México se ha vuelto el chivo expiatorio de todo lo que va mal en Estados Unidos según la óptica político electoral actual. Los precandidatos a la presidencia de aquel país no pierden oportunidad para culpar a los inmigrantes mexicanos o a nuestras exportaciones de sus problemas. La percepción mediática que sobre nosotros se ha construido en aquella nación difícilmente podría ser peor. Y lo paradójico es que esto ocurre en paralelo con el que quizá es el mejor momento de la relación diplomática entre los dos países. Se trata de dos caras de una misma moneda, pero de no actuar sobre las percepciones, tarde o temprano acabaremos sufriendo consecuencias potencialmente muy severas.
Dadas las diferencias históricas, culturales, económicas y políticas, nuestra relación con los estadounidenses nunca ha sido fácil y con el paso del tiempo ha adquirido un enorme grado de complejidad esencialmente porque México se ha convertido en un tema de política interior norteamericana. Una circunstancia de esta naturaleza es quizá inexorable dada la extraordinaria variedad y profundidad de los vínculos e intercambios que se realizan a través de nuestra frontera común. Inevitablemente, un mayor intercambio también produce un mayor número de fricciones.
Pero lo que estamos enfrentando va más allá de meras fricciones y no estamos haciendo nada -o quizá mucho, pero no necesariamente lo adecuado- para evitar que éstas se traduzcan en riesgos que, a la larga, pudieran tornarse desastrosos. El problema no reside en nuestra diplomacia: de hecho, la relación bilateral es tan buena como en el mejor momento de nuestra historia y probablemente mucho mejor: los dos gobiernos no sólo se entienden bien, sino que están cooperando en temas y áreas que hasta hace poco eran considerados tabú por alguna de las dos partes; el mejor ejemplo de esto es del contrabando de armamento de Estados Unidos hacia México, tema que nuestros vecinos nunca antes habían aceptado como sujeto a una discusión bilateral. La realidad es que la relación diplomática es excepcionalmente buena y avanza hacia soluciones efectivas a problemas reales.
Sin embargo, nuestras circunstancias particulares hacen que la dimensión diplomática resulte ser insuficiente para entender y resolver la problemática actual. A diferencia de Canadá, que es un país de nivel similar en desarrollo y lenguaje, nosotros representamos un factor diferenciador dentro de EUA. El mexicano es diferente al americano promedio, se comporta de maneras distintas y, en un momento donde los americanos perciben que se encuentran en circunstancias vulnerables, se propicia la búsqueda de chivos expiatorios fáciles de atacar y que no se saben defender.
El fondo del problema reside en un factor simple de conceptualizar pero difícil de resolver. Desde que, a finales de los ochenta, las dos naciones entramos en un proceso de negociación orientado hacia la eliminación de obstáculos al comercio y la inversión como medio para acelerar el crecimiento de nuestra economía, México pasó de ser un tema meramente diplomático a un asunto de política interior estadounidense. En la medida en que se incrementaron los intercambios de bienes y servicios, pero sobre todo de personas, la relación adquirió otra dimensión.
Para muchos estadounidenses, la presencia de millones de mexicanos en su territorio, muchos de ellos ilegales, se convirtió en un tema controvertido y de fácil explotación por parte de los políticos (incluyendo, por supuesto, los nuestros, como los gobernadores, que los ven con ojos de banqueros). Independientemente de los beneficios que la migración aporte a la economía de ese país, su presencia ha causado resquemores, preocupaciones, molestias y, en muchos casos, respuestas de corte racista. Sea cual fuere la reacción popular o política al fenómeno de la migración, el hecho es que hay grandes comunidades de mexicanos en territorio estadounidense y esto ha creado circunstancias políticas que trascienden lo diplomático.
El punto medular es que la integración económica entre las dos naciones ha adquirido dimensiones tales que ameritan, de hecho exigen, una redefinición del enfoque que el país debe tener hacia nuestros vecinos. La realidad es que ya no es suficiente mantener una visión meramente diplomática hacia la relación bilateral. México enfrenta un problema político en nuestra relación con EUA -de hecho, con la sociedad norteamericana- y requiere por lo tanto una estrategia política para lidiar con el fenómeno.
Todas las encuestas muestran que la mayoría de los norteamericanos tiene una buena imagen de los mexicanos y que la mayoría de los mexicanos percibe benignamente a los norteamericanos. Una estrategia orientada a capitalizar esta fuente de sensatez y buena voluntad no haría sino fortalecer los vínculos así como reducir o eliminar el atractivo de criticar lo mexicano como mecánica electoral. El problema es político y eso obliga a cambiar paradigmas, trascender lo estrictamente diplomático que hace mucho fue rebasado por la realidad. Muchas son las propuestas que existen para avanzar estos temas. Lo urgente es echarlos a andar.
Los vecinos no se escogen y la mayoría requiere cuidados para hacer funcionar la relación bilateral. Quizá no haya mejor ejemplo de esto que Francia y Alemania, dos naciones que por años se dedicaron a exterminarse mutuamente y que, sin embargo, encontraron un modus vivendi que ha arrojado beneficios inconmensurables. No hay razón por la cual México y EUA no pudieran encontrar una nueva forma de relación a partir de una estrategia política idónea.
Una estrategia de esa naturaleza se abocaría a modificar percepciones así como crear un entorno de confianza y certidumbre en la relación bilateral. Lo anterior implicaría dedicarnos a presentar las muchas facetas de la realidad mexicana, debatir los costos y beneficios de la migración, hacerlos partícipes de nuestra riqueza cultural y construir puentes que sirvan como vehículos de solución a problemas mutuos. Es decir, la estrategia incluiría el tema migratorio pero no se concentraría solamente en él: atendería a los migrantes de una manera integral, pero iría mucho más lejos. El objetivo consistiría en reducir las tensiones que generan las circunstancias particulares de nuestra vecindad (tanto los números involucrados en la migración como en la relación comercial), pero sobre todo a neutralizar las fuentes de protesta que estas circunstancias producen. Y para eso se requeriría un amplio despliegue coordinado por el gobierno pero que incluiría a todos los componentes de la sociedad mexicana que tienen presencia en ese país, incluyendo a figuras emblemáticas y a los empresarios. Construir en lugar de hostilizar o ser hostilizados.
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