Imprimir en 3D

Educación

Cody Rutledge es un estudiante de Derecho en la Universidad de Texas, quien se autodenomina “anarquista” y “pro libre mercado” y, a sus 25 años, es considerado por muchos como una de las personas más peligrosas del mundo.
La razón: fundó una organización sin fines de lucro que desarrolla y distribuye diseños en código abierto de pistolas que cualquiera puede imprimir, si se tiene acceso a una impresora de tercera dimensión.
La industria de las armas y muchas más podrían sufrir cambios radicales en la medida en que continúe el desarrollo de las impresoras 3D. Podríamos estar en la antesala de una nueva era industrial, como argumenta Chris Anderson en su reciente libro Makers: The New Industrial Revolution.
Una impresora 3D convierte diseños en piezas “reales”, que pueden ir desde prótesis médicas o juguetes hasta partes prefabricadas para la arquitectura o la industria automotriz.
En contraste con la manufactura como hoy la conocemos, este proceso es más rápido, preciso y barato. Acorta el tiempo de lanzamiento de nuevos productos, da pie a que sea más benigno el proceso de prueba y error, reduce desperdicios de materiales y acelera los procesos de innovación.
Se estima que la impresión en 3D reducirá los costos laborales y que las economías de escala y el uso de moldes serán cosa del pasado, al menos en volúmenes de producción moderados.
Pocas industrias saldrán ilesas del surgimiento de esta nueva tecnología. Por ejemplo, una de las grandes crisis de la industria del juguete se dio cuando China empezó a producir juguetes a un menor costo. Hoy, la amenaza podría venir de la capacidad de los consumidores para imprimir sus propios juguetes, cuyos planos ya pueden descargar sin costo, y modificar a su gusto, en varios sitios de Internet.
La educación también será afectada. Primero ibas a la papelería a comprar una monografía, hoy buscas el tema en Wikipedia y mañana podrás imprimir “huesos” para una clase de anatomía. Lo que antes eran talleres de carpintería o cerámica, mañana podrían ser centros de manufactura con todo para detonar producciones en serie.
En el mundo muchas empresas se están movilizando. La sección de aviación de General Electric compró a un grupo manufacturero llamado Morris Technologies cuyo objetivo es imprimir en 3D. Como lo menciona un artículo de la revista The Economist titulado “Print me a jet engine” hay una nueva cercanía –a través de la impresión en 3D- entre innovación y manufactura, y entre producción e investigación y desarrollo.
En México, la impresión en 3D se comienza a utilizar en industrias como la automotriz, aeroespacial, dental y del calzado. Pero no ha habido esfuerzos coordinados para anticiparnos a los efectos de este cambio tecnológico.
En la vieja ciudad fabril de Manchester –ícono del viejo mundo de la manufactura que Marx y Engels tanto criticaron-, el gobierno británico está financiando premios, competencias y recursos para la investigación en el mejor uso de la impresión en 3D. La apuesta es al renacimiento de Manchester como un centro de diseño, investigación y producción del más alto valor agregado.
¿Por qué no pensar en CONACYT y varios gobiernos estatales, de la mano con las secretarías de Economía y de Educación, impulsando algo parecido?
La impresión en 3D puede ser un enemigo mortal o el mejor aliado de la manufactura. La diferencia estribará en si las empresas se anticiparon al cambio. Algo parecido a la entrada en vigor del TLCAN y los muy diferentes grados de preparación que entonces tenían de las empresas mexicanas.
Ante el advenimiento de la impresión en 3D, lo que necesitamos es visión, coordinación y alguien que se atreva a ser un líder público –un educador, incluso- de este esfuerzo.

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