El conflicto poselectoral ha postergado un debate autocrítico en la izquierda mexicana que analice con cuidado las causas internas de la derrota.
El debate es relevante para las diversas expresiones de la izquierda, pero sobre todo para la democracia como sistema. Hoy es más claro que nunca: el futuro de nuestra democracia depende en buena medida de lo que suceda con la izquierda.
La izquierda estuvo a las puertas del poder en México en 2006, pero perdió.
López Obrador ha culpado a muchos actores de su derrota: a los partidos, al Ejecutivo, a los gobernadores, al IFE, al Tribunal Electoral, a los empresarios, a los medios y a muchos políticos del pasado y del presente. Todas las críticas planteadas hasta hoy son atendibles, analizables y muchas de ellas dignas quizás hasta de reforma legal, pero, ¿y las causas internas de la derrota? ¿Por qué no hemos escuchado una sola palabra que explique la derrota a partir de los errores propios? ¿No los hubo?
La izquierda que trabajó en torno a la coalición Por el Bien de Todos no ha rendido cuentas. Le debe una explicación a sus militantes y a sus simpatizantes pero, sobre todo, a sus votantes.
Con la lucha poselectoral y ahora con la Convención Nacional Democrática se postergó un necesario ejercicio de reflexión y análisis que permitiera evaluar con profesionalismo las razones que impidieron a la izquierda ser viable, eficaz y electoralmente competitiva.
Sólo se han planteado las causas externas de la derrota, pero no hemos escuchado, por ejemplo, cómo le afectó a la campaña el discurso radical y antisistema de los últimos días; nadie ha reconocido, dentro del PRD y sus aliados, la pobreza en la oferta y la carencia de verdaderas políticas públicas, ni el impacto de las criticas generalizadas a los empresarios, en un momento en el que lo importante era hacer amigos.
Todavía no hemos leído una entrevista en la que se asuman como errores los insultos o el discurso beligerante. Ni hemos escuchado a López Obrador admitir que tal vez fue un error no asistir al debate o no atender a cientos de invitaciones de medios o de grupos de la sociedad, que le pidieron reunirse a lo largo de la campaña.
Tampoco se ha analizado la integración del equipo cercano, la eficacia de las redes, la estrategia en los estados del norte o la parca movilización en entidades perredistas. Vamos, ni siquiera se ha planteado con seriedad una evaluación de la estrategia de medios o el efecto de la excesiva confianza e incluso de la soberbia, como parte de la ecuación de la derrota.
El problema es que cualquier crítica, planteada desde cualquier espacio, por cualquier persona, ha sido sancionada por la coalición, con intolerancia, recriminación y descalificaciones.
La crítica, decía José Martí, es ejercicio del criterio, y criticar en este momento lo que pasó en la elección de 2006 es importante para un movimiento de izquierda, ahora llamado Frente Amplio Progresista, que ganó muchos espacios en el Congreso y se quedó a un paso de la Presidencia de la República real.
¿Qué se hizo mal? ¿Qué falló? ¿Qué hizo falta? ¿Qué impidió un triunfo claro? ¿Por qué la ciudadanía no pudo confiar en esa opción de izquierda?
Las izquierdas, en sus diversas variantes y expresiones, tienen un gran reto y una oportunidad. Hoy existe, como nunca, un espacio político muy importante que llenar, para preparar la otra alternancia.
Las opiniones y críticas que hemos podido leer en las últimas semanas, de intelectuales y políticos como Roger Bartra, Carlos Fuentes, Rolando Cordera, Cuauhtemoc Cárdenas, Gilberto Rincón Gallardo, Luis Villoro o José Woldenberg, por citar sólo algunos nombres, convergen en una pregunta de fondo: ¿Qué izquierda para México?
Es claro que nuestro país necesita una izquierda democrática, institucional, moderna, liberal, tolerante, quizá de corte socialdemócrata, pero sobre todo una izquierda responsable, que sepa participar con las reglas de la democracia electoral. Una izquierda cuyo triunfo no ponga en riesgo la democracia ni sus instituciones.
Andrés Manuel López Obrador se equivocó al autoproclamarse “presidente legítimo”. Ese no era el camino. Su decisión es una salida falsa y lo hace perder seriedad y respetabilidad. Lo coloca en el extremo, lo radicaliza y lo aleja de quienes realmente hacen posible el triunfo de la izquierda.
Es comprensible y respetable el efecto simbólico y romántico de un “nuevo gobierno”, una “nueva república” y un “constituyente”, planteados así por la Convención Nacional Democrática el pasado 16 de septiembre. Pero, en lo que eso sucede allá afuera, la sociedad necesita, hoy, una izquierda aquí adentro, una que atienda sus causas y sus necesidades.
Lo que los pobres de este país necesitan hoy, son políticos de izquierda, eficientes, responsables, serios, comprometidos con sus causas y capaces de sacar adelante decisiones políticas que mejoren efectivamente sus oportunidades y su calidad de vida.
La izquierda se va de frente y no hace un alto indispensable en la reflexión y en la autocrítica.
Ojalá que escuchen, vean y entiendan. Por el bien de todos.
e-mail: sabinobastidas@hotmail.com
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