“Terminar con los monopolios” se ha vuelto la frase del año en dos países con gobiernos ideológicamente opuestos: Venezuela y México. En realidad, se trata de una frase populista, que tanto en Venezuela como en México se ha utilizado para promover ganancias políticas, y no para promover progreso y una economía más dinámica y competitiva.
La concepción que cada país tiene de los monopolios y de qué implica acabar con ellos es radicalmente distinta.La coincidencia está en que el tema de los monopolios, para ambos países, es finalmente un tema de rotación y protección de elites. En México, “terminar con los monopolios” fue la frase utilizada por el presidente Calderón y senadores del principal partido de oposición para promover una reforma a la ley de competencia, y no para promover cambios que acaben realmente con los monopolios. Buscaron presumir logros sin tener que tocar realmente los intereses más encumbrados del país. Mientras que en Venezuela, el presidente Chávez utiliza constantemente la frase para justificar la expropiación y nacionalización de empresas. Busca desplazar a una elite empresarial que está crecientemente en desacuerdo con el manejo del país, y reemplazarla con actores cercanos al gobierno.
En México, el concepto de combatir a los monopolios tiene todo que ver con el desempeño de la economía. La existencia de monopolios y oligopolios en algunos sectores clave es frecuentemente citada como una de las causas del bajo crecimiento económico de México. La reforma discutida a lo largo del 2010, y aprobada por la Cámara de Diputados, hubiera permitido al órgano regulador de la competencia perseguir con mayores facultades (multas más altas, mayores poderes de investigación, y más autonomía) a empresas que realicen prácticas monopólicas. Después de nueve meses, no hay reforma. Al llegar al Senado la discusión giró en torno a un tema político (el rol del Senado en la aprobación o veto de los Comisionados asignados por el Ejecutivo) y al no lograr un acuerdo, se desechó la propuesta de reforma. De todas maneras, la reforma a la institución no iba a acabar con la existencia de prácticas monopólicas. Para lograr eso en México se requieren otras acciones.
Es necesario realizar cambios que promuevan la eficiencia económica en sectores dominados por monopolios, públicos y privados. Esto incluye acciones tales como promover la entrada de una tercera cadena de televisión, eliminar las trabas a la inversión nacional o extranjera en diversos sectores, y que los consumidores puedan promover acciones colectivas para reclamar abusos por parte de las empresas. La clase política de México ha decidido no avanzar en estas direcciones porque el riesgo político es alto (en términos de influencia electoral) y la ganancia demasiado difusa para ser aprovechada (se benefician los consumidores, cuyo comportamiento electoral es impredecible).
En Venezuela, por otro lado, se han atropellado los derechos de propiedad en aras de “terminar con los monopolios”. Allá el discurso es distinto. Chávez se refiere a toda clase de empresas privadas (ya sea una que domine el mercado o varias que compitan) como monopolios. Se ha tildado de monopolio, sin ninguna diferenciación, a dueños de tierras, a empresas de bebidas y alimentos, cementeras, acereras o de telecomunicaciones, y esto ha servido para justificar expropiaciones y nacionalizaciones. No hay en realidad una pretensión de acabar con los “monopolios”, sino más bien de satanizar a las empresas para moverse en dirección hacia un Estado controlador de todas las esferas, incluyendo la económica.
Así pues, si bien el discurso de cada presidente se deriva de una concepción diferente de los monopolios, ambos países actúan para proteger a elites económicas que los benefician, como es el caso de México, o desplazar elites que los perjudican, como es el caso de Venezuela. Los monopolios siguen ahí, en manos de elites (estén éstas al servicio del estado o de la iniciativa privada). La competencia continúa siendo escasa en algunas áreas del sector privado, sobre todo en México. Y aún no se toman decisiones a favor de los consumidores en ninguno de los dos países. Se trata de demagogia pura.
Al final, lo que está en juego es la concepción de la participación del Estado en la economía. El debate no está resuelto, ni en México ni en Venezuela. Se trata más bien de un juego por incrementar el control político, que a su paso daña la concepción que los latinoamericanos tenemos de nuestras democracias. Los resultados de la más reciente encuesta de Latinobarómetro lo demuestran: parece que retrocedemos al no estar contentos con la democracia, pero en realidad lo que renegamos es el modelo de democracia que se practica en América Latina, que continúa favoreciendo a un puñado de elites, políticas y económicas, en detrimento del bienestar de la población.
En la medida en que controlar o intervenir en la economía implique expandir su esfera de control político, la clase política de países como Venezuela y México continuará defendiendo intereses encumbrados, concibiendo nuevos monopolios (públicos) o manteniendo los que ya existen.
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