Opinión. Dos visiones sobre una misma encuesta. En días recientes, el Centro de Investigación para el Desarrollo, A. C. dio a conocer los resultados de una encuesta levantada de manera conjunta con la empresa encuestadora Zogby International. Realizada simultáneamente en México y Estados Unidos, en ella se inquiere a los pueblos de ambos países sobre diversos aspectos derivados de la vecindad. El estudio aborda los temas de la agenda bilateral, pero deliberadamente pone énfasis en otra vertiente: una más humana, donde se exploran identidades, valores, cultura y, sobre todo, las percepciones que tenemos sobre nuestra contraparte en el otro lado de la frontera. En CIDAC, la encuesta sobre percepciones entre México y Estados Unidos suscitó dos lecturas distintas. Los resultados de la encuesta hacen irresistible arribar a conclusiones que arrojan un panorama sombrío
Los pesimistas suelen ser los aguafiestas, los que ven el lado oscuro de las nubes y se lamentan. Los amargados que encuentran en lo negativo un gozo pervertido. La encuesta CIDAC-Zogby sobre percepciones entre México y Estados Unidos provee de elementos de sobra para sustentar las opiniones de aquellos que ven con fatalidad el futuro de la relación binacional. Pero también hacen tambalear al moderado, al que presuponía que a nivel de percepciones de los pueblos habría más coincidencias que puntos de fractura. Los resultados de la encuesta, que a continuación se reportan, hacen irresistible arribar a conclusiones que arrojan un panorama sombrío.
Son tres las piezas que brinda la encuesta para armar el rompecabezas de esta visión pesimista sobre el futuro de la relación bilateral. Una está en el campo de nuestras percepciones respecto al vecino; otra, en lo que estamos dispuestos a ceder para transformar el statu quo de la relación, y una última, en la importancia que otorgamos a la relación con Estados Unidos. En todas ellas se reflejan percepciones que se han gestado y reproducido a través de los años; percepciones que han resistido los altibajos de la relación entre gobiernos, que persisten a pesar del TLC norteamericano y del intercambio creciente de bienes, inversiones, personas y remesas. Arraigadas como parecen estar, estas percepciones son un primer y quizá más formidable obstáculo para construir una relación más productiva con el vecino para el beneficio del país.
La primera pregunta que lanza la encuesta, y que anticipa el tono que prevalece a lo largo de la misma, sobre todo del lado mexicano, es la que indaga sobre nuestra impresión sobre los americanos. Más de la mitad de los mexicanos (53 por ciento) respondió que tenía una impresión desfavorable o muy desfavorable de sus vecinos. Primer llamado a nuestra atención. Evidentemente las opiniones desfavorables sobre el gobierno estadounidense congregaron a todavía más mexicanos: 66 por ciento manifestó tener una opinión desfavorable sobre las autoridades de aquel país.
Al desagregar está opinión general en atributos específicos, se confirma el juicio negativo que vertemos sobre los estadounidenses: un 46 por ciento de mexicanos los consideramos poco o nada trabajadores contra un 11 por ciento que les da la calificación contraria; un 43 por ciento los calificamos de deshonestos; 73 por ciento los percibimos como racistas y un 80 por ciento pensamos que discriminan a nuestros compatriotas en su país. Difícil producir una fotografía más desfavorable del vecino. Se explica entonces que prefiramos la distancia antes que la amistad.
Una pregunta más acaba por redondear nuestra mala impresión de los estadounidenses. La encuesta inquiere al mexicano sobre las razones que explican la riqueza de Estados Unidos vis-ˆ-vis nuestro país: el 63 por ciento responde que es porque explota a los demás, sólo un 22 por ciento mencionó como razón el que Estados Unidos sea un país libre con gran oportunidad para trabajar. Es irónico, ¿esquizofrénico?, que, al tiempo en que sostenemos este juicio devastador, un 45 por ciento afirme sin pudor que su vida mejoraría si cruzara la frontera de manera ilegal.
Es probable que estas percepciones se alimenten del choque entre nuestras expectativas y la realidad. Imaginamos durante los primeros años de la actual administración foxista que era posible lograr un acuerdo migratorio que permitiera un flujo sin restricciones de nuestros trabajadores al país vecino y una paulatina regularización de los que residen ilegalmente allá. Lo concebimos como algo merecido, no como un tema sujeto a negociación y a avances incrementales.
El 80 por ciento de los mexicanos compartimos la idea de que el trabajo de nuestros connacionales en Estados Unidos beneficia a su economía, ergo esos flujos de trabajadores deben ser regularizados. Nos oponemos con vehemencia al muro, pero no estamos dispuestos a ceder para avanzar en este tema. La encuesta CIDAC-Zogby plantea intercambios hipotéticos para medir nuestra disposición a ceder a cambio de lograr medidas menos restrictivas para el flujo de nuestros trabajadores emigrantes.
Planteamos dos preguntas concretas: ¿Estaría de acuerdo o en desacuerdo en que Estados Unidos reduzca las restricciones a la inmigración de mexicanos a cambio de que se permitiera la inversión estadounidense en el petróleo o gas mexicanos? Sesenta y cinco por ciento de los mexicanos manifestamos nuestro rechazo. A la pregunta ¿usted aprueba o desaprueba un plan de ayuda financiera de Estados Unidos para mejorar el desarrollo de México a cambio de controles a la migración ilegal? Más de la mitad (53 por ciento) respondió que no. Con esta escasa disposición a negociar, ¿es posible avanzar una agenda común?
Al dar un brinco a los temas culturales explo-rados en la encuesta, nuestras reticencias con respecto al vecino siguen presentes. Preguntamos si el impacto cultural de Estados Unidos en México ha sido favorable o desfavorable. Un 44 por ciento respondió que éste ha sido desfavorable. Un 19 por ciento manifestó incluso que no ha habido tal impacto. Hay un dejo de soberbia “cultural” cuando un 40 por ciento de nosotros afirmamos que hemos aportado de manera favorable a la cultura de Estados Unidos.
Una última pregunta acaba de tejer esta madeja de resistencias y prejuicios que, fundados o no, estrechan el margen de maniobra de lo que es posible plantear y avanzar en nuestra relación con el vecino. Lanzamos la pregunta de qué tan importante es la relación con Estados Unidos. Sólo el 24 por ciento respondió que ésta es muy importante. ¿Mejor manera de evidenciar nuestra resistencia a la realidad?
Las respuestas que los estadounidenses dieron a cada una de estas preguntas marcan un severo contraste con lo que nosotros expresamos, pero también indican que hay espacios de cooperación que nos negamos a reconocer y aprovechar. La opinión que los estadounidenses guardan de nosotros es sorprendentemente favorable. Ochenta y cinco por ciento expresa una impresión favorable de nosotros. Nos consideran trabajadores, tolerantes y honrados. Explican la pobreza del país por fallas de nuestro gobierno y la corrupción. Muy pocas menciones nos ubican a nosotros como responsables. El tema sensible para ellos es la migración, como para nosotros es el sector energético. Pero incluso en ese tema expresan un poco más de disposición a la negociación que la que nosotros mismos mostramos. Pareciera que hay una mano extendida que los mexicanos nos negamos a estrechar. Y este es el punto medular. Los obstáculos a una relación bilateral más fluida son puestos por nosotros mismos. Están aceitados con prejuicios, anclados en hechos históricos y en una retórica que a base de repetirse se acabó por transformar en una verdad inmutable.
La autora es directora general del CIDAC.
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