Poco a poco va emergiendo la estrategia del PRI para las elecciones del próximo julio. Deliberadamente o no, cada uno de los pasos que el partido y el gobierno han venido dando desde diciembre pasado está forjando una línea de acción que evidencia tanto las preocupaciones del PRI como sus expectativas. En el camino, gobierno y partido, han optado por correr riesgos que muchos críticos pensaban imposibles, como ha sido el reincorporar a los dinosaurios en la primera línea de batalla. Esto presenta un tema fundamental sobre la política mexicana: ¿son los priístas los que han perdido el piso o son sus críticos los que no entienden la realidad?
El nombramiento de Roque Villanueva como presidente del PRI y su agresiva campaña de desprestigio de la oposición rompió de tajo con la estrategia que el régimen había adoptado desde su inauguración. Hasta ese momento, muy en línea con la retórica de la “sana distancia”, el PRI estuvo encabezado por un caballero que negociaba con la oposición, que buscaba mostrar la cara amable del partido y ganar la credibilidad de la sociedad (y del mundo). Desde la perspectiva gubernamental, lo importante era contribuir a transformar al sistema político en su conjunto, del cual el PRI era evidentemente una pieza clave. Desde la perspectiva nacional, la estrategia fue muy exitosa, pues disminuyó las tensiones políticas, lo que a su vez contribuyó a que la reforma electoral fuese posible . Pero, desde el punto de vista de los priístas, la estrategia fue un desastre. Los fracasos electorales se acrecentaron, el desprestigio internó aumentó y la percepción de que nadie estaba a cargo se profundizó.
Con el relevo en el liderazgo, que vino asociado al despido del procurador de origen panista, todo cambió. El PRI se tornó en un partido agresivo, dispuesto a reclamar los derechos y privilegios que consideraba suyos y a imponer sus estilos, conceptos y valores sobre los demás. La crítica no se dejó esperar. El cambio de discurso priísta llamó la atención de todo el mundo; los cometaristas y columnistas de inmediato calificaron la nueva retórica de agresiva y a muchos nos preocupó la creciente violencia en el lenguaje. Sin embargo, independientemente de lo que piensen los observadores, el hecho innegable es que la nueva estrategia del PRI ha logrado unificar a los priístas, los ha dotado de una causa común y les ha hecho sentir, por primera vez en muchos años, que tienen liderazgo y que pueden defender sus intereses abiertamente.
A los cambios en el partido se vienen a sumar la conformación de las listas de candidatos y el llamado a los dinosaurios para que contribuyan a hacer que la estrategia sea un éxito en julio próximo. Nadie sabe cuál será el resultado de todo esto en materia electoral. A la luz de sus acciones, es evidente que los priístas creen que su descenso en los últimos años se debe a causas exógenas, a las negociaciones extra-electorales con la oposición y a la prensa internacional. Los priístas parecen creer que si retornan al manejo de las bases, al uso de un lenguaje más propio de un partido único, que es el de su historia, los votantes van a retornar. En julio sabremos si los observadores tienen razón en pensar que los priístas están queriendo echar para atrás el reloj de la historia ignorando los cambios de los últimos años, o si éstos en realidad entienden mucho mejor al mexicano y van a ser muy diestros en manipularlo una vez más.
Independientemente de cuál sea el resultado de las elecciones en julio, la estrategia priísta permite llevar a cabo algunas especulaciones sobre lo que todo esto puede implicar para el país. Quizá la pregunta más importante sea por qué se retorna a un esquema que muchos pensaban totalmente superado. Se me ocurren tres hipótesis posibles. La primera hipótesis es la más simple: se trata de un disparo en la obscuridad, para ver si pega. Es decir, ya que la táctica del nuevo presidente del PRI ha sido tan exitosa, por qué no ir un paso más adelante. En una de esas pega. Algo de esto debe tener la estrategia priísta, pero parece demasiado trivial. A final de cuentas, la nominación del actual presidente del PRI fue resultado de un cambio en la concepción del ejercicio del poder desde la presidencia. Aunque obviamente no todos los componentes de la estrategia tienen que ser extraordinariamente premeditados, involucrar a personas -los dinosaurios- que, con o sin razón, son culpados de muchos males del país por un enorme porcentaje de los mexicanos, parecería temerario.
La segunda hipótesis parte de la premisa opuesta. Tanto las listas de candidatos como la invitación a los viejos priístas responde a un cuidadoso cálculo sobre las habilidades de cada uno de ellos para lograr el voto. Desde esta perspectiva, las nominaciones de candidatos no fueron resultado de negociaciones, sino de la articulación de una estrategia concienzuda. Cada candidato (o sus apoyos en la forma de viejos priístas) conoce a las fuerzas políticas de cada localidad, conoce las articulaciones de intereses y sabe como cobrar viejas cuentas. La estructura del PRI, organizada en torno a lealtades, volvería a renacer. Suponiendo que esas estructuras siguen vivas y continúan siendo funcionales, los priístas estarían buscando volver a emplearlas y con ello evitar desastres para el PRI como el que sufrieron en el estado de México en noviembre pasado. En esa ocasión, casi todas las pérdidas importantes para el PRI se debieron a que los votantes priístas simplemente no se aparecieron en las casillas.
En julio sabremos si esta estrategia es realista pero, en caso de serlo, la pregunta importante sería ¿por qué habrían de jugar este juego los viejos priístas? En los últimos años, los dinosaurios han sido crecientemente excluidos del poder y de los beneficios que el sistema les otorgaba a cambio de su lealtad. Si están dispuestos a colaborar con el triunfo del PRI es porque tienen la expectativa de que van a recibir beneficios a cambio de su participación. Dado que todas las reformas que el gobierno propone realizar -y para las cuales no se cansa de afirmar que requiere una mayoría priísta en la Cámara de Diputados- típicamente afectan los intereses de esos mismos priísta, como ocurrió con las privatizaciones, la desregulación y los recortes presupuestales de la última década, sólo quedan dos posibilidades: una es que ya hubo una transacción de por medio en la que se delimitó lo que el gobierno podría hacer a cambio del apoyo de los priístas. Es decir, el gobierno abandona algunos de sus objetivos a cambio del apoyo priísta a su supervivencia.
La explicación alternativa, que es la tercera hipótesis, es que no hubo tanto cálculo frio y cuidadoso, sino que los grupos del partido compitieron por las nominaciones de candidatos y éstas reflejan el status quo entre ellos. Algunos grupos lograron muchas más posiciones que otros e intentarán hacerlas efectivas, en términos de beneficiar a sus intereses, en los próximos años. Es decir, no hubo transacción alguna, pero el hecho de que ellos dominen al aparato partidista y, de ganar en julio, la Cámara de Diputados, les va a conferir una enorme fuerza y gran capacidad de dominar las decisiones legislativas, los procesos internos del partido y, en buena medida, el devenir del gobierno.
La apuesta del PRI y del gobierno es enorme. El partido está luchando por su supervivencia, razón por la cual parece dispuesto a aceptar enormes riesgos. El tiempo dirá si hay cálculos y estrategia detrás de sus acciones, o si se trata de meros disparos ciegos al amparo de la obscuridad, dentro de un entorno general de confusión. Para el gobierno esta jugada es del todo por el todo.
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