La crisis económica por la que atraviesa el mundo ha sacado a relucir un gran número de deficiencias estructurales e incompatibilidades en la forma en que se producen bienes y servicios, en las instituciones de regulación y en los sistemas de distribución del mundo. En cierta forma, la crisis se produjo por un choque entre estructuras creadas para un mundo integrado por estados nacionales y una economía que se ha globalizado pero que funciona sin anclas institucionales adecuadas. En el camino quedó muerto tanto el paradigma de la economía nacional como el de la globalización sin reglas. Vale la pena comenzar a explorar los paradigmas que podrían comenzar a emerger tras la crisis, pues sus efectos sobre nosotros serán cataclísmicos.
Lo primero que parece evidente es que la crisis forzará definiciones que hace tiempo son evidentes pero que solo un shock podía materializar. En términos mundiales, todo indica que la economía fundamentada en el modelo energético a partir del petróleo irá en rápido descenso. En los países que han liderado el tema del calentamiento global, esta crisis abrirá espacios para el desarrollo de fuentes de energía renovables que en el curso del tiempo desplazarán al petróleo. Una característica sobresaliente del paquete económico de Obama son los subsidios al desarrollo de fuentes alternativas de energía; los europeos y japoneses traen programas similares. Aunque eso no modificará al mercado petrolero en el corto plazo, a la larga transformará la forma de producir. Algo parecido ocurrió en 1973, cuando Japón respondió a la crisis petrolera con una revolución en los procesos de manufactura que hoy yace en el corazón de la globalización industrial. El cambio esta vez no será menor.
La industria automotriz, sobre todo la estadounidense, experimentará grandes convulsiones. A los nuevos modelos productivos, mucho más eficientes y confiables, se ha sumado la demanda por automóviles más baratos y de mayor calidad. El viejo corazón de la industria, Detroit, lleva décadas en decadencia y está sobreviviendo sólo gracias a subsidios y garantías emitidas por su gobierno, no por la calidad de sus productos o a la devoción de sus clientes. Sin duda, pasado el momento inicial, comenzará el reconocimiento de que el problema reside en el modelo productivo. Esa industria sufrirá una modificación de esencia.
Para nosotros, estos dos cambios entrañan riesgos y oportunidades. Más allá de la estructura propiamente productiva, nuestro “modelo financiero” se ha sustentado en el ingreso petrolero como fuente principal del financiamiento público. El erario es brutalmente dependiente respecto al ingreso petrolero, que además es el sustente de vastas regiones del país. ¿Que pasaría, deberíamos estarnos preguntando, si los cambios que probablemente experimente la industria energética mundial se traducen en precios permanentemente bajos para nuestro petróleo? De igual manera, ¿qué otros usos podríamos darle al petróleo en caso de que lo anterior suceda?
Algo similar deberíamos contemplar para el futuro de la industria automotriz. Se trata de la mayor fuente de empleo en el país y nuestra principal exportación; de ahí su trascendencia. También aquí deberíamos estar preguntándonos cómo podríamos diversificarnos y cómo podríamos beneficiarnos de la clausura de plantas en EUA pero, sobre todo, ¿cómo podríamos trascender el modelo maquilador que hoy caracteriza a esta industria? Es decir, ¿cómo podemos incorporar actividades mucho más rentables y atractivas, como diseño, ingeniería y logística en esta parte de la industria nacional a fin de elevar el valor que se agrega?
Todo indica que esta crisis comenzará a desplazar a industrias tradicionales como las mencionadas, a favor de nuevas tecnologías, servicios de alto valor agregado y los servicios financieros que nazcan de las ruinas de esa industria. Actividades como estas no nacen en un vacío: requieren una aglomeración de jugadores, servicios y toda clase de apoyos laterales que permitan su desarrollo. Esto implica una combinación de universidades, logística, laboratorios, y empresarios junto con servicios financieros, abogados y demás complementos que hagan posible el nacimiento de un espacio de competencia y a la vez de cooperación. Ahí está el valle del silicio, la región de Berlín y Toulouse y otros cuantos más.
Nosotros no contamos con aglomeraciones de esta naturaleza, pero hay algunos espacios que podrían servir de base para un desarrollo tecnológico. El gobierno del DF ha hablado de crear “clusters” científico-tecnológicos, pero lacras como la inseguridad pública y la baja calidad de nuestra educación son limitantes estructurales. Quizá debiéramos comenzar a pensar en términos de aglomeraciones de un nivel tecnológico ligeramente menor, en torno a industrias que, con un programa inteligente, podríamos hacer nuestras, como la automotriz. Ahí, se podría reunir la producción de automóviles y auto partes (que ya tenemos) como el desarrollo tecnológico y de ingeniería, servicios que hoy se llevan a cabo en otros países.
Sin pretender ser conocedor de los procesos industriales y científico- tecnológicos, parece evidente que esta crisis va a obligar a que se definan nítidamente las ventajas comparativas y las fuentes de riqueza, es decir, de valor agregado, en cada localización geográfica. El gobierno de EUA quizá no tenga alternativa política a la concesión temporal de subsidios a empresas como la automotriz, pero los inversionistas no van a meter ni un peso en una industria que no tiene futuro dada su estructura actual.
Las coyunturas abren oportunidades para quien las sabe aprovechar. Una posibilidad, que es la histórica, es la de quedarnos sentados a esperar a que los directivos de las automotrices decidan en qué medida nuestros costos le son atractivos. Esa “estrategia” lleva a una industria maquiladora que, aunque nada despreciable, agrega relativamente poco valor. La alternativa consistiría en anticiparnos y hacer nuestros los nuevos paradigmas: crear clusters que no sólo hagan atractiva la instalación de plantas por el costo de la mano de obra, sino por el valor que nuestra ingeniería, laboratorios y universidades podrían agregar. Un esquema de esta naturaleza lleva años en construirse, pero no va a emerger si no se comienza a articular.
Por encima de todo, esta crisis va a crear oportunidades productivas para empresas nuevas, particularmente medianas, pero todo en el país conspira en contra de que éstas prosperen. Muchas más empresas medianas abriría la oportunidad de un desarrollo más equitativo y meritocrático, otras dos carencias en nuestra historia.
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