Luchas futuras

¿Qué sucede cuando las cosas cambian?

Cuando contendía por la presidencia estadounidense con Eisenhower en 1956, un ciudadano le gritó a Adlai Stevenson que toda la gente pensante lo apoyaba. Stevenson, un político-intelectual, le respondió “eso no es suficiente. Necesito una mayoría”. La tensión entre grupos y clases sociales es una constante a lo largo de la historia y a nadie debe sorprender que cuando unas cosas cambian, sobre todo si mejoran, nuevas fuentes de conflicto y tensión aparecen en el firmamento.

¿Qué cambios vemos actualmente en nuestra vida cotidiana?

Una de las paradojas de nuestra era es que se ha dado una combinación de factores que son, o parecen, contradictorios. Por un lado, es patente, y empíricamente demostrable, que la vida ha mejorado para la mayor parte de la población (y, de hecho, de la humanidad). Hoy se viven más años, hay menos enfermedades, los niveles de vida han ascendido, la calidad de los productos que consumimos y utilizamos mejora día a día, los precios de muchos artículos -como los electrónicos- bajan. Incluso la familia más modesta en una zona urbana tiene acceso a mejores condiciones de vida cotidiana -como baños en la vivienda- de los que nunca dispuso el rey más famoso de Francia, Luis XIV.

Por otro lado, hay una polarización en los ingresos, mucha de ella derivada del avance tecnológico. Ambas cosas -la mejoría real en los niveles de vida y la polarización económica- son ciertas, aunque no estén vinculadas entre sí. En términos económicos, la mejoría es palpable. Sin embargo, en términos políticos ha predominado la percepción de que unos han mejorado más que otros o, en la retórica barata, que unos han mejorado porque otros han empeorado. Esta paradoja, hace tiempo conocida, es gasolina pura para disputas electorales, retórica populista y toda clase de polémicas.

¿Qué cambios impulsan los avances tecnológicos en nuestra era?

Por si eso fuera poco, Yuval Harari, autor del libro Sapiens, una “breve historia de la humanidad”, afirma que la conflictividad que vive la humanidad está a punto de multiplicarse y adquirir formas y características hasta hoy desconocidas por la humanidad. En una discusión con el premio Nobel Daniel Kahneman*, Harari argumenta que los avances tecnológicos de nuestra era van a crear nuevas fuentes de conflicto y tensión, nuevas clases sociales y dinámicas novedosas de la lucha de clases, tal y cómo ocurrió cuando la revolución agrícola e industrial.

El ejemplo más patente que emplea Harari es el de la revolución en el terreno de la salud. Según él, el enfoque de la medicina en el siglo XX era el de curar la enfermedad; hoy en día, el enfoque es hacia mejorar a los que están saludables, una perspectiva radicalmente distinta. En términos políticos y sociales, dice el historiador, mientras que curar a los enfermos constituye un proyecto esencialmente igualitario porque se trata a todo mundo por igual, mejorar a los que están saludables constituye un proyecto elitista por definición, dado que no es algo que pueda beneficiar a todo mundo. Así, para Harari, una potencialmente enorme fuente de conflicto futuro yace en la salud diferenciada para ricos y pobres. No por casualidad, la discusión citada se intitula: “Morirse es opcional”.

¿Cómo afectan estos cambios el trabajo humano?

Si uno observa lo que ya de hecho ocurre con el empleo manual ante la expansión de la tecnología, el escenario que plantea Harari no suena descabellado, por más que algunas cosas específicas pudieran ser discutibles: el valor de la actividad manual se ha colapsado frente a la creatividad y agregación de valor intelectual, igual en las fábricas que en las finanzas. En la era de la Revolución Industrial se organizaron los famosos movimientos ludistas, activistas dedicados a destruir máquinas para restaurar las viejas formas de producir. Sin embargo, aunque fue extraordinariamente disruptiva de la vida cotidiana, la Revolución Industrial, a la larga, transformó al mundo para bien. No parece imposible que también así se resuelva esta era, aunque el proceso pueda ser por demás disruptivo.

Muchas de las dislocaciones que Harari describe ya son visibles en diversos ámbitos, algunos resultado de la tecnología, pero muchos más producto de regulaciones que discriminan a favor de los más pudientes o mejor conectados. En nuestro ámbito, aunque muchos empresarios y burócratas preferirían cerrar la economía -lo que elevaría los precios de muchos de los bienes que más se consumen- la apertura ha permitido que la abrumadora mayoría de los mexicanos tenga acceso a ropa, calzado y alimentos mucho más baratos que en los ochenta. En sentido contrario, aquellas industrias que siguen protegidas gozan del dudoso privilegio de poder cobrar precios mucho más elevados.

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo enfrentar estos cambios?

En un intercambio, Kahneman se refiere al tipo de fenómeno citado en el párrafo anterior: “hay un arreglo social de décadas o siglos que favorece un proceso de cambio relativamente lento… lo que Harari sugiere es que hay una desconexión fundamental entre el ritmo acelerado de cambio tecnológico y la rigidez de las normas y arreglos sociales y culturales que no podrán sostenerse.” Para Harari, uno de los grandes problemas con la tecnología es precisamente que avanza a un ritmo muy superior al de la sociedad humana.

Harari concluye su alocución diciendo que lo importante del proceso de aprendizaje es que en la medida en que uno aprende más acaba entendiendo que sabe cada vez menos pero con una perspectiva mucho más amplia y completa del presente y del futuro. Sea como fuere, lo que es seguro, en palabras del profesor germano-inglés Ralph Dahrendorf, “el conflicto es un factor necesario en todos los procesos de cambio”.

@lrubiof

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