La política económica cuyos lineamientos esboza el presidente Zedillo no tiene nada que ver con los resultados de las privatizaciones y con las devaluaciones. La política económica general ha permitido que la economía real (la producción) o, cuando menos una parte creciente de ésta, comience a prosperar y a generar oportunidades para que se puedan beneficiar los mexicanos en general. Sin embargo, los errores en el proceso de privatización, la debilidad tanto del sistema bancario como de la supervisión gubernamental de la banca, la incapacidad de los banqueros (desde antes de la crisis de 1994-1995), la equivocada estrategia en el otorgamiento de concesiones carreteras y de otros sectores y una política cambiaria inflexible llevaron a la crisis de 1994. Por ello, en lugar de culpar a la política económica que yace detrás de ese cúmulo de errores de la depresión de 1995, deberíamos observar la impresionante velocidad de la recuperación que ha tenido lugar en el país como muestra de que lo que sí funciona es la política económica general, en tanto que lo que no funciona son los rezagos estructurales que todavía arrastramos desde los setenta y ochenta, así como las consecuencias de los errados criterios aplicados en el salvamento de la banca y las carreteras. Nuestra opción no reside en cambiar una política económica que si funciona, sino en eliminar esos rezagos estructurales, mismos que reflejan intereses particulares y que limitan el éxito de la política económica en general.
Estas ideas se derivan del impecable análisis que realizó el subgobernador del Banco de México, Lic. Francisco Gil Díaz, quien esta semana causó turbulencias en los medios políticos al poner los puntos sobre las íes. Lo que está mal no es la política económica, dice el Lic. Gil Díaz, sino la esclerosis y las insuficiencias que padece la economía, sobre todo en el tema bancario, que es al que principalmente dedica su atención. No hay la menor duda: el empeño en preservar un sistema bancario incompetente, débil y descapitalizado, aunado a la inexistencia de estado de derecho y la amenaza constante que representa el proceso político para la estabilidad y continuidad de las decisiones de los empresarios e inversionistas ha limitado la velocidad y potencial de recuperación de la actividad económica. Estos problemas no se resuelven con medidas cosméticas, sino con acciones de orden estructural y permanente. De hecho, como indica el Lic. Gil Díaz, reciente colapso de la economía Tailandesa sugiere que se necesita más que ahorro y equilibrio fiscal para evitar crisis y construir fundamentos sólidos para el crecimiento futuro.
Llevamos quince años de reformas económicas, la mayor parte de las cuales se orientó a corregir los errores, excesos y abusos que sufrió la economía a lo largo de los años setenta. El brutal crecimiento del gasto público en esa época, la sobreregulación de la economía, la expropiación de los bancos y todas las acciones gubernamentales dirigidas a expoliar a las empresas privadas por la vía de controles de precios, en todos los sectores, distorsionaron a toda la economía, causaron un caos en la banca y relajaron toda la estructura de controles y mecanismos de supervisión que, en el pasado, permitían preservar la estabilidad de la economía en general. Hoy nos encontramos con que la economía comienza a marchar bien, pero muchos de los rezagos y obstáculos estructurales persisten y nadie parece estar dispuesto a removerlos.
El tema más polémico que planteó el Lic. Gil Díaz fue el relativo a los bancos. Específicamente afirmó que la crisis de 1994 no fue causada por el modelo económico, sino por “un sistema bancario esclerótico por los años que pasó estatizado y por las insuficiencias en la privatización y la supervisión”. Es decir, la mecánica de la privatización bancaria llevó al control de algunas instituciones financieras a muchas personas incapaces de administrarlas y desarrollarlas (además de que todos los incentivos regulatorios, políticos y financieros los llevaban a ser altamente irresponsables), justamente cuando los recursos disponibles en el sistema financiero crecieron en forma desmedida debido a la liberalización del llamado encaje legal , lo que a su vez llevó a una explosión en el otorgamiento de créditos, una buena parte de los cuales no eran viables. La ausencia de banqueros profesionales, consecuencia de la estatización bancaria, la debilidad, si no es que ausencia de mecanismos de supervisión y los excesos en que incurrió el gobierno para vender cada banco en montos varias veces superiores al que habría sido su valor en condiciones normales de mercado, acabaron por crear una bola de nieve que concluyó en la crisis de 1995, misma que, en sí misma, fue aumentada y profundizada por la incompetencia del propio gobierno.
Nada de ello, sin embargo, tiene que ver con la política económica general. Esta se refiere a la esencia de la actividad económica: al equilibrio fiscal, o sea, el balance entre el gasto y el ingreso gubernamentales; a evitar excesos en la balanza de pagos, a crear instituciones independientes para la supervisión de los bancos y de la política monetaria y cambiaria y, en última instancia, a hacer posible un estado de derecho. Esta es la verdadera esencia del desarrollo del país y nada tiene que ver con las distorsiones, rezagos, obstáculos y corruptelas que pudieron haber estado asociadas con algunos de los temas y sectores que más controversias causan en materia económica. Estos factores, que explicablemente causan confusión e indignación, deben ser erradicados; no así la esencia de la política económica general, que es la única fuente de oportunidades para el futuro, independientemente de que el gobierno sea su peor enemigo cuando llega el momento de convencer a la población.
Nadie debería haberse sorprendido de la controversia que causaron las palabras del subgobernador del Banco de México. Un sinnúmero de notas periodísticas y comentarios políticos reflejaron el desdén por el sano equilibrio que requiere la economía para funcionar. Además, evidenciaron la profunda ignorancia que caracteriza a muchos de los responsables de tomar decisiones en el Congreso, la burocracia y el gobierno, respecto a la importancia de la estabilidad económica para el desarrollo del país. Pero, en esta comedia de errores, dos de esos comentarios fueron particularmente significativos. El presidente de los banqueros afirmó que la banca comercial ha resuelto los problemas que se evidenciaron con la crisis en materia de otorgamiento de crédito. Por su parte, el presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, responsable de la supervisión de los bancos, dijo que ya se habían intervenido diversos bancos antes de la crisis, lo que indicaba que la supervisión, a pesar de las dificultades, había mejorado notablemente. El problema de estas afirmaciones es que caen por su peso en forma inmediata. Hace sólo unos cuantos días, la propia CNBV había intervenido a Banca Confía, anunciando que las pérdidas tendrían un costo de mil millones de dólares para los causantes fiscales. Es decir, a pesar de las afirmaciones en contrario, la supervisión bancaria no ha mejorado y los bancos siguen en la lona.
El ambiente político está saturado de demandas de cambio al rumbo de la economía. El golpe que la crisis de 1995 representó para millones de mexicanos explica perfectamente la existencia de estos llamados. Sin embargo, la solución no reside en el abandono de lo que sí funciona en aras de rehabilitar la política económica de los setenta, que fue, a final de cuentas, la causante de la debacle de los años siguientes, sino en eliminar los obstáculos estructurales y mentales, así como las corruptelas que persisten y que lo contaminan todo. Es tiempo de seguir adelante y no de quedarnos, una vez más, a la mitad del río.
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