Nada más contrastante que Singapur e India: el orden y el desorden, el gobierno y su ausencia, la planeación y el caos. Dos mundos radicalmente distintos que, sin embargo, tienen más en común con nosotros de lo que parecería a primera vista. Luego de una semana de participar en un grupo de estudio en estos dos países, me parece que hay grandes lecciones para nosotros, sobre todo una de enormes consecuencias: el desarrollo puede ser planeado milimétricamente como en Singapur o China, pero también puede ser producto de unas cuantas decisiones bien hechas que, poco a poco, crean un caldo de cultivo para el cambio que luego se torna imparable y al cual toda la población se suma de manera convencida y entusiasta.
Mi primer aprendizaje fue la escala y profundidad de la integración que experimenta la región. Si no fuera por el hecho de que hay un enorme mar de por medio, los procesos productivos parecen indistinguibles de lo que ocurre en Norteamérica: componentes producidos en Japón se suman a otros que vienen de Taiwán y Singapur para luego integrarse en Vietnam y Bangladesh para un producto ensamblado en China. Aunque hay muchas actividades y sectores económicos que funcionan independientemente del resto, los números revelan una historia de creciente integración industrial que muestra una gran economía regional cada vez más productiva, elevando los niveles de ingreso de todos los países.
No es casualidad que los ataques de Trump a China tengan a todos al borde de la histeria. El miedo es perceptible porque un cambio de patrones comerciales afectaría desproporcionadamente a Japón, Taiwán, Corea, Singapur y Vietnam, todos ellos aliados cercanos de EUA. La expresión de un japonés en el grupo lo dijo todo: es paradójico que el país históricamente dedicado a construir y mantener la estabilidad en la región sea ahora el mayor factor de inestabilidad en el mundo. Los mexicanos podríamos simpatizar con ese sentimiento.
Pero lo más interesante de mis aprendizajes de esa semana proviene de India. Si bien los contrastes de riqueza y pobreza siguen siendo tan brutales como siempre, lo que es perceptible y ubicuo es el entorno social de expectativa y esperanza que contrasta radicalmente con México. En una de las escuelas de ingeniería que se han tornado clave tanto en explicar la tasa de crecimiento sostenida de 7.5% que han logrado, como en la movilidad social, el 90% de los estudiantes proviene de familias que se encuentran en los primeros dos deciles de la población, es decir, de los más pobres. De esas escuelas egresa un millón de ingenieros por año.
India, nación sumamente democrática y pobre a la vez, es quizá la más compleja del mundo. La diversidad de etnias, religiones, regiones y recursos es impactante. Cada estado tiene su propio régimen fiscal y hay aduanas en cada carretera en el cruce entre dos entidades, paralizando el comercio interno. En contraste con China, donde el control vertical es implacable y ha permitido la implementación de reformas y la planeación del desarrollo económico desde arriba, India es exactamente lo opuesto: país complejo, diverso, disperso y casi ingobernable. Al mismo tiempo, aunque cualquier reforma suele llevar años para ser aprobada, una vez que eso ocurre, su implementación es mucho menos compleja porque sus componentes ya fueron negociados y procesados. Por ejemplo, este año entrará en operación un IVA general que hará obsoletas las aduanas internas. Esta reforma llevó más de 15 años de negociaciones…
Si bien la complejidad de la India es infinitamente mayor a la de México, hay muchas lecciones que son aplicables. Para comenzar, India no ha experimentado “grandes” reformas que se aprueban en lo obscurito. Más bien, aunque ha habido importantes reformas, los cambios más trascendentes fueron producto de acciones dispersas que, en conjunto, han desatado el crecimiento. Muchos argumentan que las reformas recientes del primer ministro Modi fueron posibles porque todo lo demás estaba ocurriendo y que su genialidad ha consistido en convertirse en un líder clave en un momento fundamental. Su dedicación a resolver problemas (como el fiscal) ha permitido destrabar procesos que ya estaban avanzando. Es decir, ha sido un liderazgo muy efectivo no porque sea iluminado o venga de las alturas sino porque ha ido resolviendo entuertos ancestrales.
Las escuelas de ingeniería y ciencias, algunas gubernamentales, muchas privadas, no son centros de excelencia académica, sino fábricas de talento y habilidades técnicas sobre las que se ha construido una impresionante economía de servicios. Aunque el número de beneficiarios del crecimiento es todavía pequeño en términos relativos, la clase media se estima en casi trescientos millones de personas, enorme número que sigue siendo pequeño en una nación de 1300 millones de almas. Lo que es patente en muchos indicadores, sobre todo en el número de solicitantes de admisión a estos tecnológicos, es el ánimo de transformación y el contagioso optimismo que destilan los egresados y que recientemente mostró grandes beneficios electorales. En esto el contraste con México es impactante.
Mi mayor aprendizaje: son las pequeñas cosas las que hacen una enorme diferencia.
@lrubiof
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