Por fin, ¿nuevo o viejo PRI?

PVEM

Con gran diligencia, el PRI está abandonando lo único que le funcionó bien en los últimos años: el método de elección de candidatos. Con la vuelta al pasado, a las listas, al palomeo y a los candidatos de “unidad”, el partido corre el riesgo de volver a su anquilosamiento y, con ello, al fin del virtual monopolio del poder que ha ejercido por décadas. Desde una perspectiva ciudadana, el problema del PRI no reside en la manera en que elige a sus candidatos, sino en el hecho de que está abandonando hasta la pretensión de ser un partido representativo. La etiqueta de “nuevo PRI” le duró unos cuantos meses. La pregunta es si la restauración del viejo PRI va a venir acompañada de renovados intentos por imponer un carro completo, al precio que sea.

La noción del “nuevo” PRI se amparaba en la transformación del proceso de selección de sus candidatos. En lugar del dedazo, en Chihuahua el PRI inauguró el recurso a elecciones primarias como vehículo para nominar a un candidato que gozara de plena legitimidad y, a partir de ello, con una oportunidad real de recuperar la gubernatura. A la sazón, el PRI era oposición en Chihuahua, así que cualquier método que garantizara la recuperación de la gubernatura que ese partido había perdido seis años antes era bueno. La elección primaria en ese estado fue un éxito rotundo lo que no sólo le permitió al PRI lograr su objetivo inmediato, sino también contar con un modelo probado para el resto del país. Poco a poco, diversos estados fueron adoptando mecanismos de elección interna para la nominación de su candidato. Algunos lo hicieron con gran apertura y transparencia, en tanto que otros hicieron todo lo posible por disfrazar el tradicional dedazo con una elección primaria. Sea como fuere, el PRI logró inaugurar un mecanismo de legitimación que funcionó en un buen número de instancias; de hecho, en aquellos lugares en que hubo elección primaria al PRI le fue bien y viceversa, en prácticamente en todos los estados en la que se impuso un candidato el resultado fue malo e incluso desastroso.

El nuevo mecanismo de nominación, y el zenit del “nuevo” PRI, llegó con la elección del candidato a la presidencia de ese partido. Luego de años de padecer las críticas de los partidos de oposición por la imposición con que elegía candidato ese partido, súbitamente el PRI pareció renacer el siete de noviembre pasado. Su candidato fue nominado por medio de un proceso electoral que resultó contundente tanto por la mecánica que se siguió como por la copiosa participación que generó. En contraste, tanto el PAN como el PRD acabaron nominando a un solo candidato que emergió de un proceso sin mayor oposición o competencia. Todo sugería que el PRI había encontrado, una vez más, la fuente de la eterna juventud. La elección primaria se volvería el nuevo mantra del partido que lleva más décadas en el poder que ninguno otro en el mundo.

Pero tan pronto tuvieron candidato a la presidencia a los priístas se les olvidó la razón de sus éxitos recientes. Sólo uno de los candidatos priístas que contenderán en las elecciones para las gubernaturas este año (Morelos) ha sido electo mediante un mecanismo competitivo. Algo similar ha ocurrido con la preparación de las famosas listas de candidatos al congreso y al senado: se ha tratado del más vergonzoso ejemplo de abuso, imposición, negociación y ausencia total de transparencia. Súbitamente, el “nuevo “ PRI es indistinguible del viejo PRI. La pregunta es si esto hace alguna diferencia.

El problema es que lo que haga o deje de hacer el PRI en su vida interna tiene enormes repercusiones en la política nacional. A final de cuentas, ha sido la disputa política dentro del PRI la que ha sido responsable de las crisis recurrentes que el país ha vivido a partir de 1968 y en adelante. La cerrazón que llevó a la represión violenta del movimiento estudiantil en 1968 respondía esencialmente a la noción (muy priísta, por cierto) de que nadie tiene derecho a retar el poder o la legitimidad del gobierno postrevolucionario. Las crisis económicas de 1976 a 1994 fueron todas producto de un gasto gubernamental excesivo, muy superior a lo recaudado, orientado a apaciguar intereses diversos. El gasto se empleaba no para promover el desarrollo de la economía en el largo plazo o para acelerar el ritmo de su crecimiento, lo que hubiera implicado invertir en infraestructura o mejorar la calidad de la educación o la seguridad pública, por citar algunos ejemplos por demás evidentes, sino para satisfacer las demandas de grupos políticos específicos e intentar evitar con ello alteraciones al orden establecido. Por casi tres décadas, los sucesivos gobiernos trataron de evitar una crisis política utilizando mecanismos que generaron enormes desequilibrios y crisis económicas mismas que han entrañado, inevitablemente, enormes costos tanto políticos como de legitimidad. A nadie debería sorprender la profunda crisis de legitimidad que afecta al PRI.

El (aparente) fin del dedazo no ocurrió por casualidad. Desde el inicio del sexenio actual, el presidente Zedillo planteó la necesidad de modificar el mecanismo de elección del candidato. Cualquiera que hubiera sido su motivación en ese momento, el hecho de que el candidato a sucederlo surgiera de un mecanismo de elección abierta alteraba la esencia del sistema político postrevolucionario. El sistema político se afianzó en los años treinta con el intercambio implícito de lealtad al presidente y al sistema por parte de los miembros del partido (cuyo nombre entonces era Partido Nacional Revolucionario), a cambio de beneficios, en la forma de acceso a la corrupción y a puestos públicos. La lealtad era un valor extraordinario pues, en la práctica, le confería al presidente facultades esencialmente ilimitadas para hacer lo que le diera la gana a lo largo de su sexenio. El dedazo era el mecanismo de control último del sistema político, pues por medio de éste el presidente podía premiar o castigar a cualquiera de sus colaboradores. Dado el enorme poder implícito en el mecanismo, es lógico que nadie creyera que el presidente Zedillo abdicaría a esa facultad tradicional de la presidencia mexicana. Sin embargo, una vez que la nominación se dio por un mecanismo distinto al de la imposición cruda y primitiva, resulta patético observar como se retrocede y se retorna a los vicios del sistema de antaño. Los priístas de verdad parecen no entender el dilema en que se encuentran.

Dos cambios de profunda relevancia en el ámbito político tuvieron lugar en este sexenio. El primero fue el de conceder la plena autonomía al Instituto Federal Electoral y a su entidad hermana, el Tribunal Federal Electoral. Esta acción iba encaminada a cancelar una de las fuentes más agrias (y vergonzosas) de conflicto político, particularmente con los partidos de oposición. Aunque muchos de los priístas estiman que la independencia del IFE y del TRIFE constituye una concesión extraordinaria (y excesiva, dicen muchos de ellos), la mayor de las ironías es que el único partido que se puede beneficiar directamente de éstos es el propio PRI, toda vez que, de ganar el PAN o el PRD, nadie dudaría del resultado, mientras que si lo hace el PRI, por su historia y actitudes, la incredulidad sería mayúscula. El beneficiario de la modernización del IFE es el PRI, razón por la cual sería de elemental congruencia que este partido abandonara su política de poner la legitimidad de la institución en entredicho con tanta frecuencia.

El otro cambio de orden político que experimentó el país en este sexenio es el que tiene que ver con el proceso de nominación del candidato del PRI a la presidencia. Con el fin del dedazo, la naturaleza entera del proceso político dentro del PRI pasó a un plano distinto. La mecánica de esa elección primaria fue abierta, competitiva y razonablemente transparente, lo que hizo que los conflictos entre los priístas se dirimieran a través de un mecanismo institucional con igual acceso para todos. La adopción de un mecanismo de nominación de candidatos dentro del PRI que no pasaba por el presidente puso de cabeza todos los preceptos del sistema tradicional y abrió múltiples válvulas de escape que bien podrían reducir las tensiones y conflictos entre los priístas y, con ello, disminuir la ola de violencia que el mecanismo anterior estaba generando, como evidenció el año de 1994. De institucionalizarse en el futuro el nuevo mecanismo de nominación, el PRI podría llegar a fortalecerse y, como parecía indicar el resultado de la elección primaria para su candidato a la presidencia, cobrar nuevos bríos para enfrentar los desafíos electorales futuros. Lo que no es obvio es que los ganadores en la contienda interna estén dispuestos a avanzar esa institucionalización.

De hecho, la realidad actual del PRI es otra. Las nominaciones de candidatos al senado y al congreso están siguiendo la lógica arbitraria de antaño y los enojos y resentimientos crecen por doquier. Las batallas que se vislumbran en ese mismo plano en estados como Tabasco muestran que el PRI no sólo no ha aprendido de sus fracasos, sino que, paradójicamente, ni siquiera puede aprender de sus éxitos. La arbitrariedad con que se están manejando las nominaciones de candidatos en todos los niveles sugiere que el viejo PRI está mucho más cerca de la superficie de lo que cualquiera de sus detractores hubiera imaginado. Este hecho sin duda va a dar vuelo a todos los críticos del PRI que ya comienzan a anticipar un fraude electoral el próximo dos de julio. De una o de otra manera, el PRI no la tiene fácil: su creciente dependencia del “voto verde” no ayuda a su credibilidad, mientras que la disidencia interna, toda ella auto inflingida, va a fortalecer a su oposición. Las encuestas ciertamente le son favorables, pero no así su falta de legitimidad, ni mucho menos su renovada propensión a retornar al pasado.

En Chihuahua el PRI inventó las primarias porque no tenía nada que perder. Su riesgo era cero. A nivel nacional, sin embargo, como el PRI nunca ha perdido, la percepción de riesgo es minúscula, lo que da vuelo a su tradicional arbitrariedad. Irónicamente, ni los mismos príístas que demandaban el fin del dedazo parecen comprender la profundidad del cambio que ha tenido lugar. No hay duda que el PRI tuvo mejor brújula en meses pasados que en la actualidad.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.