En La quinta montaña, Paulo Coelho afirma que “todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo, inclusive aquellas que perdemos”. Si hay un país del que todo el mundo podría aprender es Japón. Luego de décadas de crecer de manera sistemática, desarrollar tecnologías extraordinarias y enseñarle al mundo nuevas maneras de producir, hace veinte años Japón enfrentó una crisis similar a la que recientemente golpeó al resto del orbe y no parece haber podido salir del bache. Durante ese tiempo, el gobierno japonés ha intentado toda clase de estratagemas sin éxito: los japoneses viven muy bien pero su economía sigue deprimida. ¿Habrá ahí lecciones útiles para nosotros?
Según Robert Samuelson, el pobre desempeño de la economía japonesa tiene dos causas. Una es el envejecimiento de su población, situación que tiene causas tanto sociales como económicas, ninguna de las cuales es aplicable a nuestras circunstancias. La segunda causa a la que apunta el estudioso es la existencia de una “economía dual”: un sector exportador altamente eficiente (como Toyota y Toshiba) y un mercado interno poco competitivo. Hasta los ochenta, la economía japonesa crecía gracias al impulso de las exportaciones de productos industriales, sobre todo automóviles y aparatos eléctricos y electrónicos: “el 20% de la economía jalaba al restante 80%”.
La revaluación del yen en los ochenta encareció las exportaciones y propició que muchas de sus fábricas se trasladaran a otros lugares, entre ellos EU y México. En ausencia del jalón que ejercía la exportación, la economía interna se paralizó. “El sector doméstico permanece artrítico… Japón tiene una de las tasas más bajas de creación de empresas de todos los países industriales. En realidad, los únicos buenos años que ha tenido el sector ocurrieron cuando un yen más débil estimuló a las exportaciones”. El gobierno japonés ha elevado el gasto público, invertido en infraestructura, mantenido tasas de interés muy bajas y desarrollado los proyectos de estímulo económico más impresionantes sin resultado alguno. La conclusión a la que llega Samuelson es que para que una economía crezca y genere empleos se requiere de un vigoroso sector privado y eso no se ha dado en Japón.
La semejanza con nuestra propia realidad es impactante. En nuestra economía perviven dos mundos contrastantes: el de un sector hipercompetitivo y exitoso que exporta, compite con importaciones y se desarrolla como los mejores del mundo, y una economía vieja y anquilosada que a duras penas sobrevive. Los primeros generan riqueza, los segundos viven de las migajas que sobran. La existencia de estos dos mundos en buena medida explica nuestra realidad económica: cuando las exportaciones crecen, como este año, el resto de la economía comienza a funcionar; cuando las exportaciones declinan, como ocurrió en el 2009, la demanda interna se colapsa. Como en Japón, el 20% jala al 80% restante. Pero ese 20% produce mucho más, a menor precio y de mejor calidad que todo el resto.
Las semejanzas con Japón no paran ahí. La razón por la que existen estos dos mundos contrastantes tiene que ver con la protección, explícita o implícita, de facto o de jure, que caracteriza al mercado interno. Algunos de los mecanismos de protección son obvios: aranceles, normas o subsidios que permiten que determinados productos no puedan ser importados o que su costo de importación resulte prohibitivo. Los beneficiarios de estos mecanismos están de plácemes, pero lo interesante es que no hay un reconocimiento, ni siquiera entre los propios empresarios, de que la protección a unos implica la desprotección a otros: si un empresario en el mundo del zapato goza de una protección en la fabricación de suelas, sus productos serán más caros que la alternativa, sacando del mercado a todos los demás zapateros. La protección que tanto desean muchos empresarios tiene el efecto de reducir la competitividad de toda la economía. Las empresas y sectores que son exitosos no gozan de protección alguna: por eso son exitosos.
Hay otros mecanismos de protección que son quizá más culturales. Cuando yo era niño tenía una responsabilidad en mi casa: con el calor de su uso, algunos focos se pegaban al recipiente de aluminio empotrado en el techo porque el spot estaba mal diseñado. Cada cierto número de meses tenía yo la tarea de romper el foco fundido, remover la rosca con una pinza e instalar uno nuevo. Cuarenta años después me mudé a una casa en la que había los mismos spots y sigo haciendo la misma tarea: la ausencia de competencia hizo que el producto siguiera siendo deficiente. Cuando le pregunté al electricista por qué había instalado esos spots su respuesta fue que eran los que siempre había instalado. El fabricante de esos spots ha visto disminuir sus ventas poco a poco pero, gracias a electricistas como el mío, no enfrenta una competencia mortal. El problema es que las ventas del fabricante disminuyen día a día: en unos cuantos años ya no va a vender nada. En lugar de invertir en nuevos procesos productivos, se quedó atrás. Así está buena parte de la planta productiva nacional.
Por supuesto, la gran diferencia entre Japón y México es que los japoneses tienen un extraordinario nivel de vida, su población no crece y tienen todos los satisfactores que pudieran querer. En contraste, nosotros tenemos una población joven, una elevada tasa de desempleo y una economía que produce bienes con frecuencia inferiores a los que se pueden adquirir de importación. Lo impactante de la economía mexicana es que no faltan personas con un extraordinario espíritu emprendedor: la economía informal es prueba contundente de que el mexicano es sumamente “entrón”, dispuesto, creativo y “movido”. Lo triste es que la economía informal no puede resolver los problemas de desarrollo del país a pesar de emplear a cerca de dos terceras partes de la población económicamente activa.
En un estudio reciente Gordon Hanson concluye que a pesar de que el país ha avanzado en muchos frentes de reforma, algunos factores siguen impidiendo que la economía crezca. Para Hanson, la clave del estancamiento reside en: la persistencia de la informalidad y de los incentivos que la fortalecen; la disfuncionalidad del mercado de crédito; la distorsión en la oferta de bienes no comerciables (como electricidad o comunicaciones); la falta de efectividad de la educación y la vulnerabilidad del sector externo (es decir, las crisis cambiarias). El hecho relevante es que tenemos dos economías y la que es exitosa produce el 80% pero solo emplea al 20%. Imposible progresar si no se resuelve la economía interna.
* Why Isn’t Mexico Rich? NBER Working paper 16470.
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