La guerra fría mexicana

EUA

Una virtual guerra fría caracteriza a la política mexicana. Los partidos políticos y el gobierno se encuentran enfrentados en todos los puntos del país. Los partidos se disputan el todo por el todo en cada elección, en cada legislación y en cada declaración a la prensa. Virtualmente nadie trabaja para México y los mexicanos (o, al menos, para construir la democracia que todos los partidos afirman promover). Lo que importa es ganar a cualquier precio: sobre todo ganarle al PRI para hacer lo mismo que el PRI. La ausencia de equilibrio en la política nacional nunca ha sido más patente. Quizá sea tiempo de comenzar a pensar en alguna alternativa.

La Guerra Fría consumió las energías del mundo por cuatro décadas. A lo largo de ese tiempo, las dos superpotencias, la Unión Soviética y Estados Unidos, se dividieron el mundo en áreas de influencia y no permitían que la contraria se acercara ni por equivocación. Fuera de esas áreas de influencia, todo el resto del orbe se constituía en un gran tablero de ajedrez. No había más que lugares negros y lugares blancos. Unos pertenecían a una superpotencia y los otros a la otra. Dentro de un mismo país, un grupo (guerrilla, partido, gobierno) servía a los intereses de una potencia y otro grupo servía a los de la otra. Si la URSS apoyaba al gobierno en Angola, Estados Unidos apoyaba a la guerrilla; si Estados Unidos apoyaba al gobierno de Nicaragua, la URSS apoyaba a los sandinistas. El mundo era simple porque todo era confrontación.

La política mexicana se parece cada vez más a ese mundo de simplismos en que se consumía el orbe (y se ponía en riesgo a toda la humanidad). Veamos por qué. El PRI se considera dueño de todos los puestos de elección popular en el país. Cuando en una campaña determinada pierde una elección, el partido (y su gobierno) se comporta como cualquier monopolio al que se atreven a confrontar. Lo mismo ocurre con los partidos de oposición: el PRD en la Cámara de Diputados se comporta como si el único propósito de un legislador en el mundo fuese derrotar al PRI. La noción de que una legislación debe servir para que la población viva mejor o para que el país salga adelante de sus problemas, ni siquiera ha pasado por la mente de (al menos) el liderazgo del PRD en el Congreso. El PAN no pierde la oportunidad de convertir cualquier conflicto local en una conflagración nacional, independientemente de las consecuencias que ello genere. Lo importante es derrotar al adversario, cueste lo que cueste.

Cuatro ejemplos de los últimos meses ilustran esta realidad. El primero fue sin duda la manera en que se comportaron el PRI y el gobierno a partir de las elecciones de julio de 1997. El burdo intento de imponer una mayoría que los electores le habían negado al PRI, mostró la cara de un partido y un gobierno que no está preparado -y, peor, que no se está preparando- para una nueva etapa de la política mexicana. Lo importante para el PRI y para el gobierno no era afianzar la estabilidad política del país o desarrollar un nuevo esquema de interacción con alguno de los partidos grandes de la oposición (o ambos) para asegurar la continuidad en los programas gubernamentales, sino mantener el poder a cualquier precio. La lucha era por el poder, en la forma más cruda y primitiva posible. Independientemente de cuál pudo haber sido el comportamiento del PAN o del PRD, el hecho de que el gobierno y el PRI fueran totalmente incapaces de reconocer la necesidad (o la oportunidad) de comenzar a construir un nuevo diseño de organización política, orilló a esos dos partidos a adoptar una política de confrontación con el PRI. La guerra fría.

Un segundo ejemplo lo ha provisto el tema del presupuesto para el presente año, que fue aprobado en diciembre pasado. Ahí tuvimos una ventana excepcionalmente iluminada a los criterios que caracterizan a los distintos partidos en el proceso legislativo. El PRD se comportó como el monopolio priísta al que parece querer reemplazar. El criterio rector del PRD era el de descarrilar la política económica gubernamental: asestarle un golpe mortal. Cuando el PAN osó votar con el PRI, el PRD actuó como una fiera herida, acusando al PAN de traición y de falta de patriotismo. Es interesante observar que a los líderes del PRD no se les ocurrió pensar que había responsabilidad en el comportamiento del PAN en aquella situación. Al menos en esa instancia, ese partido supo reconocer los riesgos de la confrontación a ultranza.

Un tercer ejemplo ilustra como el PAN puede ser igualmente obcecado, irresponsable y confrontacionista como sus dos contrapartes. En Puebla ya tenemos dos ejemplos recientes en los que el PAN subordina toda su estrategia nacional a su confrontación con uno de los gobernadores del PRI comprometido con un orden político distinto al que prefiere el PAN. Hace dos años, insatisfecho por los resultados en el municipio de Huejotzingo, el PAN demandó una resolución a su querella como precio para votar en favor de la legislación electoral a nivel federal. Más recientemente, otra vez en Puebla, el PAN ha convocado a una guerra de exterminio por la aprobación de la nueva ley hacendaria en el estado, misma que podría tener el efecto de reducir los fondos que recibirán muchos de los municipios que hoy gobierna el PAN.

Finalmente, un cuarto ejemplo lo constituye Chiapas. En Chiapas los partidos y otros grupos políticos juegan con la bomba atómica como si se tratase de un mero juego de niños. En esa localidad se encuentran los intereses del PRD, del PRI, del gobierno, de la Iglesia, del Obispo de San Cristóbal, de los zapatistas y de una gran variedad de organizaciones sociales y políticas. Cada uno juega para su santo y nadie, excepto el gobierno, tiene prisa alguna por evitar la conflagración. Como buenos negociadores en la Guerra Fría, todos saben que el mejor precio se paga en el punto más alto del conflicto. Marcos espera venderle el servicio a Cárdenas justo antes de las elecciones del 2000, pero seguramente negociaría con quien fuera necesario si, en ese momento, alguien más aparece en el mapa.

En la época de la Guerra Fría, todos los grupos políticos y países en el mundo jugaban al juego de las potencias. Unos ponían a competir a la URSS y a Estados Unidos para sacar la mejor tajada del pastel; otros jugaban a un lado o al otro para avanzar sus intereses. El hecho es que la confrontación entre las potencias definía el juego que todos tenían que jugar y los demás jugaban de acuerdo a esas reglas. Las reglas eran definidas por las potencias y nadie tenía nada que decir al respecto: sólo bailar al son de ese tango. Como en la época de la Guerra Fría, tanto el PAN como el PRD están respondiendo a los estímulos que producen tanto el PRI como el gobierno (que, obviamente, no son los mismos). Su actuación es, con frecuencia, extrema y destructiva. Sin embargo, son el PRI y el gobierno quienes han creado las reglas bajo las cuales operan esos partidos; es el gobierno el que ha favorecido el extremismo con su propia manera de actuar.

Por lo anterior, quizá sea tiempo de que aprendamos de lo que ha ocurrido en el mundo desde el fin de la Guerra Fría. Con la caída del Muro de Berlín, desapareció el tablero de ajedrez en el mundo. Ya no hay blancos y negros y, por lo tanto, ya no hay incentivos para que los diversos grupos políticos alrededor del mundo contrapongan a Rusia con Estados Unidos, pues nada pueden ganar de hacerlo. El gobierno en México podría comenzar por reconocer que sus intereses no necesariamente son idénticos a los del PRI y su gestión, y que el interés de México y de los mexicanos debe estar por encima del de los partidos, comenzando por los del PRI. Todos los partidos tienen todo el derecho de disputar el poder y de recurrir a todos los métodos legales para alcanzar su objetivo. Pero sólo el gobierno tiene la capacidad (y debería tener la visión) para ponerse por encima del juego de los partidos y terminar esa guerra fría que amenaza con destruir al país.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.