La pregunta es si la democracia ha ido demasiado lejos. Luego de años de liberalización política, crecen las quejas sobre el desempeño de los procedimientos democráticos, con frecuencia se exacerban las tensiones entre los distintos poderes públicos y no se toman muchas decisiones que son urgentes y necesarias o, cuando sí se actúa, como en estos días, se toman decisiones excesivas, torpes y que ponen en riesgo la estabilidad política. La democracia resulta ser un sistema de organización política que decepciona a muchos y deja insatisfechos a otros. Lo fácil es criticarla, atacarla, despreciarla y hasta desecharla, pero la verdad es que no conocemos mejor sistema para la toma de decisiones en una sociedad. La clave de su éxito reside en la constitución de mecanismos idóneos que hagan posible su funcionamiento efectivo, algo que ciertamente no existe en el México de hoy.
Los problemas de la democracia no son privativos de México. Prácticamente no hay país del mundo que reniegue de la democracia (o, al menos, que no le hagan todo tipo de caravanas) pero, al mismo tiempo, es rara la nación que no disputa algunos de sus procedimientos. Es interesante hacer notar que hasta los dictadores más recalcitrantes adoptan formas democráticas, como las elecciones, independientemente de que sus sistemas políticos sean todo menos democráticos. Pero también es evidente que la existencia de procedimientos electorales debidamente organizados (y hay pocos en el mundo como el nuestro en este sentido) es insuficiente para asegurar que la democracia funcione de manera eficiente.
Los enojos con el funcionamiento del gobierno actual han dado brío y fuerza a los detractores de la democracia. Muchos políticos y líderes partidistas lanzan implacables ataques no a la ineptitud de un gobierno o a una estructura institucional poco idónea para el desarrollo del país, sino a la democracia en su conjunto. Ignorantes de la famosa frase de Miguel de Cervantes de que “ningún tiempo pasado fue mejor”, muchos políticos idealizan el pasado y fustigan lo que hoy existe. En lugar de corregir y reparar los males de la estructura institucional actual, algunos políticos tratan de retornar a algo que ya no es posible. Sólo para ilustrar el absurdo frecuentado por muchos detractores de la realidad actual, baste decir que una mayoría de priístas desearía retornar al viejo sistema pero, eso sí, sin su componente central, el presidencialismo.
La realidad es que hay pocas razones para estar satisfechos con el desempeño de la democracia mexicana, pero también es cierto que mucho de lo que hoy existe constituye avances singulares hacia un mejor sistema de organización política y social. Lo que falta es darle forma integral. Es ahí donde el proceso de toma de decisiones en la sociedad mexicana ha fallado estrepitosamente. La combinación de un sistema político diseñado para funcionar dentro del contexto de un presidencialismo fuerte junto a la ausencia de ese mismo elemento, producto del nuevo régimen electoral, ha arrojado resultados poco encomiables y procesos de decisión sumamente deficientes. La pregunta es cómo corregir y resolver la problemática actual.
Fareed Zakaria, un académico norteamericano, publicó hace unos meses un libro que se aboca precisamente a estos temas. El texto, intitulado El futuro de la libertad: la democracia no liberal en casa y en el resto del mundo, analiza los problemas de la democracia moderna. Según Zakaria, la democracia, para funcionar y cumplir su cometido, tiene que desarrollarse en un entorno propicio en el que existan instituciones fuertes que garanticen los derechos individuales. Su visión, un tanto pesimista, es que la democracia ha tendido a minar el crecimiento de la libertad individual y que su adopción demasiado rápida y sin que existan las condiciones idóneas para su desarrollo, puede acabar arrojando resultados despreciables, como el de una democracia no liberal. Uno de sus ejemplos favoritos es el de Rusia porque –explica– la prisa con la que se pasó de un sistema autoritario a uno democrático hizo imposible el desarrollo de las instituciones liberales que son indispensables para el funcionamiento de la democracia, lo que trajo como resultado inestabilidad y una democracia no liberal, algo que para Zakaria es una contradicción de términos.
Zakaria dedica su análisis a tres grandes temas: la relación entre la democracia y la libertad, el crecimiento económico y la democracia y, particularmente, las instituciones que hacen posible su funcionamiento. Respecto al primero, la historia es por demás evidente: desde Atenas, la democracia y la libertad no siempre han ido de la mano; baste recordar que las primeras democracias se caracterizaban por la esclavitud, institución que sobrevivió hasta hace poco más de un siglo. De la misma manera, pero en sentido contrario, en el siglo XIX los ciudadanos de algunas sociedades, sobre todo las anglosajonas, gozaban de enormes libertades, pero poca democracia. Fue sólo en los últimos dos siglos en que la búsqueda de la libertad y, sobre todo, de medios para institucionalizarla, llevaron a la conformación de la democracia moderna.
Sin embargo, quizá lo mejor del análisis de Zakaria reside en su argumentación sobre los factores que hacen de esta forma de organización política un sistema de gobierno funcional. Desde esta perspectiva, el éxito de la democracia no reside en la organización eficiente y confiable de elecciones, por más que ello sea una condición necesaria y, de hecho, indispensable, sino en la existencia de instituciones que hagan posible el ejercicio de la función gubernamental. Lo mejor de Zakaria es precisamente su insistencia que la democracia no es un concepto etéreo, sino una forma de gobierno que tiene por propósito la toma de decisiones. En la medida en que es posible tomar decisiones de una manera legítima, la democracia cumplió su cometido.
El problema de las democracias no consolidadas es que, típicamente, se quedan a la mitad del camino. Adoptan ciertas formas o componentes de la democracia (las elecciones, por ejemplo), pero se olvidan de todo lo demás, cuando es eso lo que hace posible que se logre un sistema de gobierno eficiente. Cuando se idealiza la democracia como concepto y se ignora lo crucial, que se trata de una forma de gobierno, se corre el riesgo de fracasar en la economía, en la organización política y, por lo tanto, en la consecución de la legitimidad.
Lo medular de la democracia reside en la existencia de mecanismos que obligan a todo mundo a jugar el papel que les corresponde. Es decir, una democracia funciona cuando los incentivos de cada uno de sus actores están alineados con los objetivos que se persiguen. Dado que esos objetivos son, generalmente, la construcción de un sistema político representativo, el desarrollo de un sistema de toma de decisiones eficiente y una mejora económica sostenida y sistemática, los incentivos de los políticos y funcionarios tienen que estar perfectamente orientados a su consecución. En la medida en que así ocurra, el gobierno logrará su legitimidad. Planteado de esta manera, la democracia no es legítima por la manera en que se eligen sus gobernantes, sino por la manera en que éstos funcionan, rinden cuentas y cumplen con los objetivos de la sociedad.
La consecución de los objetivos de la sociedad no siempre depende de instituciones democráticas. Los bancos centrales y las cortes supremas, por ejemplo, son dos instituciones clave de las sociedades democráticas y, sin embargo, lo usual es que sean entidades autónomas, no sujetas al escrutinio democrático. Lo que es más, según Zakaria, en la medida en que se intenta someter a ese tipo de escrutinio a entidades como éstas, se corre el riesgo de que pierdan su funcionalidad. La clave reside en que los estatutos que norman a ese tipo de entidades cuenten con mecanismos y contrapesos que produzcan incentivos adecuados para que cumplan con sus objetivos. Es en este contexto que Zakaria afirma que “el sistema de gobierno occidental se caracteriza menos por la existencia de plebiscitos masivos que por jueces imparciales”. Es decir, por mecanismos institucionales que garantizan la existencia de condiciones propicias para el desarrollo político, social y económico, más allá de las habilidades o miras del gobierno en turno.
Muchos gobiernos pueden adoptar formas democráticas y, de hecho, Zakaria muestra contundentemente cómo muchas de las democracias más recientes han sido producto de autócratas liberalizadores, lo cual no garantiza su éxito. Muchos gobernantes han asumido que el adoptar algunos elementos típicos de las democracias se traducirá en sistemas funcionales de gobierno y economías crecientes. Además de constituir una lectura poco informada de lo que hace funcionar a una democracia, esta manera de proceder ilustra la incomprensión que con frecuencia circunda a la democracia: dado que ésta consiste, antes que nada, en un sistema de pesos y contrapesos, es decir, de límites al poder, si un individuo, así sea un autócrata, intenta decretar la democracia, entonces lo que resultará será algo distinto a lo buscado. Para Zakaria la clave del éxito de una democracia reside en la existencia de un estado de derecho (rule of law) y de una moneda sana y saludable. La combinación simultánea de estos dos aspectos resulta infalible y comprueba la existencia de pesos y contrapesos. Un gobierno puede imponer muchas cosas, pero no la legitimidad del sistema; ésta se gana en el tiempo cuando la evidencia le demuestra a la ciudadanía que hay un gobierno efectivo y, al mismo tiempo, que existen límites al poder gubernamental.
Quizá la lección más valiosa que arroja este libro se refiere a la secuencia de circunstancias necesarias para que un país logre construir una democracia funcional y efectiva. Para Zakaría, el fin último de una democracia consolidada tiene que ser el orden con libertad. La combinación de estas dos fuerzas produce, a la larga, un gobierno legítimo, prosperidad y una democracia liberal. Una vez logrado lo anterior, todo el resto acaba acomodándose por sí mismo. Capaz que podríamos empezar a avanzar en esta dirección.
El pasado
Vicente Fox nunca se definió frente al PRI y frente al pasado, pero sí desató fuerzas descontroladas y semi autónomas para lidiar con ambos que pueden acabar destruyendo el pequeño avance democrático que representó su elección. O peor.
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