Lo que sigue

EUA

2008 promete ser un año decisivo. El país se ha estabilizado, el ejecutivo y el legislativo han encontrado formas de colaborar y avanzar la agenda de ambos poderes y la economía mantiene su rumbo. Aunque es evidente que hay focos ámbar en muchos frentes y algunos rojos, como la economía, el panorama no guarda semejanza alguna con los aciagos días del periodo postelectoral de 2006. Los cimientos no son malos, pero éste es el año en que el presidente deberá lograr un desempeño que impacte el resultado de los comicios intermedios, lo que sin duda hará más difícil el trabajo con el legislativo. Lo que resulte de este año seguramente acabará definiendo los parámetros de la política mexicana por los siguientes años. La gran incógnita es cómo responderá la ciudadanía ya después del primer año de gobierno, con expectativas muy distintas a las que caracterizaron el inicio.

Sin duda lo más trascendente del año pasado fue el hecho de que el ejecutivo y el legislativo encontraron un modus vivendi que resultó muy productivo. Luego de una década de parálisis en la interacción entre poderes, el año pasado se lograron avances notables en materias que parecían imposibles, sobre todo en temas como las pensiones, lo fiscal y lo electoral. Evidentemente, no todas las reformas que se aprobaron son perfectas y algunas de ellas trastocan elementos críticos de la vida económica y política del país y cuyas consecuencias reales tomarán años en hacerse evidentes. Pero eso no disminuye el hito que constituye el haber encontrado una forma efectiva de cooperar y funcionar.

El año que corre por fuerza tendrá que ser distinto. Tres son los factores que cambian. Uno, la dinámica electoral va a comenzar a hacer ruido este año. Pasado el periodo de sesiones en febrero y marzo, los políticos se concentrarán en las elecciones federales intermedias en 2009. A nivel individual, los diputados comenzarán a buscar opciones personales dado que su periodo concluye en aquel momento, pero lo relevante es que todos los partidos enfocarán sus baterías hacia la movilización electoral e identificación de candidatos. Luego de la controvertida elección de 2006, todos los partidos querrán ganar terreno y demostrar su fortaleza: el PAN tratará de refrendar su legitimidad a través de un triunfo legislativo importante, el PRD intentará probar su relevancia electoral y el PRI buscará mejorar su posición. Para los partidos, el 2008 establecerá la dinámica que defina la correlación de fuerzas en la siguiente elección y en eso se concentrará toda su atención.

Un segundo factor que cambiará tiene que ver con la economía. Hasta ahora, y por más de una década, el país ha gozado de estabilidad macroeconómica, pero también de un mediocre desempeño en términos de crecimiento económico. Se ha discutido mucho respecto a lo que hace falta para echarla a andar, pero se ha avanzado poco en realmente llevar a cabo cambios específicos. Parte del problema yace en que no hay un consenso sobre lo que la economía del país requiere. Sigue sin resolverse el ya añejo debate entre quienes proponen una mayor liberalización y aquellos que propugnan por el fortalecimiento de la presencia gubernamental en la economía. Y lo peor de todo es que estamos por entrar en una etapa de nubarrones en el contexto económico internacional sin la fortaleza de una economía pujante que hubiese sido deseable y, de haber habido más pragmatismo y menos ideología en los debates, sin duda posible.

Estos dos elementos –la dinámica electoral y la potencial recesión de la economía norteamericana- van a ser cruciales este año. A diferencia del año pasado, hoy el presidente está perfectamente asentado y los legisladores han reconocido los límites de lo posible y estas circunstancias abren oportunidades que, bien aprovechadas, podrían abrir espacios antes no existentes. Todo indica que, a pesar de sus distintas perspectivas, tanto el ejecutivo como el legislativo entienden el reto del momento y están dispuestos a negociar y encontrar terreno común para poder trabajar. Con un poco de suerte y no solo libran el bache sino que establecen los cimientos para una solidez institucional que trascienda al sexenio actual.

Pero hay un tercer elemento en juego: hasta ahora la ciudadanía ha dado un voto de confianza, pero también de gracia, y ahora sin duda será más exigente con los compromisos de crecimiento y empleo que hizo el presidente hace un año. Y este elemento será incrementalmente crítico este año: ahora habrá que comenzar a responderle, todo ello en condiciones ya de por sí difíciles.

No hay garantía que las cosas avancen para bien. Todos sabemos que hay muchos “talibanes” de todos colores y en todo el espectro político que, de aferrarse a sus visiones preconcebidas, bien podrían acabar ignorando tanto los riesgos potenciales como las oportunidades. De hecho, estamos ante una gran oportunidad: la de aprovechar la solidez macroeconómica para desarrollar motores internos para el crecimiento, pero eso requiere de un cambio de enfoque tanto en el ejecutivo como en el legislativo.

Una de las paradojas del momento es que no hay un sentido de urgencia. La economía no ha tenido un gran desempeño, pero éste tampoco ha sido catastrófico y la combinación es letal porque la situación no obliga a actuar. Una fuerte baja en la tasa de crecimiento obviamente cambiaría el sentido de prioridad, pero se corre el riesgo de que se mezclen factores coyunturales con problemas estructurales, impidiéndose con ello materializar la oportunidad.

Esto nos deja con dos escenarios: uno, que persista la inercia y la cerrazón; es decir, que las agendas sigan igual aún cuando la realidad haya cambiado. El otro escenario es que se explote la oportunidad. Esto implicaría que se apresuren los proyectos que podrían generar crecimiento económico dentro del país y que, en muchos casos, enfrentan obstáculos con frecuencia absurdos. Ahí están los grandes proyectos de infraestructura y el exceso de regulaciones que impide la inversión. Pero igual de crítico es que se trabaje en temas donde los obstáculos no son absurdos pero sí formidables, comenzando por el más obvio: un país con enorme riqueza petrolera que no puede desarrollar sus recursos por la suma de dogmatismo y mal uso de los fondos tanto por parte de la burocracia como de los gobernadores.

La ironía de todo esto es que tenemos extraordinarias fortalezas que no hemos sabido aprovechar. De darse una recesión en EUA se presentaría una circunstancia casi única en nuestra historia reciente: la posibilidad de transformar esa recesión en oportunidad de arreglar nuestros problemas estructurales internos y darle vida nueva al desarrollo. La opción es entre soluciones o dogmas. Una buena manera de comenzar un año crucial.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.