Ser analista político puede ser una chamba frustrante. El trabajo implica entender el proceder de las personas que ejercen el poder o pretenden tenerlo. El perfil del empleo exige buscar una explicación racional de los actos y omisiones de los políticos profesionales. Sin embargo, las herramientas lógicas sirven de poco para comprender decisiones gobernadas más por la víscera que por la estrategia. ¿Cómo entender a un ex candidato presidencial experto en el auto-sabotaje? ¿Cómo explicar la afanosa solidaridad de un partido político con gobernadores sujetos a investigación judicial y sentenciados por la opinión pública? El Peje y el PRI insisten en hacerse el haraquiri. Los enemigos de la lógica perseveran en el afán de destruir su porvenir. Fieles a sus errores, repiten fórmulas que sólo les han garantizado el fracaso.
El PAN se fundó en 1939 y tardó 61 años en ganar la presidencia. El PRD se fundó en 1989 y estuvo a punto de mudarse a Los Pinos en su etapa adolescente. Llegar al poder es una carrera de larga distancia. Salvo Felipe González en España, los grandes líderes de la izquierda democrática del siglo XX (Allende en Chile, Mitterrand en Francia o Lula en Brasil) llegaron al gobierno después de varios tropiezos electorales. Cuauhtémoc Cárdenas no alcanzó la Presidencia, pero tampoco quemó sus naves en el primer intento.
Estamos a un lustro de la siguiente elección presidencial, pero AMLO está más lejos que nunca de gobernar a México. Sus dichos y reiteraciones afianzan la lealtad de sus seguidores, pero alejan al votante promedio sin arraigos ideológicos. Para la mayoría de los mexicanos, el 2 de julio de 2006 es un capítulo cerrado que forma parte de la historia. El Peje vive aquel día como una pesadilla que todavía no termina. ¿Qué porvenir tiene un político que no puede ver más allá del año pasado?
AMLO no es el único piloto que pisa el acelerador en un callejón sin salida. El PRI quedó en tercer lugar en las elecciones presidenciales, casi 8 de cada 10 mexicanos votaron por una opción distinta. El tricolor pagó un precio muy alto por tener un candidato mal visto por la mayoría de los ciudadanos. En política, las percepciones públicas son forma y sustancia. Sin sacar lecciones de sus tropiezos, ahora el PRI presume su apoyo a personajes con reputaciones dignas de acusación penal. Antes era el aparato electoral de Roberto Madrazo, hoy es la institución que cuida las espaldas de Ulises Ruiz y Mario Marín. Beatriz Paredes argumenta que el PRD amparó las transas de René Bejarano y el PAN hizo lo propio con las tropelías del ex gobernador de Morelos. La mejor explicación que ofrece la líder priista es que todo partido político tiene derecho a defender causas indefendibles. El PRI se mantendrá como una poderosa confederación de fuerzas políticas regionales, pero sus pillos de renombre nacional serán un peso muerto sobre sus espaldas.
El Peje y el tricolor tienen un problema en común: no pueden romper con el pasado. AMLO aún no sabe cómo enfrentar su derrota electoral y el PRI no quiere cambiar sus viejos modos de hacer política. Las fuerzas de oposición que no logran resolver su relación con los tiempos idos tienden a permanecer marginadas del poder indefinidamente. Se convierten en presencias testimoniales o en grupos de interés con presencia en el Congreso, pero sin apoyo electoral suficiente para formar gobierno.
Con una oposición que repite sus errores como una letanía, el PAN pareciera tener el camino abierto para permanecer en el poder por un buen número de años. Esto sería una mala noticia para México. La calidad de las fuerzas de oposición influye sobre la calidad del gobierno. Una oposición torpe y desarticulada no puede elevar el nivel de la discusión legislativa ni ofrecer alternativas viables a los ciudadanos. Un gobierno sin oposición acaba engolosinado por el sonido de su propia voz y consumido por la autocomplacencia.
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