La teología del fraude

PRD

Dios sí existe. Dios no existe. La discusión entre creyentes y ateos se ha prolongado por varios siglos. Jamás pondrán llegar a un acuerdo porque ninguna de las partes puede ofrecer pruebas contundentes que confirmen sus afirmaciones. La fe es un ejercicio del espíritu y la razón un deporte de la mente. Un creyente no necesita argumentos lógicos, ni demostraciones empíricas para abrazar su credo. A un hombre religioso le basta la convicción de su fuero interno para demostrar la existencia de su Dios.

Andrés Manuel López Obrador presupone la existencia de un fraude electoral, como un devoto está convencido de los poderes milagrosos de San Judas Tadeo, el santo patrono de las causas desesperadas. En las últimas tres semanas AMLO ha repetido en distintas formas y foros que la elección donde votamos 40 millones de mexicanos fue una mayúscula patraña. No hacen falta datos, pruebas o argumentos para demostrar el fraude, sólo basta tener fe en la palabra de AMLO. Si alguien pide sustento a las acusaciones, el tabasqueño y sus seguidores reaccionan como si la duda fuera un atrevimiento. La fe verdadera no tiene por qué rendir cuentas. Quien ose pedir una demostración concreta de la estafa electoral es un apóstata de la esperanza.

José Woldenberg tiene razón cuando afirma que muchos movimientos políticos tienen características muy similares a las comunidades espirituales. Una congregación religiosa se rige por los mandamientos que proclama una entidad. Una república se gobierna por las normas e instituciones que emanan del contrato social. Cientos de miles de mexicanos responden a la convocatoria de protestar contra el fraude como quien atiende a un llamado religioso. La única prueba que necesitan para refrendar sus convicciones es la palabra de su guía. Si el portador del dogma correcto se contradice un día sí y el otro también eso no importa. Los fieles atenderán el llamado al templo de la plaza pública. La ceremonia servirá como catarsis para reforzar el credo. El predicador lanza su sermón y a su voz se suma el fervor de miles de gargantas: “voto por voto, casilla por casilla. La resistencia civil sea con ustedes y con su espíritu”.

Desde del púlpito del Zócalo, el emisario de la esperanza se convierte en un juez que emite sentencia sobre la estatura moral de las instituciones de la República: “Le recuerdo a (Felipe Calderón) también que México no merece tener un Presidente de la República espurio, sin autoridad moral ni política”. El líder de la congregación Por el Bien de Todos otorga licencias de legitimidad a nuestras autoridades públicas.

Ante la diferencia milimétrica entre el primero y el segundo lugar, AMLO tenía un camino secular y argumentativo para impugnar el resultado de la elección: Hacer un tercer recuento servirá para fortalecer las instituciones democráticas, sin importar el nombre del ganador. En cambio, López Obrador demanda abrir los paquetes electorales para confirmar el mito de su triunfo. Una narrativa sin sustento en hechos reales y comprobables es una rama de la mitología.

AMLO tomó una ruta para impugnar los comicios, donde los dichos pesan más que los hechos. Primero afirmó que hubo un fraude cibernético, pero luego decidió que el chanchullo fue “a la antigüita”. La semana pasada se enredó con una cinta de video y ahora presenta en internet “las inconsistencias” aritméticas de las actas. A la página web http://www.amlo.org.mx/ le hace falta claridad en la presentación de datos y en ninguna parte se ofrece evidencia para sostener la afirmación de que el PRD ganó los comicios presidenciales.

El error más grande de López Obrador es autoproclamarse como ganador sin ofrecer otras pruebas que su propia lectura del 2 de julio. La paradoja del Peje es que sus desplantes verbales y la errática defensa de su causa, lo han transformado en la caricatura que pintaron sus adversarios durante la campaña electoral.

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