¡No se hagan bolas!

Administración Federal

Es la productividad. Desde principios de los noventa, el economista Paul Krugman ha enfatizado que, en el largo plazo, el incremento en la productividad de un país es el único camino a un mayor nivel de vida para su población. Hoy el gobierno federal de México le ha pegado al clavo al poner a la variable “productividad” como eje rector del desarrollo económico.

Para los estados y municipios, incrementar la productividad requiere encontrar ventajas comparativas y reducir los costos de abrir, administrar y cerrar una empresa; para las personas, se trata de adquirir las habilidades que el mercado laboral requiere y valora; y para las empresas, el juego se llama competir.

Cuando se habla de productividad, las variables involucradas pueden ser infinitas: desde la informalidad, la regularización de la tierra, la política de seguridad social, hasta la tecnología, la innovación, la falta de crédito y el sistema educativo. Esta es la razón por la que se requiere de un programa transversal como el que está llevando a cabo el Gobierno Federal a través del Programa Especial para Democratizar la Productividad.

Pero, como en todos los esfuerzos que involucran a muchos actores, y donde se confunden batallas difíciles con batallas fáciles, el riesgo es que se avance lento, que nos enfrentemos a más resistencias de las previstas, que se pierda el momentum y que los resultados sean difíciles de percibir, a corto plazo, para la población.

Ante este dilema me surge la pregunta de qué pasaría si, en paralelo al plan, se emprendieran una serie de acciones cruciales para la productividad que, aunque pequeñas en impacto, empezaran a generar círculos virtuosos de inmediato. A continuación esbozo algunas de ellas.

Hoy sabemos que algunas industrias enfrentan una carga impositiva excesiva. Preguntémonos cuáles son aquellas cinco industrias que, si tan sólo tuvieran una carga impositiva diferente, harían una mucho mayor contribución, directa e indirecta, a la economía nacional. La industria del vino mexicano, que paga un 25% de IEPS, podría ser un candidato interesante.

En otra área, todos sabemos que las telecomunicaciones tienen serios problemas en el país. Y si bien este gobierno ha llevado a cabo cambios importantes en las reglas del juego, habrá que ver en el corto plazo cómo esto se traduce en beneficios para el usuario. De nada sirve que cambien las reglas del juego si las llamadas se siguen cortando en pleno Periférico de la Ciudad de México y el Internet (especialmente por teléfono) es lento y caro.

Se sabe que las personas de menores ingresos pagan un sobreprecio por algunos productos. La razón es la falta de competencia, los pequeños volúmenes que compran y las zonas en las que se encuentran. Pero, ¿qué pasaría si se alentara una mayor competencia y se redujeran los precios en algunos sectores clave, como el de las tortillerías?

También sabemos que alrededor del 20% de la población genera menos del 5% del PIB. ¿Qué pasaría si en el ámbito rural se transita a cultivos donde sí tenemos una ventaja frente a nuestros socios comerciales, o si tan sólo los programas sociales y productivos se pudieran redirigir a ayudas temporales que sí cumplan con los objetivos deseados?

Por último, una lógica similar se puede utilizar en el tema de seguridad. ¿Qué pasaría si se les pudiera garantizar a los extranjeros que vinieran a hacer negocios a México que, por lo menos en determinados lugares, estarán seguros?

La mala noticia es que la productividad en México, en cualquiera de sus múltiples mediciones, no ha crecido en los últimos 20 años. Pero la buena es que casi cualquier avance en la dirección correcta nos hará sensiblemente más productivos. Hoy en México hemos puesto sobre la mesa el tema más importante. Lo que sigue es enfocarnos y encontrar los mecanismos para transformar al país, adelantando que a muchos no les va a gustar.

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