El crecimiento de México sólo puede venir de sus empresas. Sin embargo, hoy tenemos pocas empresas grandes y muchas microempresas, las cuales no son muy productivas. Lo mismo ocurre con los empresarios. Tenemos empresarios muy exitosos pero más bien somos un País de “changarros” que surgen de la necesidadde subsistir en una economía que no crece lo suficiente y no de la convicción de ser “empresario”.
De los factores en el entorno que propician la falta de empresas competitivas se ha hablado mucho: impuestos, corrupción, falta de infraestructura, inseguridad, falta de capital humano, etc. Pero hay un factor que, aunque se hable poco de él, es crucial: los valores que decidimos privilegiar los mexicanos todos los días.
Con respecto a los valores, en México vivimos muchas dualidades. Las personas quieren vivir mejor, pero a veces es “mal visto” querer tener mucho dinero; quieren ascender socialmente, pero no tienen una buena opinión de las élites; las personas tienen aversión a cooperar con Estados Unidos, pero miles de familias reciben remesas y tienen un pariente viviendo del otro lado de la frontera; queremos tener dinero, pero que te digan “empresario” en algunos estratos sociales es casi un insulto; muchos empresarios quieren un mejor País, pero creen que es tarea sólo de los políticos y no están dispuestos a dejar de recibir tratos preferenciales o, incluso, dejar de violar la ley.
Un ejemplo concreto es el que nos muestra la Encuesta Mundial de Valores (2005): más del 80 por ciento de los encuestados en México contestaron que el trabajo es un elemento muy importante en sus vidas, un porcentaje más alto que el de los encuestados en China, Brasil y España. Sin embargo, en México se observa más aversión a querer ser “rico”, que en países como Rusia, España y Chile (más del 60 por ciento de los mexicanos encuestados dijo “no parecerse” al prototipo de persona para la cual es importante ser “rica”). De modo que el trabajo es absolutamente importante en la vida de los mexicanos, pero decimos que no nos atrae volvernos muy ricos mediante ese trabajo.
Mientras sigamos reforzando este tipo de actitudes, la formación de empresas competitivas y dinámicas irá en contra de la corriente, pues quienes sueñen con crearlas, así les tome toda la vida, serán siempre la excepción, una rareza, un auténtico “bicho raro”, especialmente en los segmentos más numerosos de la población.
Las variables culturales se vuelven cruciales porque, así como pueden reforzar círculos viciosos, también pueden ser el comienzo de los cambios que se requieren. México difícilmente va a cambiar si los mexicanos no empezamos a pensar diferente sobre temas como el mérito, la generación de riqueza, la corrupción, las élites, el ahorro, la inversión, la educación, etc.
Los problemas estructurales se pueden resolver, pero en paralelo se tiene que trabajar en la concientización sobre la importancia de ser productivo, en crear mecanismos para ser una sociedad meritocrática, en explicar que para que haya un rico no tiene que haber un pobre y en tener una sociedad que valora la cultura de la legalidad, donde quien cumple la ley y paga sus impuestos no es un tonto o un ingenuo, sino el tipo de ciudadano que todos necesitamos.
En una semanas, el Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC), junto con el Instituto de Cambio Cultural de la Universidad de Tufts, presentará los resultados de una encuesta que brinda elementos para entender mejor el fenómeno de los valores como un factor que puede ayudar a impulsar o a retrasar el crecimiento y el desarrollo.
El estudio de los elementos culturales y de cómo estos contribuyen al cambio necesario para alcanzar el potencial con el que cuenta el País debe ser considerado no sólo por políticos y empresarios, sino por todos y cada uno de los mexicanos que día a día, con sus decisiones, construyen este País. De otra manera México seguirá condenado a un marco institucional que no coincide con la realidad.
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