En el nombramiento de un nuevo Secretario de Gobernación el presidente Calderón ha apostado el futuro de su gobierno en una persona que no es de su grupo inmediato pero que es panista y cuenta con experiencias útiles para el cargo. A dos años del inicio de esta administración, el presidente ya no tendrá muchas más oportunidades de imprimirle su propio sello al devenir del país. Así, Fernando Gómez Mont, experimentado abogado y persona cercana a diversos gobiernos, constituye una apuesta porque nunca ha tenido experiencia en asuntos como los involucrados en la encomienda que acaba de recibir, además de que entra en un momento particularmente sensible y complicado para la función de gobernar. El éxito de Gómez Mont será el éxito de Calderón, pero lo contrario también sería igual de cierto.
La Secretaría de Gobernación solía ser el centro neurálgico de la política en el país. Pero eso es el pasado: por diversas razones, desde el inicio de los noventa, sucesivas administraciones fueron mermando el poder de esa secretaría. Con la creación de la Secretaría de Seguridad Pública y el desmantelamiento de su capacidad operativa, la SG dejó de contar con los instrumentos necesarios para funcionar de manera eficiente y balanceada. Probablemente pensando más en la antigua realidad de esa entidad, los cambios promovidos por Fox acabaron siendo desastrosos para la coordinación de las instancias de seguridad pública y para el mantenimiento de la estabilidad política, mandato central de esa Secretaría.
Para funcionar adecuadamente, la SG requeriría una nueva concepción, acorde con el fin de la era del partido hegemónico y la extrema vulnerabilidad y fragilidad de la incipiente democracia. Es decir, se requiere un verdadero ministerio del interior con los instrumentos idóneos para la realidad de hoy.
Los problemas de coordinación y negociación que ha experimentado el gobierno del Presidente Calderón tienen muchas causas, pero sin duda una relevante reside en la deficiente estructura institucional de la SG. También ha sido importante en esa descoordinación la absurda centralización de decisiones en Los Pinos que ha caracterizado al gobierno, así como el afán de controlarlo todo que obsesiona a esta administración. En lugar de nombrar funcionarios eficaces y darles la responsabilidad integral de conducir la política gubernamental en cada área, el gobierno les ha limitado su esfera de autoridad, coartado su capacidad de toma de decisiones y, con ello, reducido su eficacia en el diario accionar. El resultado no es sólo que haya secretarías (y secretarios) raquíticos (algunos verdaderamente patéticos), sino que todo el gobierno acaba siendo enclenque.
No parece muy aventurado suponer que la disyuntiva para el presidente residía entre nombrar a alguno de sus colaboradores cercanos o procurar a un funcionario experimentado, capaz de cobrar vida propia. El primer camino ya lo había probado en múltiples instancias, con los resultados que todos conocemos: el gobierno no avanza, los resultados, con algunas notables excepciones, son magros y la percepción generalizada es que el gobierno, aunque encabezado por una persona decente y responsable, simplemente no puede. Desde esta perspectiva, el presidente tenía que optar entre el camino del amigo cercano pero potencialmente ineficaz y el político experimentado pero sin garantía de lealtad a la persona del jefe del ejecutivo, condición que, hasta ahora, había sido central en sus consideraciones.
La decisión que finalmente tomó el presidente ilustra la importancia de la dimensión partidista en su análisis. Aunque mostró disposición a romper con los criterios que habían normado sus decisiones previas, el presidente no estuvo dispuesto a considerar la eficacia como el factor central, sino que le asignó un enorme peso a la dimensión partidista en conjunto con la lealtad: el ungido habría de ser una persona cercana, pero también una que el PAN no pudiera objetar. Este modo de proceder es encomiable, pero riesgoso.
Estamos al final del segundo año del gobierno. Ha pasado no sólo la tercera parte del tiempo formal de la presidencia, sino el periodo más importante para el forjamiento del proyecto integral de la administración. En unos meses estaremos inmersos en el proceso electoral intermedio y de ahí todo será cosechar lo que se haya logrado hacer en los dos años anteriores o, en su defecto, experimentar cuatro largos años de deterioro. El resultado habrá dependido de lo sembrado.
A la fecha, el gobierno ha sembrado esencialmente en tres terrenos: el financiero, con importantes iniciativas en lo fiscal y en el frente de las pensiones; en el educativo, con una alianza entre la SEP y el sindicato para cambiar los criterios que han normado la selección de maestros y su compensación; y en el de la seguridad, con una lucha frontal contra la criminalidad y el narcotráfico. En los tres ámbitos el gobierno ha ido avanzando, pero en todos ellos enfrenta desafíos mayúsculos. La crisis financiera internacional constituye un enorme reto para la actividad económica y las finanzas públicas; la disidencia magisterial hace lo que puede por minar la alianza educativa; y la criminalidad no es un enemigo fácil de vencer.
En este contexto, la decisión presidencial implícita en el nombramiento para la SG constituye una apuesta. El Presidente deberá estar confiando en que el nuevo responsable de la operación política tenga la habilidad para contribuir a la pacificación política del país, coordinar a los responsables de la lucha contra el crimen organizado y allanar el camino para resolver los conflictos que de manera normal se le presentan a cualquier administración pero que ahora tienden a exacerbarse. Por donde uno lo vea, se trata de un reto mayúsculo.
Con sólo tres canastas en las que ha colocado todos los huevos, la administración enfrenta procesos electorales complejos y una adversa correlación de fuerzas políticas, sobre todo con los partidos. Además, dado lo avanzado de los tiempos sexenales, atrás quedaron los intentos de reforma laboral y los sueños de un gran despliegue en materia de infraestructura. El nuevo Secretario de Gobernación tendrá que lidiar con problemas graves, algunos de ellos explosivos, todo eso con pocas canicas a su disposición. Irónicamente, su gran ventaja es que, al no provenir del gobierno actual, llega sin las animadversiones que causa el ejercicio del poder. Su éxito dependerá exclusivamente de su capacidad para sumar y resolver dificultades, más que de competir con los de adentro y los de afuera.
Estos son tiempos para audacias. El tiempo dirá si este gobierno supo serlo a tiempo.
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