El primer acto de gobierno del nuevo régimen inglés fue el de conferirle plena independencia al banco central, algo que la izquierda siempre ha visto como inaceptable en todo el mundo. En este sentido, el triunfo del Partido Laborista en Inglaterra -el partido de izquierda en ese país- promete avanzar todavía más la política económica de apertura y reforma que había iniciado años antes la primera ministra Margaret Thatcher. Esta ironía no es producto de la casualidad. El mundo está cambiando a tal velocidad que ningún partido político puede sustraerse de esta realidad. Si la política económica va a seguir el mismo rumbo que la del Partido Conservador que perdió las elecciones luego de dieciocho años en el poder, lo interesante será observar las diferencias.
El primer paso que dio el nuevo gobierno de Tony Blair fue fascinante no sólo por su audacia, sino sobre todo por la claridad de rumbo que demostró. En un solo golpe, el nuevo gobierno se ganó el respeto de los agentes económicos, sobre todo del sector financiero, y demostró no tener la menor intención de echar para atrás los avances logrados en casi dos décadas de profundas reformas económicas. No sólo no adoptó ninguna de las políticas que algunas izquierdas en el mundo -como la nuestra- siguen proponiendo, sino que mandó una clarísima señal de que el rumbo va a seguir siendo exactamente el mismo. En esto, el gobierno de Tony Blair demuestra que no hay muchas opciones en este mundo de globalización: o la economía compite o se desquicia.
La tradición histórica del Partido Laborista, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, fue la de un partido dedicado a expropiar grandes consorcios industriales y a fortalecer la postura del gobierno como el organizador y planeador de la economía y, en general, de la sociedad. Por décadas, un régimen tras otro fue incrementando los activos económicos en manos del gobierno. Un sinnúmero de sectores cayeron bajo la égida gubernamental, además de que, a través de los sindicatos que constituían la espina dorsal del partido, el gobierno tenía una enorme influencia sobre el devenir económico. Los pobres resultados de aquella estrategia muestran cómo fue cambiando el mundo y, sobre todo, cómo la inflexibilidad que le acompañaba era tal, que Inglaterra fue incapaz de evitar un gran colapso. La economía inglesa logró un gran repunte en la primera década de la postguerra, pero luego comenzó una caída gradual, pero constante. Los índices de inversión declinaron en forma sistemática y, eventualmente, la economía inglesa entró en un círculo vicioso de relativo empobrecimiento. Los ingleses no tardaron mucho tiempo en darle nombre a su situación: le llamaban la “enfermedad británica”.
A finales de los setenta los electores decidieron que habían tenido suficiente del experimento laborista y eligieron a la que acabó siendo conocida como la “Dama de Hierro”. Margaret Thatcher fue la primera cabeza de gobierno en la época de la postguerra en abogar por un cambio radical. Sus predecesores del propio Partido Conservador, en esa época habían intentado contener los excesos de los gobiernos laboristas, pero ninguno había propuesto un cambio de estrategia. Thatcher comienza por negarse terminantemente a ceder ante una huelga de mineros, con lo que mandó una señal contundente de que daría un cambio radical en la política económica. Con ese acto comenzarían diez años de reformas que, en cierta forma, inaugurarían una nueva tendencia en todo el mundo. Thatcher privatizó todo lo que pudo, reorganizó la economía, redujo los impuestos y logró que la economía inglesa fuese la de mayor crecimiento de toda Europa en la última década. Todo comenzó con una señal clara y contundente que indicaba que ella cambiaría el rumbo en forma definitiva.
La decisión de Tony Blair de transferir plena autoridad al Banco de Inglaterra para administrar la política monetaria constituye una señal igual de contundente, pero en sentido inverso. El objetivo de Blair fue el demostrar que no piensa cambiar nada de lo esencial en la política económica y que seguirá avanzando el proceso de reforma de la economía para sostener a Inglaterra como uno de los países punteros del mundo. Este tipo de señal era crucial para que el Partido Laborista lograse el respeto y reconocimiento por parte de los agentes económicos de que no iba a echar para atrás todo lo que ya se había avanzado, y que no se volvería a pagar otro enorme costo social por cambiar lo que no debe ser alterado. Igual de importante era enviar una señal a las viejas bases del Partido Laborista, para que supieran que el viejo sindicalismo está muerto y no tiene la menor posibilidad de retornar. Blair demostró no sólo comprender la lógica de los mercados, sino también tener plena claridad del único rumbo que es posible seguir.
Durante su campaña electoral, Blair sostuvo una y otra vez que continuaría el rumbo iniciado por Margaret Thatcher y seguido por John Major, pero que lo haría mejor y con un mayor sentido humano. Jamás sugirió que tomaría una decisión tan trascendente como la del Banco de Inglaterra. Pero comprendía perfectamente bien que la gran duda que había sobre él y su partido tenía que ver con el pasado: ¿se trata de un “nuevo” Partido Laborista o de la vieja gata, pero ahora revolcada? En retrospectiva, es obvio que, al ganar, Blair sabía que tenía que dar un mensaje claro y contundente para convencer hasta a los más escépticos. Es en este sentido que su sorpresiva acción fue tanto más trascendente.
En lo sucesivo Blair tendrá que poder demostrar que él y su partido pueden ser igual de audaces y capaces de sostener el paso de reforma, pero, en sus palabras, con un sentido humano. Va a ser interesante observar cómo este partido sopesa de una manera distinta valores con los que juegan los gobiernos todos los días, como los de equidad y libertad, acceso y libertad de expresión, que se reflejan en sus decisiones cotidianas. Por ejemplo, un gobierno de izquierda puede ser igual de privatizador que uno de derecha, pero uno supondría que al de izquierda le preocuparía menos el precio de venta de una empresa que la manera en que se estructura la relación laboral o la composición del accionariado (sobre todo para dar acceso a muchísima más gente a la propiedad). El tiempo dirá si existen tales diferencias.
Para nosotros el mensaje del triunfo laborista difícilmente podría ser más obvio. En esta etapa de la economía mundial no hay mayor latitud respecto a las grandes líneas de la estrategia de desarrollo que puede adoptar un país, razón por la cual virtualmente no hay nación en el mundo que vaya en una dirección distinta. Ya ni Vietnam o Cuba son excepciones a esta realidad. Lo que en México no tenemos es partidos dispuestos a abogar por una profundización y avance rápido de la transformación económica. El PRI ha adoptado una estrategia de retroceso que, además, choca con la postura gubernamental, que es la única que propone avanzar, aunque sea muy lentamente, en el camino de reforma. El PAN y el PRD sostienen posturas muy similares entre sí, ambas confusas y más cercanas a las del Partido Laborista inglés de la postguerra que a lo que hoy el país requiere -y que es lo único compatible con la realidad económica internacional. No hacemos un partido de los tres que cuentan.
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