Los riesgos para México

Migración

La tentación de negar las implicaciones que el ataque terrorista del pasado once de septiembre tendrá sobre México es extraordinaria. De hecho, más que una tentación, ésta ha sido la reacción visceral de muchos de nuestros políticos, algunos de los cuales llegaron incluso al absurdo extremo de votar en contra de la autorización para que el presidente Fox viajara a Washington con el fin de expresar personalmente la solidaridad de su gobierno con el norteamericano. Ciertamente, los ataques fueron contra los estadounidenses y no contra los mexicanos, pero en el tema del terrorismo no puede haber ambigüedad alguna: nada justifica un ataque contra civiles en ningún lugar del mundo. Pero, además, en el terreno de lo práctico, la noción de que podemos ignorar nuestra realidad geográfica en un tema tan fundamental para la seguridad de Estados Unidos es tanto ridícula como peligrosa.

Por sus dimensiones y por la manera en que fueron realizados, los ataques terroristas del once de septiembre pasado cambiaron la historia para siempre. Nada en el acontecer mundial volverá a ser igual y eso va a tener consecuencias directas sobre nosotros. Frente a los hechos, muchos mexicanos expresaron un franco sentimiento de empatía y solidaridad en tanto que otros vociferaron en sentido contrario. Algunos otros llegaron al extremo de afirmar que los norteamericanos se lo tenían merecido y pintaron su raya. Cada quién tiene derecho a expresar su opinión, pero el relativismo moral con que nos hemos manejado por años es particularmente peligroso en las circunstancias actuales.

Las consideraciones que tenemos que hacer los mexicanos respecto a los atentados se pueden ubicar en tres niveles. El primero y más fundamental se refiere al hecho mismo del terrorismo. Luego vienen las consideraciones prácticas sobre las implicaciones de esos ataques sobre nosotros y, finalmente, las respuestas posibles por parte de los estadounidenses. Cada una de estas dimensiones tiene su dinámica propia y todas ellas nos afectan de manera directa, querámoslo o no.

El terrorismo constituye una afrenta porque se trata de ataques a personas inocentes. Cualquiera que pudiese ser la racionalidad que mueve al agresor, nada justifica su expresión violenta contra población civil. Nada. Por supuesto que es indispensable entender las causas del terror, analizar la lógica que lleva a actos tan extremos y desarrollar acciones y políticas de largo plazo que impidan que esos ataques se puedan repetir, así como eliminar las causas que los motivan. Pero una vez que una persona -que con o sin razón se siente agraviada (o busca avanzar una causa)- cruza la línea y ataca a civiles inocentes deja de ser una víctima para convertirse en un terrorista. Y en este tema no puede haber grises: se trata de blancos y negros: está uno con los terroristas o contra ellos. Como dijera Tony Blair, el primer ministro de la Gran Bretaña, hace unos días, “no es posible identificarse con los atacantes, no tiene sentido pretender un entendimiento con ellos; sólo hay una opción: derrotarlos o ser derrotado por ellos”. La negociación tiene cabida antes de que se llegue a consumar un acto terrorista; una vez que éste se realiza se cierra todo espacio para el diálogo o la negociación.

En el caso particular de los ataques del mes pasado, la situación se complica por el hecho de que los terroristas no han dado la cara. Puede haber indicios y elementos que impliquen a Osama bin Laden y su organización al-Qaeda pero, contrario a lo que es común en otros grupos terroristas, éstos no han reclamado la autoría. Pero este factor no altera el hecho de que hubo un ataque terrorista que cobró miles de vidas inocentes y que obliga a los estadounidenses a responder antes de volver a ser víctimas. Nuestros vecinos están dolidos, enojados y dispuestos a cualquier cosa para reprender a los autores intelectuales del crimen. Y las respuestas que decidan dar van a tener profundas consecuencias para nosotros.

Las consecuencias de lo anterior son evidentes para todos excepto para quienes no las quieran ver. Los actos terroristas sin duda provocarán cambios por lo menos en dos frentes. Unos tienen que ver con el hecho mismo de los ataques y las investigaciones y acciones policiacas que seguirán. Los otros se refieren a las nuevas circunstancias de la vecindad, que afectarán no sólo las transacciones fronterizas, sino la dinámica de toda la relación, en todas sus dimensiones.

La primera consecuencia práctica para nosotros ya la hemos comenzado a padecer con el tortuguismo que ahora caracteriza a los cruces fronterizos, sobre todo los de camiones de carga. Las revisiones que se realizan son mucho más cuidadosas que en el pasado, lo que inevitablemente está complicando la vida para los exportadores mexicanos. Llevado a un extremo, la nueva realidad en la frontera podría poner en entredicho toda la estrategia exportadora y de atracción de inversión extranjera al país, estrategia concebida precisamente para acelerar el crecimiento económico y elevar el valor agregado de la economía mexicana. Estos son, a final de cuentas, los prerequisitos para la elevación de los niveles de vida de la población y la creación de nuevas fuentes de empleo. No es posible subestimar los riesgos que una actitud de inacción de nuestra parte podría traer aparejada.

Algo semejante se puede derivar de las investigaciones que están realizando las autoridades judiciales estadounidenses y que incluyen acciones en frentes de lo más diverso como el criminal, el migratorio, el bancario, el aduanero, el judicial, el político, el de seguridad nacional, etcétera, etcétera. En cada uno de ellos hay peticiones específicas para el gobierno mexicano y expectativas de colaboración que trascienden con mucho los intercambios que tradicionalmente han existido. En la búsqueda de los responsables y de las redes que los han cobijado, los norteamericanos están abriendo todas las cañerías del mundo, lo que, tarde o temprano, va a exhibir muchos de nuestros vicios, corruptelas y carencias. Independientemente de lo que ellos soliciten del gobierno mexicano, es evidente que muchas de las prácticas que nos caracterizan –y que van desde la corrupción hasta la falta de profesionalismo en las investigaciones criminales- ya no van a ser posibles en el futuro. Mientras más rápido el gobierno se decida a actuar mejor.

La evidencia recolectada a la fecha muestra que las células terroristas que componen la red al-Qaeda son independientes entre sí y siguen una lógica que bien podría tener impacto sobre nosotros, mucho más allá de lo que se pudiera imaginar. Esa evidencia sugiere que, para mantenerse operativas y avanzar sus objetivos, las células cooperan con entidades o grupos insurgentes, narcotraficantes y demás, alrededor del mundo. Sólo las personas más dogmáticas negarían que existe la posibilidad, al menos teórica, de que se desarrollaran vínculos entre grupos insurgentes mexicanos y esas células, sobre todo por el hecho de que México constituye un puente apetecible de acceso a Estados Unidos. El punto es que no es posible ignorar el potencial desestabilizador –para México y para la relación con Estados Unidos- que entraña el desorden que predomina en el país. En este sentido, los ataques terroristas a Estados Unidos también constituyen un llamado de atención sobre los riesgos que México enfrenta de no resolver problemas fundamentales que generan ambientes propicios para la insurgencia y el conflicto en muchas regiones del país.

Contra las predicciones de muchos observadores, la respuesta norteamericana no ha sido precipitada ni irracional. Su actuar a la fecha revela un proceso deliberado de investigación, preparación y acción concertada que nada tiene que ver con el ansia de venganza que muchos albergaban inmediatamente después de los ataques. En las primeras semanas fue evidente que empezaron a trabajar en dos frentes. Por una parte, se abocaron con toda conciencia a la reconstrucción de los hechos, buscando pruebas, nombres, relaciones y estrategias. De lo poco que ha sido publicado resulta claro que se ha recopilado una gran cantidad de datos que no sólo prueban vínculos entre los terroristas y la organización de bin Laden, sino también, y más importante, que se trató de un ataque cuidadosamente planeado a lo largo de varios años. Además, la evidencia disponible sugiere que hay más células listas para actuar.

Por otro lado, los norteamericanos se han dedicado a construir una impresionante coalición multinacional contra el terrorismo, toda ella estructurada alrededor de decisiones aprobadas unánimemente por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que le da no sólo una dimensión internacional, sino pleno soporte legal a cualquier acción militar que finalmente decidan emprender. El tinglado político, legal y diplomático muestra no sólo destreza, sino la decisión de evitar una mera acción de revancha. Se trata de una lucha abierta y hasta el final contra el terrorismo. Esto indica que, en la medida en que los estadounidenses eviten acciones militares que afecten gravemente a la población civil, todo el mundo occidental -incluyendo a los nuevos “socios” como Rusia, China y otros países clave alrededor del mundo- tendrá una actitud de absoluta intolerancia frente a actos terroristas, sean éstos en Colombia, España, Israel, India o cualquier otra parte. Este es otro indicio de que nuestro desorden interno será cada vez más observado por el resto del mundo.

Las implicaciones de todo esto para nuestra propia seguridad nacional son evidentes a todas luces. En la medida en que nuestra seguridad nacional dependa del nuestro desempeño económico y éste a su vez de la relación con Estados Unidos, nuestras respuestas en el campo migratorio y en la seguridad fronteriza serán determinantes. Es crucial anticipar las nuevas dimensiones de la problemática y las implicaciones prácticas, concretas que éstas entrañan en el subcontinente norteamericano. Nadie puede tener la menor duda de que nuestra vecindad va a cambiar de manera radical, lo que exige respuestas rápidas y cambios fundamentales. Puesto en otros términos, nuestra seguridad es la de los norteamericanos, y viceversa. A partir de ahora vamos a estar sujetos a un escrutinio externo mucho más duro de lo que ha sido tradicionalmente. Pero lo más importante es que fácilmente podríamos acabar siendo presa de actos terroristas nosotros mismos. Por ello más vale que definamos dónde estamos en el tema principal: nuestra propia seguridad.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.