Llegó el momento de decidir: la oportunidad que cada ciudadano tiene que traducir su experiencia y responsabilidad en un voto. Cada uno de los contendientes tiene activos y pasivos y cada uno de ellos entraña una visión distinta del futuro. Explico aquí mi voto.
En una sociedad abierta, los ciudadanos deciden quién los va a gobernar por medio de una marca en una papeleta, acción que parece pequeña pero que constituye una decisión fundamental: ahí el ciudadano resume sus expectativas para mejorar su vida. Aunque un candidato nos pueda gustar más que otro, lo crucial es saber quién de ellos sabrá responder cuando venga el momento de tomar decisiones en circunstancias de crisis que, por definición, no son anticipables y no están en un script. En ese momento -que siempre se presenta- lo único que cuenta es la fortaleza de la personalidad y temperamento del presidente, lo que en inglés se llama character. No existe traducción perfecta pero el concepto engloba la entereza, valores y visión de quien está a cargo. Por eso la persona importa.
En estos meses los candidatos nos han saturado de mensajes y discursos. Mucho de eso acabará en el basurero de la historia porque el calor de la contienda genera propuestas e ideas que no siempre son factibles (o deseables) en la realidad del gobernante. Quien gane la elección tendrá que definir no sólo objetivos y estrategias, sino el personal que será responsable de llevarlos a la práctica. Ya hemos visto los costos de los equipos pobres y/o leales. Será clave un equipo profesional y excepcionalmente capacitado que rompa los entuertos, independientemente de su origen partidista.
El contexto que caracteriza al país requiere habilidades muy particulares. Justo en el momento de mayor cambio y turbulencia en el país y en el mundo (1994-2012), tuvimos tres presidentes que no contaban con las habilidades políticas para sumar contrincantes y enfrentar desafíos sin parangón. En los próximos seis años el país tendrá que alcanzar al menos dos cosas: la reconciliación política interna que siente las bases para la construcción de un nuevo régimen: un país de instituciones; y la transformación de las estructuras económicas para eliminar los privilegios, monopolios y fuentes de favoritismo que resultan en tasas tan pobres de crecimiento. ¿Cuál de los candidatos tiene la capacidad y visión para avanzar estos objetivos manteniendo la estabilidad?
Desde mi perspectiva, hay cuatro factores o atributos esenciales que definen a la mejor persona para gobernarnos. Primero, valores: sus creencias, visión del mundo y concepción del ciudadano frente al gobierno. Segundo, su talento ejecutivo: capacidad de definir objetivos, armar equipos, supervisar subalternos y responder cuando las circunstancias cambian. Tercero, habilidad y disposición a negociar con los contrarios. Finalmente, la entereza para mantener la ecuanimidad y claridad de visión para no perder el rumbo en las buenas y en las malas.
Mi voto es para el candidato que reúne estos atributos. En cuanto a sus valores, cree en la libertad de las personas como esencia de la vida, respeta creencias y preferencias distintas a las suyas, tiene una profunda preocupación por la pobreza y la desigualdad y sabe que sólo sumando -una coalición- y construyendo instituciones se puede construir para el futuro. Su ética es la de una ciudadana que entró como adulto a la política y que separa lo propio de lo público con una nitidez sin parangón. Tiene una particular convicción que es la de la igualdad de oportunidades para todos, comenzando por los que llegan con mayores desventajas a la vida.
En la década pasada, observé a Josefina Vázquez Mota como secretaria de desarrollo social, de educación y como líder de su bancada: en cada uno de esos puestos mostró una impactante capacidad ejecutiva, muy superior a la de Calderón. Como jefa supo armar los mejores equipos, se deshizo de quienes no funcionaban, exigía cuentas precisas y no tenía problema de trabajar con gente más capaz que ella. Me la imagino invitando a su equipo a los mejores, independientemente de partido o ideología: quienes sumen y puedan resolver los problemas del país. No es experta en todos los asuntos y por eso busca al mejor talento, sin limitarse al que está en su grupo cercano. Cuando no conoce un tema, pregunta y tiene una prodigiosa capacidad para entender y actuar.
En la SEP demostró capacidad negociadora y no tuvo dificultad alguna para entenderse con la líder magisterial y llevarla a una reforma innovadora: fin a la venta de plazas y compensación a los maestros en función del desempeño de los niños en exámenes estandarizados, ambos anatema para el sindicato. Cuando los huracanes, conoció la pobreza y desesperanza más agudas y se abocó a resolver las causas, no sólo a atenuar los síntomas: cambió e institucionalizó Oportunidades y eliminó la politización en el reparto de víveres y otros apoyos.
Entró a la política como ciudadana y no ha dejado de serlo. Entiende el estado de ánimo del país y lo que ha logrado ha sido producto de su esfuerzo, capacidad, sensibilidad y visión. No es dogmática y por sobre todo, es una persona con sentido común.
Conocí a Josefina hace más de veinte años porque un día la escuché en el radio y de inmediato la busqué para invitarla a incorporarse a mi institución (no aceptó). A lo largo de todos estos años, la he visto en momentos de éxito y en momentos de dificultad. Jamás perdió la brújula. Siempre, hasta en las peores circunstancias, supo reagruparse y seguir adelante. Como todos los humanos, tiene falibilidades pero su historia muestra enorme capacidad de aprendizaje y autocontrol. Detrás de su sonrisa hay una política que calcula y que ha demostrado una y otra vez capacidad para decidir, torcer brazos y sumar a sus interlocutores, hasta a los más difíciles. Lo que muchos interpretan como suavidad no es más que disposición a escuchar y a sumar: dominó al Congreso e hizo posible la aprobación de prácticamente toda la agenda del presidente. No teme a los asuntos más peligrosos. Cuando actúa, nadie la para.
Es evidente que los tres contendientes tienen cualidades y experiencias valiosas. Sin embargo, estoy convencido que sólo ella reúne la mejor combinación de atributos, capacidades y visión. También tengo la certeza de que sólo ella tiene la capacidad de nombrar al equipo más capaz de resolver los problemas de seguridad, economía, empleo y estructura institucional porque no tiene miedo de invitar a quienes tengan las habilidades y darles la totalidad de su apoyo para lograrlo. Ya es tiempo de que tengamos en la presidencia a alguien con los pantalones bien puestos.
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