Bill Emmott, editor del semanario The Economist, deja su puesto después de trece años al frente de este gran proyecto editorial. En su colaboración de despedida, ofrece una serie de reflexiones sobre los principales debates económicos del momento. Estos temas, y debates, han evolucionado en forma importante en este lapso de tiempo, a partir de 1993.
En ese entonces, apenas hace poco más de una década, internet era una curiosidad, el correo electrónico una novedad, la telefonía celular era privilegio de solo unos cuantos. China se asociaba más con la masacre de Tiananmen que con el crecimiento y el desplome del imperio soviético seguía fresco en la memoria colectiva. El mundo ha cambiado desde entonces, en forma dramática.
Los principios originales de The Economist detallan la defensa de una agenda de libertad—particularmente, un estudio escrupuloso de los beneficios globales de la apertura en el comercio exterior, combinado con una crítica constante, también escrupulosa, de las corrientes de proteccionismo, así como de los mercados de intereses especiales. Emmott sostiene que apenas empezamos a presenciar los impactos político y económico de este proceso de liberalización de bienes, servicios, tecnología y capital. En 1993, el producto global bruto crecía apenas a una tasa de 1.2%, mientras que la inflación anual crecía a una tasa de 35%. “Las cosas se veían muy difícil en el mundo desarrollado, y mucho peor en el mundo en vías de desarrollo.” Hoy, gracias a mayores niveles de competencia, la tasa de crecimiento global promedio es de 3%, mientras que la inflación global ha disminuido drásticamente, a una tasa de 3.7%. El crecimiento demográfico fue de 18% en este periodo de tiempo, sin embargo, el producto por habitante global acumuló un crecimiento de 40%, a una tasa anual promedio de 2.5%.
Más allá de las estadísticas, dice Emmott, está la pregunta obligada: ¿cuál ha sido el efecto real humano? Para Emmott, el gran reto de nuestro tiempo es la reducción de la pobreza. Si bien se ha avanzado en esta causa, los resultados siguen estando por debajo de las necesidades mundiales. Por un lado, mil millones de ciudadanos en el mundo viven en un nivel de pobreza equivalente a un ingreso de un dólar por día. Si la tendencia de mayor crecimiento con inflación baja continúa, este número tenderá a caer a unos 600 millones en los próximos diez años. Por ello, según Emmott, la lógica política de la apertura global debe enfocarse a la reducción estructural de la pobreza extrema.
Las tendencias observadas entre los diferentes movimientos anti-globalización, sin embargo, son un riesgo importante que podría obstaculizar este progreso, esta tendencia. La glolbalización, en los ojos populares, suele asociarse con pérdida de empleo, con una injusta distribución de riqueza, con deterioro ecológico, con pérdida de identidad nacional. “La tremenda expansión de la fuerza laboral global, representada por la liberalización de China y de la India, ha obligado a mantener bajos los ingresos de los trabajadores menor capacitados en todo el mundo. La expansión de las tecnologías de información ha tenido el mismo efecto. Estas desigualdades han encontrado refugio político en el renacimiento del nacionalismo económico en Europa y América Latina.”
Al final del día, concluye Emmott, tal como sus antecesores a lo largo de los 163 años de vida de este semanario, al proteccionismo siempre será un peligro, encuentra, en todo momento, una nueva forma, una mutación actualizada, para resistir las fuerzas de la competencia. Los pocos que pierden son más visibles que los muchos que ganan. Aun así, el reto de cara al futuro es político: “la globalización, y el progreso contra la pobreza que esta conlleva, tenderá a retroceder si los políticos deciden que los costos de la apertura del comercio exterior superan los costos de la autarquía económica.”
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