México ha estado paralizado desde que comenzó la novela ¿tragedia? Trump. El hoy presidente estadounidense utilizó una serie de símbolos fáciles de visualizar por el electorado para ganar su elección, sobre todo el muro y el TLC, muchos de los cuales eran contrarios a nuestros intereses y denigrantes para los mexicanos. En la etapa electoral había buenas razones para no responder a sus acusaciones e insultos, evitando con ello darle más pólvora a sus amenazas e injurias. De hecho, hubo un análisis de Nate Silver que mostraba una correlación entre las declaraciones que hacía Vicente Fox y la mejoría de Trump en las encuestas: cuando se le respondía, sus números mejoraban, factor que se extremó con la inusitada invitación al personaje. La estrategia de no responderle durante la campaña tenía una lógica impecable pero, una vez resuelta aquella contienda, la racionalidad de aquella estrategia dejó de tener sentido. A pesar de ello, esa concepción parece persistir en la forma de conducir las negociaciones sobre el TLC, misma que, claramente, no está funcionando.
En la novela Matar a un ruiseñor hay un pasaje en el que al abogado, Atticus Finch, le escupen en la cara y éste no responde, se queda impávido, sin reacción alguna. Más tarde, él explica que es preferible dejarse escupir a que le dieran una paliza a su cliente, la víctima de violación. En contraste con Finch, que entendía perfectamente el contexto racista con el que tenía que lidiar, el gobierno mexicano no parece comprender el poderoso simbolismo que para Trump y su base representa el famoso muro y el TLC. En una palabra, Trump tiene que lograr una victoria, así sea simbólica, que le permita decirle a su base “yo cumplí.” El equipo mexicano de negociación no parece reconocer este elemento clave en su estrategia.
El equipo mexicano (en tándem con el canadiense) ha actuado de una manera absolutamente profesional, organizada e inteligente. Estudió con ahínco y cuidado cada uno de los planteamientos de Trump y del equipo negociador estadounidense y ha buscado soluciones dentro del contexto de una negociación técnica. En este sentido, ha propuesto formas de mejorar el comercio, eliminar obstáculos y mejorar los números relativos al déficit comercial que tanto obsesiona a Trump como criterio para denominar al TLC como un fracaso. En el camino, ha hecho propuestas inteligentes y creativas para mejorar el TLC existente y llevarlo a un nuevo estadio que permita hacer más eficientes los intercambios y facilitar el comercio y la inversión. O sea, un trabajo impecable y absolutamente profesional. Sin embargo, a muchos meses de iniciadas estas rondas de negociación, parece evidente que Trump permanece insatisfecho, amenazando de manera reiterada con la cancelación del TLC.
Algunos estiman que esas amenazas no son otra cosa que una táctica de negociación y, sin duda, tienen razón. Su libro, The Art of the Deal, resume toda una forma de ser y ver al mundo: en esencia, todo es negociable y toda la vida es una negociación permanente en la cual unos ganan y otros pierden, por lo que hay que poner contra la pared a todo interlocutor. Desde esta perspectiva, es indudable que mucho del teatro que circunda a las rondas de negociación entraña un continuo de intentos por “ablandar” a los negociadores. Pero, más allá de los asuntos concretos que están en la mesa, esta negociación no se refiere a la adquisición de un predio o un hotel, sino que entraña un innumerable conjunto de actores e intereses -incluyendo a muchos de los estados que concentran a la base dura de Trump- y frente a los cuales él necesita salvar cara. Es decir, por más que la negociación se refiera a cosas técnicas -déficit comercial, resolución de disputas, reglas de origen, compras gubernamentales, propiedad intelectual, comercio electrónico y así sucesivamente- detrás de ello yace un compromiso político que fue clave para su triunfo electoral. Sin sus gritos sobre el muro o sus promesas por terminar con el TLC, Trump jamás habría sido presidente. En consecuencia, él necesita más que soluciones técnicas: requiere satisfactores simbólicos que respondan a sus promesas en campaña.
Está claro que México no va a aportar fondos para que construya un muro o ceder en elementos centrales al funcionamiento del comercio o los flujos de inversión. Sin embargo, así como ha habido una enorme creatividad en la parte técnica de la negociación (algo que ha caracterizado a los equipos negociadores mexicanos desde que comenzó la primera negociación al inicio de los noventa), es imperativo encontrar formas de satisfacer sus requerimientos simbólicos. Ante todo, hay que reconocer que éstos son al menos tan importantes para el gobierno norteamericano como lo demás. Tal vez más.
Hace unos meses, Paco Calderón, mi vecino en esta página y entrañable amigo, propuso que el equipo negociador adoptara una vaca morada -como si fuera algo sacrosanto- como un activo creíble que ceder en las negociaciones. Es tiempo de reconocer que Trump tiene unas vacas moradas muy grandes en su mente y que hay que encontrar la forma en que las deje ir sin, en el camino, perder su credibilidad ante el electorado. Ciertamente, no es ciencia del espacio.
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