El frenético final del año pasado en el ámbito político-legislativo mostró una faceta del “nuevo” México sobre la que es interesante comenzar a reflexionar. Por más que el voto decisivo que hizo posible la aprobación tanto del presupuesto gubernamental como del paquete de rescate bancario provino de la combinación de la mayoría de los diputados del PRI y del PAN, los debates y posturas de sus integrantes mostraron diferencias muy marcadas respecto a la manera en que cada uno de ellos cree que debe ser enfocado el desarrollo del país. La realidad es que las concepciones, filosofía e ideología de los políticos ya no se definen por el membrete partidista, sino por un conjunto de principios que bien podría acabar transformando al país.
Más que ver los votos que hicieron posible la aprobación de ambas iniciativas en la Cámara de Diputados es interesante observar a los diputados disidentes ya sea en su discurso o en su voto (porque no necesariamente ambos coinciden en todos los casos: algunos diputados objetaron la decisión de su partido pero eso no obstó para que votaran en favor de la legislación). Algunos diputados, tanto del PRI como del PAN, se oponían radicalmente a la aprobación de las dos iniciativas gubernamentales. Otros diputados, también de ambos partidos, apoyaban las iniciativas en términos generales. Pero las razones de su apoyo o rechazo son por demás interesantes. Las visiones del mundo que yacen detrás de esas posturas son compartidas por infinidad de mexicanos a lo largo y ancho del país.
Los debates decembrinos permitieron observar cómo la política nacional va abandonando las etiquetas fáciles de derecha e izquierda, así como las nociones tradicionales de la función gubernamental en la economía. En los debates del mes pasado igual hubo priístas que se oponían al proyecto gubernamental porque constituía una “traición a los principios revolucionarios”, que aquellos que manifestaron la necesidad de quitar al gobierno “de la espalda de los mexicanos que trabajan”. Algo no muy distinto ocurrió entre los panistas: algunos se oponían a cualquier cosa que entrañara un aumento de facultades (incluyendo impuestos) para el gobierno, mientras que otros preferían proteger a la industria del embate del comercio exterior.
El hecho es que estamos entrando en una nueva etapa de la política mexicana, etapa que no revela en toda su complejidad lo que en realidad está ocurriendo, toda vez que los diputados, y los políticos en general, son menos libres de lo que su retórica sugeriría, por el hecho de que sus carreras políticas siguen dependiendo de los partidos y sus dirigencias. Pero ese factor no debe distraer la atención de la revolución que está teniendo lugar dentro de los propios partidos. Aunque a muchos integrantes de los tres partidos principales les parezca grotesco, cada vez es más evidente y frecuente que existan muchos más puntos de contacto y posturas comunes entre diputados de distintos partidos que entre los miembros de cada uno de ellos. Esto le podrá parecer herejía pura a algunos perredistas, pero no hay la menor duda de que ese partido es mucho menos monolítico de lo que la retórica de sus líderes sugiere.
En términos generales, parecen estar delineándose un conjunto de lógicas políticas que principalmente reflejan preferencias personales (ideológicas, políticas o pragmáticas), pero que seguramente irán poco a poco sumando las presiones que logre ejercer el electorado. En cualquier caso, estas posturas atraviesan las líneas partidistas a lo largo de dos ejes que se cruzan. En los extremos del primer eje se encuentran los separatistas y los integracionistas: por un lado aquellos que quisieran cerrar al país (y los ojos) respecto al resto del mundo, proteger a la industria nacional, negar las corrientes globalizadoras y pretender que se puede gobernar al país al margen de lo que ocurre en otras latitudes. Ahí encontramos a muchos priístas del viejo estilo y, por supuesto, a la mayoría de los perredistas, pero también hay muchos panistas que comparten esa visión del mundo. En el otro extremo se encuentran aquellos que no sólo ven a la globalización como una realidad, sino que la entienden como la mejor oportunidad para “saltar” etapas en el proceso de desarrollo y con ello elevar los niveles de vida de la población en un plazo mucho más corto de lo que sería posible de otra forma.
En el primer extremo del segundo eje se encuentran quienes ven al gobierno como el salvador de la sociedad, como la entidad redentora que, apropiadamente dotada, va a resolver todos los problemas de la economía y de la sociedad. Quienes coinciden en esta vertiente buscan concederle la máxima latitud a la autoridad gubernamental, recursos fiscales extraordinarios y facultades generales amplias. Entienden al gobierno como superior a la sociedad. Es interesante notar que en esta perspectiva coinciden muchos miembros de los tres principales partidos, no sólo del PRD o del viejo PRI. En el otro extremo de este eje se encuentran quienes creen que el gobierno no es una panacea sino, en todo caso, un mal necesario. Conciben al gobierno como la institución clave que puede sesgar las oportunidades de desarrollo del país y hacerlas efectivas, pero no como una entidad que pueda decidir por la sociedad ni substituirla en modo alguno. Para estos políticos el gobierno es indispensable para establecer las reglas del juego en una sociedad, pero no le conceden ningún atributo mayor. En este plano coinciden muchos miembros del PRI, sobre todo quienes han desarrollado una mayor capacidad de adaptación a las cambiantes realidades internacionales y ciertamente muchos integrantes del PAN. Sin embargo, no es sorprendente también encontrar en este espacio a algunos perredistas que han logrado rebasar las líneas oficiales de su partido.
Si uno construye una matriz con estos dos ejes se encuentra muy rápido con que las posturas de nuestros políticos se vuelven fácilmente ordenables: algunos prefieren un estado grande pero en una economía abierta, en tanto que otros prefieren una economía protegida con un gobierno menos poderoso y abusivo. Los zapatistas y prozapatistas pugnan por una economía cerrada y un gobierno todo poderoso y son muy distintos a quienes propusieron y lograron la aprobación de un aumento en los aranceles a las importaciones a la vez que una disminución del gasto público. Las combinaciones posibles son muchas y ayudan a comprender la creciente diversidad que comienza a caracterizar a la política partidista en el país.
Detrás de estos matices y brechas se encuentra un punto muy simple pero trascendental. En la medida en que el país cambia y se va transformando, sobre todo en el ámbito económico, las diferencias en las posturas y creencias de nuestros políticos se van a hacer no sólo más visibles, sino cada vez más importantes. La economía del país va a obtener beneficios o sufrir las consecuencias de las decisiones que están tomando individuos dentro de partidos en los que ya no se comparte una única visión en común del desarrollo del país. Esto podría posibilitar alianzas e iniciativas que hoy parecerían impensables. Pero lo anterior no va a ocurrir hasta que no cambien los factores que determinan la disciplina partidista.
Las lógicas que comienzan a guiar a los políticos mexicanos trascienden las líneas partidistas. Esta nueva circunstancia no ha roto con la fortaleza de los partidos, esencialmente porque la ausencia de reelección le confiere una enorme importancia a los partidos políticos y a sus líderes en la nominación de candidatos futuros. Esta situación constituye un obstáculo en muchos casos insalvable, pues muy pocos políticos están en la posición de poder abandonar la línea partidista, independientemente de sus preferencias. La disciplina partidista puede ser buena o mala, dependiendo de la postura individual que uno tenga; sin embargo, el hecho de que existan mecanismos que la hacen efectiva no disminuye la importancia de las crecientes brechas que se observan entre los militantes de cada partido. Por ello, cuando el PRD le reprocha al PAN sus votos recientes lo que está haciendo es desconocer la creciente diversidad que se observa dentro de ese partido -y de la política nacional en general.
La creciente diversidad política no es un accidente de nuestra historia. Es mas bien producto de la liberalización política que el país ha venido experimentando. En sí mismo, ésta no es buena ni mala: es una realidad. En la medida en que persisten los incentivos que tienden a premiar los extremos y el radicalismo, esas serán las posturas predominantes. En la medida en que se comience a alterar la lógica perversa que hoy polariza todo en la política nacional será posible comenzar a articular un espacio de acuerdo y entendimiento. La diversidad política no va a disminuir. Pero lo que es obvio es que, de continuar los incentivos que actualmente promueven la polarización en lugar de la construcción de acuerdos y pactos institucionales, el país continuará perdiendo sus antiguas fortalezas sin construir ninguna otra a cambio.
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