Visito diversos lugares del país y escucho a ciudadanos de todo tipo, origen y actividad. Unos son empresarios, otros son taxistas, los más son personas modestas dedicadas a barrer calles o limpiar edificios, secretarias y funcionarios de todo nivel e institución. Lo impactante es que, más allá de las diferencias de lenguaje y forma de comunicarse, todas hacen la misma pregunta, comentario, petición, reclamo o grito de auxilio: cómo es posible que continúe el deterioro que experimenta el país. Peor, dicen algunos, el hoy presidente demostró una extraordinaria capacidad ejecutiva como gobernador y sin embargo, palabras más, palabras menos, el desempeño de su gobierno es patético.
La apuesta en este comienzo de año es claramente que la economía comience a revertir las tendencias del año pasado. Una vez concluida la parte medular de los procesos legislativos (y pasada la presión por “las” reformas) y superados algunos de los errores que acentuaron el colapso económico reciente, este año comienza de manera por demás promisoria. Tanto el volumen masivo de gasto que se aproxima como el desempeño de la economía estadounidense permiten anticipar que esos dos motores de crecimiento arrojarán resultados mucho mejores, al menos en términos estadísticos, de crecimiento económico. Dado el cambio en la composición del gasto (lo que los economistas denominan “fuentes de demanda”), no toda la población va a percibir una mejoría, pero los números ciertamente serán distintos.
Dígase lo que se diga, se trata de la misma apuesta de siempre: que nos salve una situación económica menos mala, así sea ésta inviable en el largo plazo. Esto último en buena medida porque depende de factores circunstanciales e insostenibles en el tiempo (como el masivo déficit fiscal) o fuera de nuestro control (como la demanda de automóviles o la construcción de casas en EUA).
Nuestro problema es que seguimos viviendo de apuestas en lugar de fundamentar el desarrollo de largo plazo en la construcción de un basamento sólido que conduzca a ello. Aunque nadie puede restarle mérito al éxito en aprobar importantes reformas, su relevancia se podrá observar cuando éstas se implementen y prueben su valía, algo no evidente en este momento. Para muestra un botón: aunque somos dados a la verborrea legislativa -y a la interminable producción de leyes que, más a allá de la retórica y los anuncios de radio, tienen muy poca probabilidad de cambiar la realidad cotidiana- las leyes del pasado solían ser relativamente breves. Hoy cada una de ellas parece un manual de instrucciones que incluyen todas las contingencias posibles e imaginadas por nuestros dilectos legisladores. Si uno pone nuestra constitución en una mesa junto a la de países desarrollados, la diferencia en volumen (sin contar contenido) se puede medir en kilos que no han creado, ni parecen susceptibles de crear, un país moderno.
¿Cuándo, me pregunto, tendremos un sistema fiscal sencillo que todo mundo pueda acceder sin ayuda de especialistas? ¿Cuándo tendremos leyes simples que establezcan un marco general que le permita al ciudadano desarrollar sus capacidades sin acotar su potencial creativo a cada vuelta? El TLC con Chile tiene apenas una veintena de páginas: ¿no deberían ser así todos? El que no lo sean refleja el reino de los burócratas y/o de los intereses particulares que se benefician de incorporar excepciones en cada instancia.
Tocqueville, el pensador francés del siglo XIX, lo decía desde entonces: el gobierno debe ser un medio, no un objetivo en sí mismo. Cuando el gobierno se arroga todas las facultades, funciones, obligaciones y derechos, resulta imposible pensar en que el ciudadano se comporte como un ente responsable. O, dicho de otra forma, no es que nuestra ciudadanía no sea demócrata (“una democracia sin demócratas”) sino que todos los incentivos que existen favorecen comportamientos anómalos. ¿Por qué habría alguien de apegarse a las reglas del juego si lo que trae beneficios es protestar, bloquear avenidas, disputar, manifestar, irse del Pacto, etc.? Es absolutamente racional para los actores políticos y para infinidad de ciudadanos actuar fuera de las reglas formales que solo se aplican cuando así le beneficia al gobierno o a cierto sector de la sociedad.
El discurso dice que se busca construir un país competitivo de alta productividad, pero no se repara en el hecho de que todo conspira para hacerlo imposible: el sistema político es disfuncional, el gobierno es incompetente, el sistema fiscal es brutalmente complejo, las regulaciones son muchas veces absurdas, el poder judicial es un hoyo negro y reina la arbitrariedad por doquier. La impunidad es la norma, no la excepción.
El mundo de hoy ya no es como el de antaño: hoy la información es ubicua y tanto los países como las sociedades pueden observar y comparar. En la medida en que todas las naciones buscan atraer a los mismos turistas, consumidores e inversionistas, la competencia real reside en crear condiciones que amplíen el mercado, hagan posible una rentabilidad atractiva y confieran certeza jurídica. Atraer inversionistas a la energía será un enorme reto.
Los inversionistas tienen recursos finitos y van a escoger aquellas locaciones que maximicen sus beneficios. Nuestro objetivo, si de verdad queremos trascender los pequeños logros económicos que se logren cosechar este año, debería ser así de simple: qué tenemos que hacer para garantizar mejores condiciones en estos ámbitos.
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