En el siglo diecinueve, Tomás Alva Edison dijo que él haría que la electricidad fuera tan barata que solamente los ricos podrían darse el lujo de prender velas. Edison hizo su trabajo, pero nosotros no hemos hecho el nuestro. Hoy, dos siglos después, los mexicanos pagamos un alto costo por un servicio eléctrico ineficiente. Todos los días vemos cómo este sector está sumido en la ineficiencia. Y enfrentamos a sindicatos y a diversos grupos de interés que representan un obstáculo para la modernización del sector.
Cada vez que se va la luz se pierden millones de pesos que no se recuperan. Miles de personas no pueden llevar a cabo su trabajo. Las calles se vuelven un caos porque nos quedamos sin semáforos. Los aparatos electrónicos sufren por el cambio en el voltaje. Las fábricas no pueden cumplir con su producción y muchos nos quedamos sin computadora y sin teléfono. En gran parte del País, el servicio eléctrico se suspende por lo menos una vez cada día, aunque sea por unos segundos, y la posibilidad de sufrir apagones prolongados es cada vez mayor. El crecimiento demográfico y las necesidades de la sociedad y de las empresas requieren de un sistema eléctrico moderno y competitivo y hoy estamos lejos de ese escenario.
En México sí ha habido iniciativas para reformar al sector eléctrico y técnicamente las soluciones están ahí. Pero tanto los grupos de interés que se benefician del statu quo como los argumentos ideológicos no han permitido que se avance en la dirección necesaria. Y es en este contexto que surge un libro con un diagnóstico extraordinario del sector, mismo que no podría ser más oportuno. Se trata de La Reforma Cautiva: Inversión, trabajo y empresa en el sector eléctrico mexicano (CIDAC, 2007), escrito por el Dr. César Hernández.
En La Reforma Cautiva se discuten un sinnúmero de temas y a mí me gustaría resaltar dos de ellos. Primero, los costos del servicio eléctrico y lo que esto implica para los consumidores. Hoy todos los mexicanos pagamos un alto costo por un servicio eléctrico ineficiente. Pagamos por una electricidad más cara que en países como Canadá, Chile o Brasil, por mencionar algunos. Por si esto fuera poco, si uno observa con detenimiento su recibo de luz podrá ver que, junto a la cuota del consumidor, se encuentra el monto del subsidio. Y si bien la primera reacción de muchos es pensar que esto es bueno porque no lo tenemos que pagar directamente de nuestro bolsillo, la realidad es que sí lo hacemos vía impuestos. Como se mencionó en el propio Sexto Informe de Gobierno de 2006, en ese año el subsidio total al sector fue de aproximadamente 91 mil millones de pesos. Estos son recursos que pudieron haberse destinado a hospitales, parques o escuelas. Es así que los contribuyentes subsidiamos una planta eléctrica poco productiva, obsoleta y con un sindicato oneroso.
Esto nos lleva al segundo punto, que está relacionado con el tema laboral. Como también ocurre en otras empresas públicas, los beneficios históricos del SME y del SUTERM dejan con la boca abierta a cualquiera. Más de un mes de aguinaldo, largos periodos vacacionales y salarios por encima de los que paga el mercado es lo que César Hernández encuentra en los contratos colectivos. Además de estos beneficios extraordinarios, ambos sindicatos se han mostrado poco flexibles, lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿cómo se puede aumentar la productividad si no es posible contratar, despedir y organizar eficientemente a la fuerza laboral?
Por último, vale la pena también pensar en los costos indirectos en los que incurrimos al no tener un sector eléctrico productivo. ¿Quién querría poner una fábrica en un lugar donde el suministro de electricidad es caro y además no está garantizado? ¿Qué implica para un grupo inmobiliario construir un fraccionamiento sin tener garantizado el servicio eléctrico? México necesita hacer del sector eléctrico un motor en vez de un lastre para la competitividad del país. Y esto solamente se podrá llevar a cabo con cambios estructurales y a través de una mayor inversión en el sector.
Electricidad es tu televisión, tu celular, tu refrigerador, tu calefacción y tu negocio, pero aquella sólo existirá si hay inversión, trabajadores, productividad y reformas. únicamente en la medida en que empecemos a cuantificar y comunicar los costos que nuestro servicio eléctrico implica para nuestros bolsillos, para las finanzas públicas y, finalmente, para el desarrollo del país, podremos empezar a sentar las bases del cambio. Hasta entonces seguiremos viviendo en un país de poca luz.
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