Iglesias y liderazgo

Seguridad Pública

El inicio de año es un buen momento para hablar de negocios y espiritualidad. También lo es para hablar de cómo las organizaciones religiosas han sido capaces (o no) de aprender sobre administración y liderazgo de sus propias experiencias y de casos de éxito que se dan en otros ámbitos, como el empresarial.

Por décadas, miles de empresas han obtenido beneficios de incorporar elementos espirituales y, en ocasiones, religiosos a su misión, visión, reglas internas y protocolos para tratar con clientes, empleados, proveedores y hasta la comunidad. Esto va desde la integración de valores generales, como la honestidad, hasta la provisión de espacios donde las personas puedan llevar a cabo sus prácticas religiosas (grupos de rezo, meditación, cerrar en días festivos, llevar a cabo peregrinaciones, etc.).

Sin embargo, de lo que en el mundo y en México se ha hablado mucho menos es de cómo las organizaciones religiosas pueden aprender de organizaciones seculares, desde empresas y gobierno, hasta ONGs, e incluso el ejército. En la historia ha habido ejemplos interesantes, desde la incorporación de prácticas cuasi militares por los jesuitas hace varios siglos, hasta la utilización de radio y televisión por distintas iglesias en el siglo 20, pero con frecuencia siguen viéndose como casos aislados. Por esta razón vale la pena considerar el fenómeno que se ha vuelto la Conferencia Anual de Liderazgo de Willow Creek. Su gran innovación: volverse una “escuela de negocios” para miles de pastores evangélicos en todo el mundo.

En el último número de la revista Fast Company hay un reportaje sobre esta asociación y su conferencia anual, a la que, si bien asisten unas 7 mil personas, son ya 70 los países que llevan a cabo su miniconferencia de forma simultánea. Los ponentes van desde estudiosos de las organizaciones, como Jim Collins, autor de libros como “Good to Great”, hasta filántropos como Bono; administradores exitosos, como Jack Welch, y políticos, como Bill Clinton.

No han faltado los críticos que dicen que una iglesia no puede jamás ser comparada con una empresa. Sin embargo, aun cuando el contenido de una organización religiosa podrá ser de índole espiritual, su administración no es distinta a la de muchas otras organizaciones sociales, pues involucra la coordinación de gente, la búsqueda de nuevas formas de cambiar la realidad, trabajo con comunidades y sus problemas, y el desarrollo de líderes al interior suyo.

Muchos estudios han encontrado que el éxito o fracaso de una iglesia tiene más que ver con buen liderazgo y la capacidad de atender los problemas concretos de cada comunidad, que con variables sociales, económicas o demográficas. (Muchas personas ven precisamente en estas características el reciente crecimiento de muchas organizaciones evangélicas en nuestro País.) Asimismo, las iglesias, como todas las organizaciones, tienen etapas de auge que se caracterizan por innovación, absorción de conocimiento de otras disciplinas y flexibilidad, y etapas de declive marcadas por hermetismo, soberbia, miedo al fracaso y pocas herramientas para atender problemas actuales.

Las organizaciones religiosas son importantes por su capacidad para transformar y crear valor social. Pero cualquier organización que no siga el ritmo de un mundo que se mueve cada vez más rápido, acabará volviéndose obsoleta, irrelevante y/o financieramente insostenible. Ésta es la realidad de las organizaciones religiosas, como lo es de cualquier organización, y es también la invitación a que las primeras aprendan de todos los casos de éxito organizacional que existen allá afuera.

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