En un momento crucial de la obra de teatro de Brecht sobre la vida de Galileo, en la que explora la relación entre las jerarquías, la ciencia, la política y la búsqueda de la verdad, el inquisidor se niega a ver a través del telescopio porque la Iglesia ha decretado que lo que Galileo afirma estar ahí no puede ser cierto. Ese fenómeno, el de querer ver sólo lo que uno quiere o espera ver, es ubicuo en la discusión actual sobre la situación económica.
Estamos viviendo un momento particularmente delicado. La situación económica mundial nos comienza a afectar de manera directa y ya no es posible ignorar sus posibles consecuencias. El problema es que lo que se discute es, como en el caso del telescopio de Galileo, sólo lo que se espera ver. Para unos el problema es meramente pasajero; para otros, se vale todo mientras no se toquen nuestros sacrosantos mitos.
La discusión está fuera de foco. Unos quieren incrementar el gasto público de manera radical, como lo están comenzando a hacer otras naciones, en tanto que otros proponen “apretar” el gasto público para evitar que nos gane la inflación. Para el ciudadano promedio, para no hablar de nuestros legisladores, resulta difícil discernir entre estas posturas. Para los políticos es mucho más atractivo gastar más. Sin embargo, lo riesgoso de este momento sería embaucarnos en un camino sin que se entiendan las posibles consecuencias.
La realidad es que nuestra situación es por demás precaria y no por un mal manejo del gobierno actual, sino porque la economía mundial experimenta una crisis de enormes proporciones. La pregunta es si hay algo que nosotros podamos hacer para atajar la crisis.
En una hábil maniobra financiera, las autoridades hacendarias garantizaron que una importante porción de nuestras exportaciones petroleras mantuviera un precio relativamente elevado, de 70 dólares por barril, independientemente de que la cotización actual lo sitúe en 40. Lo que lograron es comprar un periodo de tranquilidad para las finanzas públicas de aquí a fin de año. Sin embargo, de mantenerse bajos los precios del crudo, en el 2010 el ingreso gubernamental se vería severamente afectado y, con ello, su capacidad de gasto.
Al mismo tiempo, el legislativo estadounidense ha estado contemplando incorporar en el paquete de estímulo económico una cláusula proteccionista que podría afectar a nuestros exportadores, sobre todo de acero, que ya de por sí están muy golpeados por la contracción de la demanda. Aunque la ley que finalmente se aprobó esta semana nulifica los peores efectos de esa cláusula, el hecho debería alertarnos sobre los riesgos que enfrenta nuestra industria exportadora en estos tiempos. Es evidente que el TLC ya no es suficiente como mecanismo para garantizar el acceso a nuestros mercados de exportación.
Además, todo esto ocurre en un momento peculiar para nosotros porque, si bien el país ha logrado mantener la estabilidad financiera, la verdad es que la economía no ha crecido al máximo de su potencial desde el fin de los sesenta. Es decir, además de la dependencia respecto al ingreso petrolero que caracteriza a las finanzas gubernamentales, enfrentamos riesgos en nuestros mercados de exportación y toda una serie de impedimentos estructurales que tienen postrada a la actividad económica. En este momento de crisis, todas esas fallas se conjugan para crear un entorno por demás delicado que tiene que ser atendido con celeridad.
Independientemente de si lo que pudiera requerir la economía fuera un estímulo muy fuerte por el lado de la demanda (es decir, elevar el gasto para compensar la caída del consumo de la población y la inversión del sector privado), a estas alturas debería ser evidente que nosotros no tenemos los márgenes de libertad de que gozan las economías más grandes con monedas de reserva. Como ilustra la evolución del dólar en los últimos meses, esas economías pueden padecer una pésima administración financiera (gasto deficitario, política monetaria laxa, los dos causantes principales de la crisis) y, sin embargo, mantener un tipo de cambio estable. Ese no es nuestro caso: aún teniendo una sólida administración financiera, el tipo de cambio ha experimentado una volatilidad permanente a lo largo de estos meses. De incrementar el gasto, el fenómeno se agudizaría sin remedio.
La única manera de evitar una situación desesperada sería comenzando a atacar los problemas de fondo que padece nuestra economía. En cada uno de los tres rubros planteados, es evidente qué es lo que tenemos que hacer. En el plano fiscal, la única salida es fortalecer las finanzas públicas por medio de una reforma fiscal. Aquí también, los velos ideológicos son muchos y muy poderosos, pero la única opción viable, por vapuleada que haya sido, es un IVA uniforme y sin excepciones. Se puede compensar a los perdedores, pero esa es la única salida que funciona. En el plano de las exportaciones, lo urgente es procurar un nuevo nivel de integración económica a fin de que se garanticen nuestros intereses en las negociaciones y legislaciones que vengan en EUA en los próximos meses, que prometen ser muchas. A diferencia de Canadá, que reaccionó de inmediato frente a la posibilidad de que se afectaran sus exportaciones, nosotros estamos dormidos en nuestros laureles. El TLC es una pieza clave de la arquitectura económica del país, pero requiere ser complementado con medidas audaces adicionales.
Finalmente, pero no menos complejo en términos políticos, la economía del país requiere reformas profundas en todos aquellos sectores susceptibles de convertirse en motores del crecimiento económico. En lugar de lastres, como actualmente son Pemex, la industria eléctrica y las comunicaciones, el país requiere acciones inmediatas y decididas que permitan que fluya la inversión a fin de convertir a estos sectores en pilares, de hecho, motores del desarrollo. En la misma línea, hay mitos relacionados con los contratos y el amparo que igual ameritan una revisión a la luz de la situación que sin duda comenzaremos a enfrentar en el futuro mediato. Urgen acciones creativas que traigan la inversión y nos ayuden a librar el vendaval. El punto es encontrar cómo atraer inversión y hacerla permanente y eso requiere una manera distinta de funcionar.
El tema de fondo es que, sin reformas profundas, la única variable de ajuste sería el tipo de cambio. Seguir interviniendo para apreciar al peso nos va a costar las reservas y no va a impedir que siga la presión. Sin reformas de verdad, la volatilidad del tipo de cambio no puede más que aumentar. Y, en ese caso, acabaríamos justamente en la recesión que todos dicen querer evitar.
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