Los cuentos que nos contamos

Peña Nieto

El último libro de López Obrador, La mafia que se adueñó de México y el 2012, es importante por razones que su autor probablemente no previó. En el libro se ofrece un desglose de los principales problemas del País -temas con los que coincidiríamos todos como bajas tasas de crecimiento, desigualdad y monopolios en sectores estratégicos-, pero, sobre todo, vemos la radiografía de una actitud que condena la generación de valor económico y que, por lo menos en el discurso, es popular en un extenso sector de la sociedad mexicana.

El político de izquierda identifica correctamente muchos temas cuya resolución es prioritaria, pero el problema es que los atribuye a causas equivocadas, imposibilitando así la generación de soluciones viables.

En particular destaca la asociación que se hace entre “dinero, engaño, corrupción y afán de lucro”, en contraposición con “dignidad, verdad, moral y amor al prójimo”, así como el supuesto de que el ciudadano es un menor de edad que sólo a veces decide por sí mismo.

En su libro, el autor nos da ejemplos de sobra para sustentar su postura: los problemas del País son causados por las malas escuelas en las que estudian los políticos (“escuelas extranjeras” y el ITAM en específico) versus las buenas (las escuelas públicas); a través del oligopolio televisivo, las empresas televisoras “manipulan el pensamiento de millones de personas y administran la ignorancia del País” (aunque paradójicamente también cree que las personas no van a votar por Peña Nieto sólo por tratarse de un fenómeno televisivo); la publicidad es la causa del consumo de refrescos y los problemas de nutrición, y la inseguridad se debe, entre otras cosas, a que tenemos un “estilo de vida inducido donde lo fundamental es el dinero, lo material y lo superfluo”.

En esta visión no tienen cabida los individuos que desean tener dinero y/o ser empresarios exitosos. En la mentalidad lopezobradorista nos va mejor si somos “pobres pero dignos”. El político tabasqueño no está solo: una encuesta llevada a cabo el año pasado, a nivel nacional, por la casa encuestadora Defoe, muestra que más del 90 por ciento de los entrevistados dijeron que “no eran empresarios”. Es una cifra simplemente imposible de creer. Pero en realidad hace todo el sentido, porque, cuando a esas mismas personas se les preguntó a quiénes consideraban como “empresarios”, la lista de personas mencionadas era encabezada por Emilio Azcárraga, seguido por “los banqueros” y por Carlos Slim.

Asimismo, los encuestados consideraban que a los empresarios les interesaba mucho “su dinero” y “su negocio” pero muy poco la economía del País o nuestra sociedad. Y cuando se les preguntó cuáles eran las características que definen a un empresario, las primeras menciones fueron “dinero” y “personalidad”. Es decir, que no se llega lejos como empresario si no se tienen estas dos cosas.

La encuesta ayuda a entender una mentalidad donde ser empresario es algo ajeno e incluso hasta un insulto, aunque uno sea dueño de una fonda, una ferretería o un taxi. Y esto es consistente con un México donde se piensa que tener dinero es generalmente el resultado de robar, ejercer alguna actividad ilícita o heredar.

¿Significa eso que una mayoría de mexicanos somos como monjes que han renunciado al mundo material, que no buscan adquirir bienes o servicios, y que no desean tener mayores ingresos? Claramente no. Incluso en las zonas más pobres y aisladas del país, los niños quieren un televisor, una consola para jugar videojuegos y la última película de su actor favorito. Los adolescentes quieren abandonar el campo por las oportunidades y atracciones de la vida urbana (de éste o el otro lado de la frontera norte) y probablemente lo seguirían queriendo aunque el campo fuera rico y productivo.

Asimismo, aunque las tasas de crecimiento económico sean insuficientes, millones de mexicanos en las últimas décadas han decidido, en sus patrones de consumo, adquirir desde un coche y un celular hasta un crédito para que algún miembro de la familia vaya a la universidad.

En su libro, López Obrador ya está pensando en las elecciones de 2012. ¿Cuántas campañas más tendrán que pasar para que en vez de construir discursos elogiando la pobreza -basados en el mito de que en México hay sólo unos cuantos que son empresarios, o de que la abundancia económica siempre es mal habida-, se elabore sobre la generación de riqueza? Cuando eso suceda, la retórica tal vez será menos sexy, pero sí será más honesta.

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