La historia de México es una herida que no cicatriza. Cuando un extranjero posa su mirada sobre la llaga abierta de nuestro pasado, la epidermis nacional se vuelve a rasgar. Mel Gibson, un australiano afincado en Hollywood, cometió la osadía de hacer una película sobre la cultura maya. La cinta Apocalypto presenta a nuestros antepasados como una sociedad esclavista y sangrienta. Los mayas de Mad Max presencian los sacrificios humanos con el mismo entusiasmo con que los mexicanos de hoy vemos por la tele Bailando por un sueño. El Adal Ramones de los mayas, en lugar de contar chistes para entretener al público, les arrancaba el corazón a sus invitados al escenario.
En la primaria, todo niño con capacidad de memorización aprende que los antiguos yucatecos utilizaron el número cero mucho antes que en Europa. Los libros de texto nos recuerdan que los mayas eran magníficos arquitectos, astrónomos e inventores de uno de los primeros sistemas de escritura fonética. La historia oficial menciona con cierto disimulo los aspectos menos políticamente correctos de nuestros ancestros. El hecho de que tenían como entretenimiento masivo el descuartizar semejantes, no es uno de los temas más exaltados por la iconografía nacional.
Los personajes de Mel Gibson se parecen más a los mayas de los murales de Bonampak, que a los que aparecen en los libros de la SEP. En una escena del Edificio de las Pinturas de esta zona arqueológica, se muestran escenas donde prisioneros capturados en una batalla serán materia prima de los sacrificios humanos. Esa es la premisa del guión de Apocalypto, una violenta película de aventuras en el contexto de una sociedad de salvajes. La mala noticia es que esta interpretación histórica tiene alguna dosis de realidad.
La revista Arqueología Mexicana tiene un número dedicado al sacrificio humano entre las culturas prehispánicas (septiembre-octubre, 2003). En esta publicación, David Stuart, antropólogo de Harvard, sostiene: “Los primeros investigadores se esforzaron en recalcar la diferencia entre los ‘pacíficos mayas’ y las ‘brutales’ civilizaciones del centro de México… (pero) con el paso del tiempo hemos encontrado más y mayores paralelos entre la religión azteca y la maya”.
Vistos desde el balcón del siglo XXI, nuestros antepasados eran unos salvajes. Sublimes arquitectos y sofisticados astrónomos que veían con buenos ojos la esclavitud, la tortura y el asesinato. Los españoles que llegaron a colonizar, impusieron su fe y su cultura por la vía del homicidio masivo. El mito fundacional de la patria perdería su halo épico, si asumimos que la nación mexicana es producto del encuentro entre una sociedad brutal y un ejército genocida.
Cuando fui a ver Apocalypto, en el cine proyectaron los cortos de una película de vikingos contra apaches. El film está basado en la premisa de que los vikingos llegaron a nuestro continente mucho tiempo antes que Cristóbal Colón. Los invasores nórdicos son unas bestias que siembran el terror y la crueldad entre las comunidades de indios norteamericanos. Me pregunto si los ciudadanos de Dinamarca y Noruega se sentirán ofendidos por la forma tan inhumana y bestial como Hollywood retrata a sus antepasados.
Los australianos tienen una forma muy singular de interpretar su historia nacional: se la toman a broma. En 1770, la corona británica decretó que Australia sería una colonia carcelaria habitada por criminales. Los equivalentes australianos de Miguel Hidalgo y Morelos eran asesinos, piratas y fauna de semejante ralea. Como los padres fundadores de la patria eran una pandilla de delincuentes, los compatriotas de Mel Gibson decidieron interpretar el pasado histórico bajo la luz de la ironía.
En el psicoanálisis como en la sociología, las verdades incómodas que se ocultan en el subconsciente son fuente de traumas y complejos. Las vestiduras desgarradas con motivo de Apocalypto hablan más de nuestras propias inseguridades, que de la calidad de la película. Una nación segura de sí misma debe asumir con serenidad que todo pasado histórico tiene motivos para el orgullo y la vergüenza.
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