Los mexicanos apenas estamos comenzando a vislumbrar las consecuencias de ser uno de los países líderes en obesidad. Estamos entre los primeros en consumo de refrescos, mientras que una parte importante de la población, incluyendo niños, basa su dieta en productos con bajo nivel nutricional.
No hay recetas sobre cómo solucionar este problema. Hace apenas unos siglos tener sobrepeso era símbolo de status y progreso. Todavía hace cincuenta años, la desnutrición era un problema, pero no así la obesidad. Hoy es todo lo contrario.
Fue a la luz de este problema público que la Cámara de Diputados aprobó una reforma que obliga a las autoridades sanitarias y educativas a promover más el ejercicio entre los niños así como una dieta “baja en grasas y azúcares”. Sin embargo, la forma en que se ha afrontando el problema hasta ahora es superficial. No veremos progreso real hasta no tomar en cuenta todas las variables y las perspectivas de lo que pueden hacer los consumidores, las empresas y el gobierno para enfrentar la obesidad. A continuación menciono sólo algunos de los puntos que deben ser considerados si no queremos acabar con una población pobre, obesa y envejecida.
1. La labor del gobierno requiere de un alto nivel de sofisticación. Se necesita, por ejemplo, de una perspectiva de género para entender qué papel juega en este problema el ingreso de las mujeres al mercado laboral. Se requiere, asimismo, de un profundo entendimiento de los patrones de consumo antes de poner un impuesto o implantar una política que repercuta en el precio y que, como consecuencia, perjudique a los estratos socioeconómicos más bajos. Y se requiere también entender qué implican factores como la ausencia de agua potable en una comunidad para la alimentación de los mexicanos.
2. ¿Quién paga qué? Bajo el supuesto de que existen (y funcionan) políticas públicas que evitan que la pobreza sea sinónimo de desnutrición (a través de programas como los desayunos escolares), es fundamental que los costos asociados a los problemas de sobrepeso los paguen las personas que los padecen. Esto es cierto tanto para el ámbito público como para el privado. Por ejemplo, ¿queremos gastar recursos públicos en atender enfermedades derivadas del sobrepeso en lugar de invertirlos en otros rubros como educación, seguridad, campañas de vacunación o en curar otras enfermedades? Y, desde la perspectiva de las empresas, ¿debería la prima de un seguro de gastos médicos ser mayor para personas con problemas de sobrepeso? ¿o deben todos los consumidores pagar un precio más alto?
3. Las empresas se adaptarán a las reglas que se establezcan. En México tenemos una relación ambivalente con las grandes empresas. Por una parte, los grandes corporativos son fundamentales en la vida diaria de todos los mexicanos; por otra, nos gusta pensar en ellos como los causantes de todos nuestros males. Gobierno y sociedad debe ponerle reglas claras a las empresas en términos de información puesta a disposición de los consumidores y de estándares mínimos de nutrición en sus productos. Ninguna de estas reglas es nueva para las empresas multinacionales: algunas incluso se han adelantado a las regulaciones gubernamentales. PepsiCo, por ejemplo, dejará de vender en 2012 su línea de refrescos con azúcar en escuelas primarias y secundarias.
4. Se requiere que las empresas y el gobierno sumen fuerzas. Porque hay lugares donde, nos guste o no, la tiendita con Gansitos y Cocas es la única abastecida de forma consistente, es fundamental preguntarnos cómo pueden el gobierno y el sector privado trabajar de forma conjunta. Asimismo, el gobierno debe preguntarse qué puede aprender de las grandes empresas. Por ejemplo, cuando el huracán Katrina pegó en Nueva Orleans, uno de los grandes casos de ayuda eficiente lo protagonizó Wal-mart, echando mano de su extraordinaria capacidad logística. En este contexto, ¿qué prácticas puede asimilar el gobierno con base en los patrones de consumo y en la estrecha relación de los mexicanos con empresas como Bimbo, Modelo, PepsiCo, Coca-Cola, Compartamos, Elektra, etc.?
5. ¿Qué tipo de mercadotecnia queremos? Esta es una pregunta que está en el aire tanto para las campañas del gobierno como para la publicidad de las empresas. El año pasado, el gobierno de la Ciudad de Nueva York lanzó una campaña publicitaria cuyo objetivo era reducir el consumo de refrescos. La estrategia consistió en provocar miedo y repulsión, mostrando imágenes donde la grasa sustituye a la bebida y presentando, al final, una tabla con el número de cucharadas de azúcar “equivalentes” a cada tipo de bebida. Las preguntas son: ¿es necesario hacer una campaña que genere miedo en torno al consumo de refrescos, golosinas y demás (como sucedió en muchos países con el tabaco)? ¿O más bien queremos campañas que ayuden a hacer tangibles los beneficios de tener una dieta balanceada? Por otra parte, hay que decidir si regularemos el tipo de anuncios que las empresas pueden transmitir, y si sí, cómo.
6. Las empresas migrarán hacia las nuevas tendencias. Hace décadas alguien hubiera pensado que, si empresas como PepsiCo y Coca-Cola dejaran de vender refrescos, desaparecerían. Hoy, sin embargo, ha quedado claro que las empresas están dispuestas y preparadas para migrar a otros productos. La mejor apuesta de las empresas hoy no es tapar el sol con un dedo, sino innovar para que los cambios en la sociedad vengan acompañados de más y mejores productos. De igual modo, como sociedad debemos preguntarnos qué se requiere para volvernos una potencia mundial en nichos como el de los productos orgánicos, así como en la creación de empresas locales a las que “les vaya bien, haciendo el bien”.
Nadie puede oponerse a que los niños hagan más ejercicio o a que las tienditas en las escuelas también vendan leche, agua, verduras y frutas. Pero esto es sólo una fracción de lo que se requiere. O le entramos al tema desde todas sus perspectivas o estaremos simplemente practicando boxeo de sombra. Nosotros escogemos.
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