir a los apretones correspondientes, lo que tenderá a estabilizar el tipo de cambio.

El gran temor a la flotación era que no se podría evitar un episodio de depreciación prolongada, y brusca. Sin embargo, el sistema ya sobrevivió una transición sexenal sin una crisis cambiaria, y todo parece indicar que sobrevivirá aun otra más. La virtud de flotar sin mentiras es que obliga a las autoridades a defender la paridad por medios reales, derivados del clima de inversión, sin las recetas artificiales del pasado o varitas mágicas al instante.

e-mail: roberto@salinasleon.com

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