Los síntomas económicos y sociales de la Influenza

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De acuerdo con cifras oficiales, en la pandemia por influenza del 2009, el número de casos confirmados de H1N1 en México hasta noviembre de ese año fue de 54 mil, con 398 decesos. Con el nuevo brote en lo que va del 2014 se han registrado 3,275 casos y 410 decesos. ¿El sector salud está realmente preparado para lidiar con semejante problema? ¿Qué hace falta?

El inicio de 2014 ha está enmarcado por la presencia de grandes retos para nuestro país. Entre ellos destaca la cruda lucha contra la descomposición social que aqueja a Michoacán, para evitar que ésta se replique en otros estados de la República también azotados por el crimen organizado. Adicionalmente, es esencial que el gobierno pueda implementar con éxito las internacionalmente aclamadas “reformas estructurales” que potencialmente pueden transformar el rumbo del país. Sin embargo, ha resurgido un fenómeno que, al enmascarar diversos retos, a primera vista puede no ser considerado relevante e, incluso, pudiera pecar de ser superfluo: la influenza. Además de los evidentes problemas de salud pública que acarrea un brote infeccioso de este tipo, ¿cuáles son los síntomas económicos de la influenza? ¿Qué papel juega el gobierno en la dinámica de la histeria colectiva? ¿Qué tan preparado está nuestro sector salud para atender un problema con diversas aristas?

La influenza es una enfermedad infecciosa producida por un virus ARN con tres tipos: A, B y C. De estos, el primero presenta los serotipos con los patógenos más virulentos para el ser humano, siendo el H1N1 (influenza española de 1918 e influenza porcina de 2009), el H2N2 (influenza asiática de 1957), el H3N2 (influenza de Hong Kong de 1968) y el H5N1 (gripe aviar de 2004) los más prevalecientes en el ser humano.

Salvo por el serotipo H5N1, la influenza no es una de las enfermedades con la mayor tasa de letalidad.[1] Las pandemias de influenza presentan una tasa de letalidad que va del 0.1%, en el caso de la influenza estacional, al 2.5%, presentado por la influenza española de 1918. En cambio, el rango de la tasa de letalidad de la fiebre amarilla es del 20-50%, mientras que la del virus del Ébola es del 83%. Incluso, toda vez que manifiesta síntomas de afectación del sistema nervioso central, el virus de la rabia alcanza tasas de letalidad de prácticamente el 100%.

Pero, a pesar de que la influenza no es una enfermedad tan letal, sí es altamente contagiosa. Esta característica, aunada a un manejo público inadecuado de la información respecto a los cuidados preventivos que deben adoptarse, la función y eficacia que tiene la vacuna contra el virus, así como las fantasiosas teorías de conspiración, se convierten en ingredientes perfectos de un coctel extraordinariamente rico en psicosis social. Esta, a su vez, se vuelve en un catalizador de los síntomas económicos de la influenza.

En 2009, nuestro país experimentó un brote de una variación del serotipo H1N1 que fue clasificado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como nivel de alerta seis, esto es, se había identificado que el virus se propagaba de persona a persona y que existían brotes comunitarios en dos países de una región de la OMS y un tercero de una región distinta. En otras palabras, el brote de influenza de 2009 fue considerado una pandemia.

De acuerdo a cifras oficiales, el número de casos confirmados de H1N1 en México hasta noviembre de 2009 fue de 54 mil, mientras que el número de fallecimientos ascendió a 398. No obstante que su tasa de letalidad fue sólo del 0.73%, la paranoia ganó rápidamente paso entre la población y produjo sendos impactos negativos sobre la economía, particularmente en lo que se refiere a la industria del entretenimiento en lugares cerrados y al turismo. Según la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, las pérdidas económicas ocasionadas por la influenza en 2009 se cifraron en 57 mil millones de pesos, esto es, 0.7% del Producto Interno Bruto de ese año.

Es evidente que la histeria colectiva de 2009 tuvo parcialmente su origen en el desconocimiento entre la población sobre el protocolo de prevención de contagio durante la crisis sanitaria. Pero también surtió efecto la sobrerreacción de la administración de Felipe Calderón, quien en el mes de abril emitió un Decreto que, entre otras cuestiones, otorgó poder al secretario de Salud para aislar personas, inspeccionar a todo sospechoso, ingresar a domicilios, regular el transporte, suspender congregaciones de personas y realizar compras de forma discrecional sin procedimiento alguno.

Además de que la administración de Calderón fomentó la histeria colectiva a través de este tipo de medidas, tampoco llevó a cabo un uso eficiente del gasto público en el combate de la crisis sanitaria. El gasto oficial de prevención contra la crisis sanitaria de la influenza a través de spots televisivos en Televisa y TV Azteca, campañas de radio en diversas radiodifusoras y publicidad en internet representó hasta el 12% del gasto en vacunas contra el H1N1. Más importante aún, existe evidencia de que los contratos de campañas publicitarias en todos los medios, así como el proceso de adquisición de las vacunas, respiradores y demás insumos asociados al tratamiento de la enfermedad, no fueron transparentes ni consistentes con el discurso apocalíptico de Calderón o el presupuesto asignado durante 2009 al sector salud para un evento de tal carácter.

En los días que han transcurrido de 2014, nuestro país está experimentando otro brote considerable de influenza, dentro del cual, el serotipo H1N1 ha vuelto a ser predominante. Al 8 de febrero, se registraron 3,275 casos y 410 decesos de este serotipo de influenza, según datos de la SSA. Esto significa una tasa de letalidad del 12.51%, es decir, diecisiete veces mayor a la registrada en el 2009. En esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido en 2009, la respuesta en cuanto a campañas de difusión sobre las medidas preventivas de contagio y de tratamiento una vez adquirida la enfermedad, ha sido más decidida. De hecho, en todos los medios de comunicación, se ha tomado especial cuidado en establecer cuáles son las condiciones que generan más susceptibilidad de contagio y cuáles son los grupos de la población más vulnerables ante la enfermedad. Ante la expectativa de diversos especialistas y tomadores de decisión del sector público sobre una muy probable escalada de los casos detectados y los decesos durante otro par de semanas, algunos representantes del sector salud han querido dejar claro que éste está preparado para lidiar con semejante problema. ¿Realmente lo está? ¿Qué hace falta?

La titular de la SSA, Mercedes Juan, ha declarado que la afectación por influenza es una condición cíclica y, más importante aún, se espera que cada brote esté caracterizado por una cadena de virus fortalecida y, por tanto, tenga mayor prevalencia. De esta forma, las campañas de concientización sobre la enfermedad no sólo deben ser salientes cuando exista un brote, sino de forma estacional. Específicamente, es necesario establecer campañas que, por un lado, establezcan claramente cuáles son los alcances de la vacuna de la influenza y, por el otro, den punto final a las teorías de conspiración que circulan entre ciertos sectores de la población respecto a los supuestos efectos negativos que tiene.

El resurgimiento de diversas enfermedades (v.gr. sarampión, poliomielitis, paperas y tosferina) que ya se habían considerado erradicadas en el mundo, es atribuible a un movimiento internacional en contra de la vacunación infantil contra dichas enfermedades. Dicho movimiento basa su rechazo en un documento de trabajo que a su vez tuvo su origen en un caso anecdótico que atribuye a las vacunas el padecimiento de autismo, entre otras condiciones. El caso de la influenza no es excepción. A menudo se escucha entre la población que “vacunarse contra la influenza da gripa” o también que “vacunarse contra la influenza exenta de adquirir la enfermedad”. No existe evidencia científica alguna de que cualquiera de estos argumentos, incluido el del autismo, sea cierto. La vacuna contra la influenza no genera autismo ni da gripa y tampoco es garantía de no contraer la enfermedad. Su función es exclusivamente fortalecer al sistema inmunológico ante un posible contagio. En una población asustada por el bombardeo constante de cifras de contagios y decesos ocasionados por la influenza, se vuelve indispensable información clara y precisa que desmienta cualquier mitología alrededor de ella.

Las campañas de información también han resaltado la importancia que tiene la no automedicación. Algunos de los decesos de pacientes con H1N1 han estado asociados a que éstos no asisten al médico hasta que presentan síntomas muy avanzados. En este sentido, la campaña de información no basta. Se requiere de una verdadera regulación de todos los puntos de venta de medicamentos (i.e. farmacias) que de unos años a la fecha ofrecen también un servicio médico. Esto es importante porque su popularidad se ha disparado por diversas razones: muchas personas carecen de acceso a los servicios de salud pública y son cómodos y económicos (la consulta oscila 20 y 40 pesos). No es difícil concluir que la prescripción de esos médicos está asociada a la compra de medicamentos (posiblemente antibióticos que son inservibles para el tratamiento de un virus) que estén a la venta en el mismo sitio. Es cierto que ha habido avances en esta materia, por ejemplo, cuando comenzó a exigirse la receta para la venta de los antibióticos. Sin embargo, no hay ningún control real sobre la autenticidad de dichas recetas. Cualquiera de ellas que contenga la firma y cédula profesional de un médico puede ser utilizada para comprar medicamentos, sólo se requiere de una impresora. Así, la automedicación se presenta como un reto regulatorio pendiente para la salud pública.

El sector salud se puede ver rebasado en cuanto a sus capacidades para atender una crisis sanitaria de este tipo. No sólo se trata de dosis de antivirales o respiradores –que efectivamente escasean, sino también de camas en hospitales y recursos humanos. El brote de influenza de 2009 se constituyó como un altísimo costo de oportunidad, ya que representó el 316% del déficit anual del Instituto Mexicano del Seguro Social. Adicionalmente, más allá de su incapacidad para atender la demanda, ¿cuántos hospitales e individuos tienen acceso a realizarse una prueba que descarte el contagio por influenza? El mismo Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) considera que la influenza puede estar subdiagnosticada porque sólo los hospitales del orden del Siglo XXI, Nutrición, La Raza y el mismo INER cuentan con el equipo necesario para realizar pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR). Esto cobra gran relevancia si se considera que uno de cada cuatro mexicanos carece de acceso a los servicios de salud pública y que, dicha prueba tiene un costo de 9,300 pesos en el sector privado.

Por lo tanto, el combate a crisis sanitarias (como la de la influenza) tiene que estar guiado por un manejo de información pública sensato y decidido, que rompa con cualquier mitología asociada al contagio, tratamiento y prognosis de la enfermedad. Pero además, en el caso específico de la influenza y, dada su prevalencia cíclica, debe ser preventiva y no reactiva, lo cual implica la regulación del sector salud, particularmente en lo que al acceso de medicamentos se refiere. Por último, el sector salud necesita desesperadamente un saneamiento financiero, puesto que no será capaz de atender a una población enferma cuando él mismo está convaleciente.

[1]La tasa de letalidad es la proporción de muertes dentro de una población de casos determinada, es decir, el número de muertes que se da entre los individuos que padecen una enfermedad. No debe confundirse con la tasa de mortalidad, que considera el número de muertes dentro de la población total, infectados y no infectados. El serotipo H5N1 (gripe aviar) si presenta una alta tasa de letalidad: 60%.

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