La evidencia

Competencia y Regulación

En el Péndulo de Foucault, Umberto Eco afirma que “cualquier hecho se torna importante cuando se conecta con otro”. No hay como tener números duros para poder entender la tesitura en la que se encuentra la economía mexicana. Mientras que la discusión dentro y fuera del gobierno se concentra en impuestos, gasto y legislaciones orientadas a imponer cada vez más controles, un nuevo estudio* revela que el problema de fondo de la economía mexicana no reside en esos factores sino en el hecho que en realidad se trata de dos economías distintas y contrastantes que tienen el efecto conjunto de disminuir la tasa de crecimiento. El estudio demuestra por qué los promedios no nos dicen nada y que un diagnóstico certero permitiría enfocar las políticas públicas con mayor puntería.
En una palabra, la economía mexicana va a dos velocidades: una abona al crecimiento de la productividad en tanto que la otra le resta. Si bien el crecimiento promedio de ésta ha sido un ínfimo 0.8%, la parte moderna de la economía ha visto crecer su productividad anual en 5.8%, en tanto que la de la economía tradicional e informal disminuye a un ritmo de 6.5%. El promedio no hace sino confundir y justificar políticas públicas contraproducentes.
La productividad no lo es todo, pero en el largo plazo es, dice Paul Krugman, casi todo. “La capacidad de un país de mejorar sus niveles de vida depende, casi enteramente, en su capacidad para elevar su productividad por trabajador”. La productividad es la resultante de todo lo que ocurre en la economía y por eso se constituye en una medida crucial del desempeño. ¿Qué pasa cuando el promedio no nos dice absolutamente nada significativo?
El reporte de Mckinsey comienza con una serie de contraposiciones: “¿la mexicana es una economía moderna que produce más automóviles que Canadá y se ha convertido en un exportador global, o es la tierra de empresas informales y tradicionales que crece lentamente? ¿El país ha logrado avanzar reformas que hagan posible un acelerado crecimiento del PIB y de los niveles de vida, o está atorado en un ciclo perpetuo de para y arranca? ¿Se trata de una economía que es moderna, urbana con mercados eficientes, o es un lugar donde la corrupción y la criminalidad son tolerados?” Este es sólo el comienzo y no hay desperdicio en las preguntas…
Veamos algunos números sugerentes. El reporte dice que hay dos economías: una crece con celeridad, otra tiende a contraerse. Las empresas tradicionales e informales lograban el 28% de la productividad de las modernas en 1999, pero sólo el 8% en 2009: es decir, no sólo hay una enorme brecha entre los dos sectores de la economía, sino que ésta se está ampliando. Las panaderías exhiben un cincuentavo de la productividad de las empresas panificadoras modernas; 53% de las empresas medianas y pequeñas no tienen acceso a servicios financieros; con el crecimiento actual de la productividad, la tasa de crecimiento bajaría a 2% anual como máximo. En conjunto, la planta productiva mexicana tiene una productividad del 24% de la estadounidense, pero muchas empresas mexicanas son individualmente más productivas que las de ese país. En una palabra, para lograr un crecimiento sostenido del PIB de 3.5%, no la meta más ambiciosa, tendría que triplicarse el ritmo promedio de crecimiento de la productividad. La gran pregunta es cómo se puede lograr algo de esa magnitud.
Quienquiera que haya observado o vivido la forma en que funciona el país de inmediato reconocería los contrastes y las contradicciones. Como dice el reporte, hay dos economías: una que corre a alta velocidad, otra que se rezaga. Pero no es sólo eso: el país se caracteriza por situaciones que son ininteligibles para un observador o inversionista del exterior. Quizá a los mexicanos -acostumbrados al surrealismo de la vida cotidiana- no nos sorprendan casos como los de la Línea 12 del Metro o de Oceanografía que, aunque no inconcebibles en otras latitudes allá constituirían aberraciones que se atienden y enfrentan como tales. En nuestro caso se trata de realidades frecuentes: excesos, abusos, fraudes, autoridades coludidas, ausencia de un gobierno que hace cumplir las reglas, manipulación de los hechos y los tiempos para fines políticos o particulares, reguladores supuestamente independientes (ahora con “autonomía constitucional”) con mandatos contradictorios y potencialmente lesivos al éxito de su función.
En un mundo que avanza a la velocidad de la luz, la fotografía que este reporte nos presenta es por demás preocupante porque revela no sólo a un país que se rehúsa -o ha sido incapaz- de organizarse y reconocer sus deficiencias, sino que experimenta una brecha creciente en su economía. La parte moderna acelera el crecimiento de su productividad y se convierte en un exportador global. La parte tradicional -que se defiende hasta con los dientes de cualquier cambio- se rezaga y empobrece al país, pero goza de la connivencia gubernamental.
Muchos estudios como el aquí mencionado concluyen con un listado de grandes reformas que serían indispensables para revertir el diagnóstico, lo que hace poco útiles sus propuestas. El gran valor de este reporte reside en la sensatez de sus recomendaciones: reducir el consumo de electricidad, mejorar la productividad de las inversiones en infraestructura, enfatizar el desarrollo de habilidades.
Evidentemente se requieren muchos cambios, pero la clave reside en los detalles que hacen la diferencia y que harían posible un país mucho más exitoso.
* McKinsey Global Institute, A tale of two Mexicos: Growth and prosperity in a two-tier economy .

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.