Ni cómo entendernos

Presidencia

Desde que la opinión de los mexicanos se conoce a través de encuestas y estudios de opinión, más difícil resulta entenderla. Cómo explicar, si no, que en la más reciente encuesta mundial de valores los mexicanos nos ubiquemos francamente a la derecha en algunos temas sensibles en materia económica a la vez que una mayoría declarada de nosotros se inclina electoralmente por el candidato de izquierda a la presidencia de la república. O cómo dar coherencia a algunas de las respuestas vertidas en la encuesta CIDAC Zogby sobre percepciones entre México y Estados Unidos dada a conocer hace unos días, en las que, por un lado, una abrumadora mayoría de mexicanos afirma que Estados Unidos es un país rico porque explota a los demás países pero, acto seguido, casi la mitad declara sin rubor que la vida propia mejoraría con tal sólo cruzar la frontera aunque sea de manera ilegal. Ejemplos como estos sobran. Lo que no resulta fácil es entender quién perdió la brújula: si el analista que de plano no entiende la realidad o el sujeto de estudio que de plano está confundido. Cargando con una retórica septuagenaria y luego con promesas de transformación incumplidas, simplemente el mexicano perdió perspectiva. Lo cierto es que nuestras opiniones y actitudes políticas se están convirtiendo en un acertijo difícil de desentrañar.

Por muchos años, los mexicanos nos mostramos decididos a dar la batalla por la democracia. Luego de décadas de abuso, de gobiernos sin contrapeso que causaron daños inconmensurables al desarrollo del país, finalmente pusimos un alto y optamos por la alternancia. Un partido distinto al tradicional llegó a la presidencia pero acotado por un legislativo en el que privó la pluralidad y no una mayoría. Fueron años de avances pausados, difíciles, en los que cada concesión por parte del partido gobernante respondió a una presión social real y patente. En la antesala de una nueva elección en la que nuestras instituciones democráticas se pondrán a prueba, paradójicamente no es un demócrata quien encabeza las preferencias electorales, tampoco es una agenda de consolidación democrática la que anima al elector en esta temporada electoral. Parece que la frustración por promesas incumplidas, por el ingreso que no llega o la oportunidad que no se presenta está menguando el clamor democrático, el clamor por el cambio que hace tan sólo seis años hizo posible derrotar al PRI y su salida de Los Pinos.

Como pintan las cosas, el eje de la próxima elección ya no será el tema democrático. De hecho, hay un eje dominante definido: el modelo económico. Todo parece indicar que la contienda se encamina en ese sentido. Encuentran eco entre el elector los planteamientos que llaman a abandonar la ortodoxia tecnocrática, a invertir fuerte en infraestructura y a dotar de nuevo al Estado de un estatus predominante en la conducción de los asuntos económicos y en la búsqueda de la justicia social. Lo que el elector quizá no conecte es que la restauración de ese Estado al que parece añorar pasa por la restauración de aquel otro al que con ahínco quiso combatir por sus excesos de poder. Son varias décadas atrás pero no es difícil recordar cómo las burocracias administraban favores, controlaban y decidían a discreción. Ciertamente mucho de ese pasado sigue presente y esa es la causa del enorme desencanto con el modelo económico y la democracia. Pero también sería necio negar lo mucho que se desmanteló de ese aparato burocrático depredador con las reformas económicas de los años ochenta y noventa. También sería necio negar lo mucho que las reformas económicas (“el modelo económico vigente”), contribuyeron al cambio democrático. Esta íntima relación entre la economía y la política pasa con frecuencia desapercibida.

Con justa razón los mexicanos demandan cambios. Hace seis años demandaron un cambio de régimen; en la justa electoral que se avecina, las encuestas parecen indicar que la prioridad se ha movido a otro terreno, el económico. Una mayoría de mexicanos se inclina hoy por el cambio de modelo. Vaya paradoja: hace casi seis años celebramos la derrota del PRI y todo lo que éste significaba, hoy podríamos darle la victoria a quien podría reconstruir todo aquellos que en muchos años se desmanteló. ¿De qué tamaño fue la frustración de la gente en este lapso de tiempo como para generar tal confusión?

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