Trump ya es presidente de Estados Unidos y ahora sigue la realidad. Aunque su discurso inaugural incluyó elementos claros de lo que espera hacer, en este momento todo queda en el plano de las expectativas y posibilidades. Como escribió Spinoza en el siglo XVII, “en la vida práctica estamos obligados a seguir lo que es más probable; en el pensamiento especulativo estamos obligados a seguir la verdad.” ¿Cuál será la verdad?
He observado a Trump desde que emergió como el candidato republicano a la presidencia y, tratando de ser objetivo, he analizado sus planteamientos, su contexto y el abanico de posibilidades para determinar qué parte cree y cuál es meramente retórica pero, sobre todo, qué es posible en el mundo real en lo que a México atañe. Mi impresión, en una línea, es que, aunque dado a frases lapidarias e incendiarias en su discurso -y tweets- cotidianos, el nuevo presidente es (como uno esperaría de un empresario) hiper pragmático, con pocas creencias o convicciones fijas (como, por ejemplo, si las tiene Obama o las tuvo Reagan, con quien con frecuencia se le compara) y que, en consecuencia, se moverá por ensayo y error. Es posible que, por esa razón, cometa errores grandes de inicio que luego irá corrigiendo. De ser acertado esto, la clave (o el factor suerte) radicará en no estar en la línea de fuego mientras cometa esos grandes errores…
Yendo de lo general a lo específico, el planteamiento es uno de repliegue, retrenchment en inglés, que implica reorganización, racionalización y replanteamiento. Aunque con una retórica muy distinta, esto no constituye un rompimiento con Obama sino, más bien, su continuación por otros medios. En términos de política exterior, Obama comenzó el proceso de repliegue militar en Medio Oriente y, en el plano migratorio, habrá deportado a casi tres millones de personas en su administración. Trump seguramente hará mucho más ruido sobre estos asuntos, pero la substancia probablemente será más similar que distinta. El único tema en que Trump y Obama difieren radicalmente es en materia comercial: para Obama el comercio es parte de la solución en tanto que para Trump es parte del problema.
El planteamiento medular de Trump radica en la reconstrucción (o recreación) de la fortaleza económica estadounidense. Para él, la actual debilidad de su país se deriva de los excesos de su política exterior en las últimas décadas, sobre todo en el plano militar, así como el movimiento de plantas manufactureras a otros países y el crecimiento de las importaciones. Todo esto se ha traducido en la pérdida de empleos manufactureros y el empobrecimiento de la clase media estadounidense. Aunque cada uno de estos planteamientos pudiera ser desarmado con argumentos analíticos, como de hecho ocurrió, suficientes votantes lo aceptaron, confiriéndole el triunfo electoral.
En este contexto, es obvio lo que Trump haría si Estados Unidos pudiese abstraerse del mundo. Sin embargo, lo que propone el nuevo presidente es mucho más difícil de hacer cuando se trata de la superpotencia mundial la que, como le ocurrió a Roma o a Inglaterra en su tiempo, se beneficia del orden mundial y del statu quo. En el ámbito del comercio, Trump pretende reorganizar los arreglos y acuerdos comerciales existentes para beneficiar a los productores y trabajadores estadounidenses; esto suena bien en la retórica electoral pero es muy difícil de lograr en un mundo en el que la capacidad de producir -y, por lo tanto, de consumir- depende de cadenas de provisión cada vez más estructuradas y competitivas. Por ejemplo, ya prácticamente no existe un solo automóvil fabricado en Norteamérica que no incorpore partes, componentes y procesos productivos originados en los tres países: romper eso implicaría elevar el costo de los coches y reducir la competitividad de esas empresas frente a sus rivales asiáticos y europeos.
Mi impresión es que Trump va a enfatizar el desmantelamiento de regulaciones y elementos que hacen costoso el funcionamiento de las empresas, incluyendo importantes cambios en materia fiscal, además de lanzar un agresivo programa en materia de infraestructura (cuyo financiamiento será un tema complejo en sí mismo), pero es en ese ámbito donde su impacto será mayor. En el camino, le habrá cedido los asuntos político-sociales a su vicepresidente, lo que apaciguará al ala conservadora de su partido.
¿Cómo nos afectará esto? Yo veo dos escenarios: uno es que concluya la era de la relación de amistad funcional que se inauguró en 1988 y que permitió que las dos naciones se vieran mutuamente como inextricablemente enlazadas y donde ambas comparten problemas y oportunidades y no se juzgan sino más bien cooperan. Ese es el riesgo que entraña el extremismo que Trump exhibió en su campaña. El otro escenario es que se acabe reconociendo lo que en su momento entendieron Salinas y Bush papá: que no existe alternativa más que la cercanía y que la apuesta debe ser a mejorar la relación y la vecindad en lugar de perseverar en la enemistad histórica que hasta entonces prevalecía. En este escenario las negociaciones que lleguen a tener lugar acabarían afianzando la alianza. La pregunta, no ociosa, es si nuestro gobierno sabrá conducirse en el nuevo contexto para lograrlo.
@lrubiof
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