Se sabe que México ha sido un destino clave en el traslado de procesos manufactureros a países con bajos costos de producción. En años recientes, sin embargo, no sólo han sido los procesos manufactureros los que las grandes multinacionales han subcontratado, sino que también se ha trasladado una gama de servicios informáticos y tecnológicos a países en desarrollo. La noticia es excelente: esta nueva “maquila tecnológica” ofrece mayores márgenes de utilidad y oportunidades de innovación -cruciales para salir de una competencia basada sólo en mano de obra barata- que su hermana mayor. De ahí que la pregunta sea: ¿qué está haciendo México para transitar a esta nueva era?
Surgida en la frontera norte a finales de los 60, la “maquila de exportación” permitió durante décadas la importación de bienes para la transformación, elaboración o reparación de mercancías destinadas a la exportación exentas de impuestos. Aunque el esquema no suena hoy como algo extraordinario, hace pocas décadas, con una economía esencialmente cerrada, la idea era no sólo inaudita en México, sino atinadísima, pues le venía como anillo al dedo a problemas regionales.
El esquema prometía aminorar el problema del desempleo en la zona fronteriza, derivado, en parte, de la terminación por el Gobierno estadounidense del programa “Bracero”. El proyecto maquilador prometía ser una pieza clave para la industrialización de la zona, con todos los beneficios que implicaba. Paralelamente, el nuevo esquema surgió en un momento en el cual manufactureras estadounidenses comenzaban a enfrentar una fuerte competencia mundial en precios. Muchas empresas en EU veían con cada vez mejores ojos la posibilidad de establecerse en otros países para reducir sus costos, particularmente de mano de obra. Fue así que la cercanía geográfica le permitió a muchas organizaciones mantener los procesos más complejos en sus países y trasladar a México los intensivos en mano de obra para después exportar los productos acabados o casi acabados a la economía más grande del mundo.
Las maquiladoras que se instalaron inicialmente en México fueron poco sofisticadas en tecnología. No obstante, con los años se avanzó en los procesos. La trayectoria de la planta de Sony de Tijuana Este (STE), dedicada a software, hardware e ingeniería mecánica, así como Delphi en Ciudad Juárez, multinacional dedicada al diseño y producción de autopartes, son ejemplos destacados donde se ha privilegiado el conocimiento y la innovación sobre el trabajo manual intensivo. Más allá de estos casos, puede afirmarse que, en promedio, las maquiladoras han generado empleos bien remunerados y jugado un papel importante en la calificación de la mano de obra local.
Sin embargo, pareciera que la evolución de este esquema ha respondido más a inercias, coyunturas y esfuerzos aislados, que a una estrategia planeada con clara dirección y al objetivo de servir como palanca al desarrollo empresarial del País. El problema de hoy es que, si bien México se insertó exitosamente en la dinámica donde grandes empresas pasaron sus procesos manufactureros a otros países, no queda claro que evolucionará a la nueva etapa global. La era de la información es una donde la geografía importa poco y factores como el idioma, la compatibilidad cultural, las habilidades tecnológicas y una fuerza laboral preparada son fundamentales.
Esto no quiere decir que México dejará de tener una ventaja en la producción de productos donde la distancia con EU es crucial, ni que las maquiladoras dejarán de tener un papel relevante en la economía. Lo que sí quiere decir es que, sin un esfuerzo bien dirigido, no nos integraremos a las nuevas tendencias económicas donde están los mayores márgenes de utilidad. Nuestro problema no es la falta de mano de obra barata, sino la incapacidad para poder atraer empresas que buscan productos y servicios con un mayor valor agregado a un precio competitivo.
Países como Polonia, la India e incluso China han entendido bien las nuevas tendencias. Es cierto que han comenzado por la subcontratación de procesos poco complejos como los famosos call centers, pero también han sentado las bases -generado el capital humano necesario- para que empresas locales eventualmente compitan con multinacionales en áreas como la del software. En 1975, cuando en México sólo se pensaba en términos de productos tangibles, F.C. Kohli, fundador del ahora gigante del software Tata Consultancy Services en la India, dijo: “Por razones que estaban fuera de nuestro control nos perdimos la revolución industrial. Pero hoy hay una nueva revolución -la revolución de tecnologías de la información, para la que no se necesita ni un sesgo mecánico ni un comportamiento mecánico. Lo que requiere es la capacidad para pensar con claridad. Y esto nosotros lo tenemos en abundancia. Tenemos la oportunidad de participar en esta revolución en circunstancias de igualdad -incluso la oportunidad de asumir un liderazgo”. En México, ya entrados en el siglo XXI, todavía no llegamos siquiera a un consenso sobre la importancia de participar en actividades relacionadas con las tecnologías de la información.
México aun está a tiempo de integrarse a procesos productivos, como proveedor de servicios para empresas de tecnología, por ejemplo. Pero para esto hay que preparar los cuadros necesarios y pensar en cómo transitar eventualmente a un entorno donde sean los empresarios mexicanos los que jueguen un papel líder. A diferencia del esquema maquilador de exportación, esta vez tendremos que planear, diseñar y trabajar en la misma dirección si queremos tener los empleos que nuestra sociedad exige.
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