Primero se aprobaron las reformas constitucionales, ahora todo está concentrado en las leyes secundarias. Luego vendrá la parte más importante, la ley terciaria: la realidad. “Una de las cosas bellas de la realidad, dice el filósofo James Morris, es que es lo que es, independientemente de lo que se diga al respecto”. Podría haber estado hablando del proceso legislativo mexicano: en los meses pasados, la CNTE mostró lo efectiva -y trascendente- que es esta tercera etapa. Habría que incorporar esta perspectiva en el proceso de redacción de la ley secundaria en energía…
La realidad tiene distintas dimensiones. La más obvia, porque es pública, al menos en forma, es la que tiene lugar en el entorno legislativo propiamente dicho: al menos en teoría, ahí se presentan todas las posturas, intereses y actores relevantes. En un país serio ahí comenzaría y terminaría el proceso. En nuestro caso, esa dinámica está siendo muy distinta este año que la del pasado: para los que cuentan -quienes se verían afectados o beneficiados por el nuevo esquema legal- las reformas constitucionales pueden cambiar el contexto, pero lo que realmente cuenta es la ley reglamentaria y es ahí, este año, en que todos los intereses “de adentro” están haciendo sentir su peso.
Otra dimensión de la realidad es la que tiene lugar después del proceso: en las calles y en las plantas, o sea, en la realidad mundana. Esa es la verdadera prueba de la viabilidad de una ley. Las burocracias, sindicatos, contratistas, mafias y otros actores en cada uno de los sectores afectados pueden ser tan ruidosos como la CNTE o tan sutiles como sería un burócrata en control de un activo neurálgico, pero ambos tienen el mismo efecto: paralizar o “adecuar” la reforma en la práctica. En cierta forma, la CNTE fue una anomalía en este último año por el descabezamiento del sindicato. Su fuerza habría sido mucho menor bajo el escenario del statu quo ante.
Sea como fuere, en 2014 son obvios dos procesos: el legislativo y el real, la ley terciaria, y esta última suele ser mucho más trascendente y relevante que los deseos del reformador más agudo y decidido. Nuevamente, el ejemplo de la CNTE es útil simplemente por la enorme debilidad del Estado: si ni la paz puede garantizar, ¿cómo esperar que va a lograr aterrizar esa palabra exquisita del lenguaje burocrático, la “rectoría” del Estado?
No hay que ir muy lejos para imaginar lo complejo de lo que viene y, dentro de ello, el enorme número de oportunidades para paralizar una reforma como la energética. Sin conocer mayor cosa del sector, algunas áreas clave son: licitaciones, regulación, credibilidad del regulador, interconexión (ductos, cables, redes eléctricas), competencia. En el pasado ha habido infinidad de licitaciones para contratos de diverso tipo en PEMEX que, aunque formalmente internacionales y transparentes, acaban siendo acaparadas por dos o tres ingenieros porque las reglas de la licitación eran tan caprichudas que sólo ellos podían satisfacerlas. Obviamente esto no era producto de la casualidad.
Este año va a ser crucial para el futuro del país. Luego del huracán constitucional del año pasado, lo que viene va a definir qué clase de economía tendremos y, sin duda, qué clase de país construiremos. La transformación que, al menos en potencia, ha sido legislada es tan enorme que la ley secundaria va a requerir un gran cuidado y, a la vez, va a ser sujeto de presiones interminables por parte de todos los actores: desde los reformadores que aunque no tienen interés particular, con frecuencia suponen más de lo que saben, lo que lleva a plasmar errores garrafales en la ley, hasta las decenas de grupos y personas cuyos intereses van de por medio. Encima de lo anterior vendrán los actores ideológicos que, pretendiendo salvar a la república, incorporarán toda clase de restricciones en la forma de un lenguaje barroco que luego permita toda latitud a los abogados y tribunales.
Para complicar el asunto, por razones obvias de nuestra historia, en México no tenemos mayor experiencia en asuntos energéticos desde la perspectiva legal porque la realidad no lo requería. Este hecho no es bueno ni malo en sí mismo, pero implica que, cualquiera que sea el resultado del trabajo legislativo, la ley que emerja va a ser la plataforma que se empleará para decidir litigios cuando estos se presenten. Dada la forma tan abrupta en que se aprobó la reforma constitucional, nuestra propensión a producir entuertos legislativos ininteligibles (y saturados de lenguaje confuso diseñado ex profeso para darle discrecionalidad a la autoridad), y la arbitrariedad con que se deciden cosas de manera cotidiana, el potencial de conflicto es infinito. Si el objetivo es atraer capital del exterior, capital por fuerza de largo plazo, todo mundo debe saber que los litigantes estarán un paso atrás de cada decisión.
En pocas palabras, la realidad se va a imponer independientemente de las preferencias de todos los involucrados. La ley terciaria es siempre definitiva y brutal y, peor, como decía Maquiavelo en sus historias florentinas, “los ganadores, ganen como sea, no tienen vergüenza”. A quienes resulten ganadores o perdedores, en lo que salga en la reforma se les va la vida y por lo tanto harán todo lo posible por impedirla, adecuarla a sus necesidades o neutralizarla. Quizá la CNTE sea muy obvia y burda en sus formas y planteamientos pero nadie puede cerrar los ojos ante su evidente victoria en el terreno que cuenta, el de la realidad.
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