La agudeza de visión que caracterizó la campaña de Vicente Fox y que quedó demostrada cuando acuñó el concepto del “voto útil” debería aplicarla ahora para darle dirección a la nave de su gobierno, que parece estar haciendo agua por todos lados. En su momento, la noción del voto útil fue una idea genial: ante todo, le permitió a muchos votantes concentrar su pensamiento en el futuro, en los costos y beneficios de votar de una manera u otra. Sin esa táctica, Fox probablemente no habría podido darle el impulso decisivo a su victoria electoral. Si no quiere hacer naufragar a su gobierno, bien le valdría iniciar una estrategia similar de liderazgo: el liderazgo útil.
Las contradicciones y conflictos son interminables. Muchos, quizá la mayoría, son producto inevitable del comienzo de todo gobierno y del proceso de integración de un equipo disímbolo. La inexperiencia era algo de esperarse no sólo por las razones antes apuntadas, sino también porque asumía el poder un partido cuya experiencia de gobierno se limitaba a unos cuantos estados del país, ninguno de ellos, con la posible excepción de Baja California, particularmente complejo y conflictivo. En adición a lo anterior, el de Fox es el primer gobierno desde la Revolución que no goza de la fuerza inherente al binomio PRI-ejecutivo, poder que hacía posible imponer decisiones y hacerlas cumplir sin mayores aspavientos.
Pocas dudas caben de que una de las principales razones por las cuales la población aceptó la premisa del voto útil fue la de romper con el contubernio que yacía en el corazón del sistema priísta y con toda la corrupción y arbitrariedad que de ahí emanaba. Hay un sinnúmero de indicadores que sugieren que los electores comprendían perfectamente que el cambio por el que votaron sería complejo y conflictivo. Esta circunstancia sin duda explica que la popularidad de Fox y su gobierno siga intacta. Sin embargo, los problemas heredados por un sistema anquilosado que dejó de tener capacidad de resolución de conflictos, sumados a la ausencia del poder emanado del PRI, complican las tareas del gobierno, lo hacen más difícil y no garantizan el resultado.
En su casi necedad por lograr un consenso entre los partidos al momento de aprobar el presupuesto para este año, Vicente Fox demostró que comprende las nuevas circunstancias y sabe bien que requiere de todos los apoyos posibles para compensar la ausencia de los controles de antaño. De la misma manera, en Tabasco lanzó una nueva manera de articular la política al propiciar arreglos entre las partes, evidenciando que sus objetivos trascienden la tradición priísta de querer controlarlo todo. En otras palabras, hay pequeños botones de muestra que indican que el gobierno avanza hacia una nueva etapa de la política nacional fundamentada en la construcción de instituciones.
Desafortunadamente, la problemática que caracteriza al gobierno va más allá de circunstancias atribuibles a la inexperiencia o a la ausencia de la otrora capacidad de imposición del PRI. El gobierno produce contradicciones y conflictos a diestra y siniestra, genera información confusa y no logra concentrar la atención de la población en tema alguno. La agenda salta de un tema a otro sin ton ni son. Mucho más grave, en el camino se han emprendido acciones que tienen consecuencias, sin ser obvio que haya conciencia de las mismas o capacidad para administrarlas.
Los ejemplos son interminables, pero no por ello irrelevantes. En algunos casos, como en Tabasco y Yucatán, el gobierno ha tenido que responder ante circunstancias creadas por instituciones independientes del ejecutivo, en este caso el Tribunal Federal Electoral. En otras, sin embargo, sus acciones han respondido a su propia iniciativa. Irónicamente, los problemas son mayores donde la iniciativa ha sido gubernamental. Uno debe suponer que el gobierno emprende una acción cuando tiene claros los objetivos, ha analizado y evaluado las opciones inherentes a los distintos cursos de acción y tiene una razonable expectativa de que su estrategia va a ser exitosa. La evidencia no parece confirmar esta suposición.
Chiapas es sin duda el tema más candente. Ahí el gobierno pareció mostrar una estrategia pensada y definida desde el primero de diciembre, cuando en forma casi simultánea con la ceremonia de toma de posesión, llevó a cabo un repliegue de fuerzas como acto de buena fe para los zapatistas. La ilusión duró poco. Más tardó el gobierno en anunciar su acción que el llamado subcomandante Marcos en volver a tomar la iniciativa, anunciando su peregrinación triunfal hacia la ciudad de México. Como en el cuento en que un niño es el único que se atreve a afirmar lo obvio, que el rey está desnudo, Marcos hizo evidente que el gobierno no estaba jugando ajedrez, que no tenía una estrategia alternativa. El gobierno quedó al desnudo.
Lo peor de todo es que los yerros no terminan ahí. Con el paso de los días se torna evidente que no existe una postura dentro del gobierno respecto al conflicto chiapaneco, sino muchas, una por cada entidad gubernamental. Unos quieren que la acción del gobierno se oriente en función de la prensa y la opinión pública, nacional e internacional. Es decir, que en lugar de liderear el proceso, el gobierno responda ante las posturas de partes ajenas que, casi por principio, siempre van a ser críticas del gobierno, cualquier gobierno. Otros afirman que la ley de amnistía sólo tiene validez en Chiapas y que, de poner un pie fuera del estado con armas en la mano, los zapatistas dejarían de estar amparados por la misma, lo que presumiblemente obligaría al gobierno a aprehenderlos. Algunos proponen no sólo dejarlos ejercer sus derechos ciudadanos y avanzar a la ciudad de México, sino que incluso se les facilite el tránsito y se les reciba con los brazos abiertos. Otros más aseguran que la peregrinación sólo es aceptable si se da una negociación previa en Chiapas que formalmente concluya el estado de guerra, iniciando con ello una nueva etapa tanto del conflicto específico como de la relación entre el gobierno y los alzados.
Cada quien tendrá su preferencia sobre el mejor curso de acción; ese es nuestro privilegio como ciudadanos y observadores. Pero lo que es inaceptable es que el gobierno no tenga una postura única, una estrategia definida y una previsión amplia y clara de todas las contingencias posibles. Puesto en otros términos, no hay liderazgo alguno en el proceso más riesgoso que el gobierno ha emprendido hasta la fecha.
Los problemas no se reducen a Chiapas, donde el gobierno voluntariamente le quitó los alfileres que contenían el conflicto que su predecesor le había heredado. En otros muchos ámbitos, la problemática parece la misma. El horario de verano es un ejemplo precioso por lo absurdo de la propuesta presidencial. En lugar de buscar convencer a la población del mejor curso de acción, el presidente optó por la solución más costosa: aquella que no satisface a nadie. Todavía peor, ni siquiera intentó convencer a nadie.
La mayor de las ironías es que todo esto caracteriza a un gobierno que ganó el poder en buena medida por su extraordinaria capacidad de comunicación. Una y otra vez, el entonces candidato se abocó a responder con celeridad a los distintos grupos de la sociedad, corregía el rumbo cada vez que la carreta se atoraba y respondía con rapidez y claridad ante la prensa y las demandas de la población. Ya en la presidencia, la comunicación de antes se ha transformado en retórica y verborrea, sin que se vislumbre claridad de dirección. El gobierno informa de una decisión, sólo para ser modificada minutos después; se convoca a reuniones que luego son canceladas sin explicación alguna. La habilidad para informar y comunicar parece haber desaparecido.
Parecería obvio que el gobierno debe abocarse a recuperar las habilidades de las que hizo gala en la campaña y que han languidecido en el momento actual. En las nuevas circunstancias políticas, ahora que ya no existe la simbiosis presidencia-liderazgo real del PRI, el presidente no tiene más que dos instrumentos a su alcance: uno es la administración gubernamental y el otro es el liderazgo y capacidad de comunicación. La ausencia de control sobre la administración es una de las fallas más obvias que tiene que ser asumida a la mayor prontitud. El gobierno no puede tener voces disonantes en temas clave para el éxito de su gestión: una vez que se decide un curso de acción, toda la fuerza del gobierno tiene que dedicarse a lograr el objetivo. Como se puede observar en el caso de Chiapas, ni siquiera es claro cuál es el objetivo. Sin un objetivo claro y preciso, reza el dicho, cualquier estrategia conducirá a en esa dirección.
Más allá del control de la administración gubernamental, el presidente no cuenta con mucho más que el poder del púlpito. En el pasado, los presidentes eran exitosos cuando lograban cumplir objetivos trascendentales para la población, a la vez que la convencía de la bondad de los mismos. A diferencia del presidente Fox, todos los presidentes provenientes del PRI, tanto los exitosos como los que no lo fueron, contaban con la enorme capacidad de movilización, control, manipulación e imposición que ese partido les facilitaba. Fox no tiene más capacidad de acción que la que le confieren buenas iniciativas y políticas gubernamentales y la comunicación con la población. En la campaña mostró una extraordinaria capacidad de comunicación; tiene que recuperarla.
Como ciudadanos, tenemos que suponer que el presidente eligió a los miembros de su gabinete por su capacidad política y técnica. De ser esta premisa cierta, con una buena coordinación su equipo debe funcionar sin dificultad. Pero eso no resuelve el problema en su totalidad: para lograr sus objetivos, este gobierno tiene que convencer a la población de sus bondades, negociar con los distintos partidos y lograr que sus iniciativas se aprueben en el poder legislativo. En las democracias modernas, el éxito de un gobierno depende íntegramente de su capacidad de convencimiento, máxime cuando no cuenta con una mayoría legislativa. Si Fox no realinea su estrategia y se aboca a presentar sus objetivos y explicar sus propuestas de acción, va a fracasar.
En la campaña, Vicente Fox demostró, así fuese de manera incipiente, que no sólo tiene una extraordinaria capacidad de comunicación, sino que también puede emplear esa habilidad con gran eficacia. Un paradigma de acción claro, como el que comenzó a esbozarse en Tabasco pero que está ausente en Chiapas, sumado a una estrategia de comunicación adecuada, podría darle la vuelta a este sistema de una vez por todas. Sin embargo, por donde vamos, el vacío puede ser infinito.
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