LA EXPERIENCIA DE NUESTRA ÉPOCA demuestra —escribió Maquiavelo— que los príncipes que han hecho grandes cosas no se han esforzado en cumplir sus promesas… cuando cumplirlas puede volverse en su contra. Aunque es temprano para afirmarlo con contundencia, todo indica que estamos en los albores de una era de extremo pragmatismo, donde la flexibilidad y la adaptabilidad reinarán. Lo relevante no serán los principios sino los logros. Eso que Peña Nieto llamó un “gobierno eficaz”.
La peculiar forma de transición política que caracteriza al sistema político mexicano se ha exacerbado por la conjunción de dos circunstancias un tanto absurdas. Por un lado, el inexplicable activismo de un gobierno saliente y, por el otro, el reclamo insistente al que todavía no asume el cargo, ni cuenta con los instrumentos para actuar, sobre asuntos de los que no es responsable.
Es posible que exista coordinación entre ambos equipos y que algunos hechos cuenten con la anuencia, en forma y sustancia, del presidente electo Peña Nieto. Sin embargo, nada de eso reduce la complejidad del momento, como han ilustrado ampliamente los vericuetos que ha cobrado la iniciativa en materia laboral.
Quizá lo más revelador de los avatares de esa iniciativa es la rapidez con la que el PRI se amoldó a la coyuntura. Luego de haber satisfecho a sus bases sindicales en el Congreso, se sumó a la oposición en el Senado para aprobar partes importantes de lo que había sido rechazado en la Cámara Baja. Hay muchas posibles explicaciones sobre estos cambios, pero la única hipótesis lógica en el contexto del retorno del PRI a la Presidencia es que Peña Nieto optó por adaptarse a las circunstancias y hacer suyo el momento. Es decir, los sindicatos son importantes perocambiar al país lo es más.
Las elecciones arrojaron un escenario complejo para la gobernabilidad pero ideal para hacer cambios significativos. Complejo porque el partido del Presidente no tendrá control de los procesos legislativos y porque, en todo caso, la diversidad del país y la dispersión política de su población entraña la necesidad de una sofisticada operación política.
Al mismo tiempo, de lograr el nuevo gobierno esa capacidad para articular coaliciones y alianzas —temporales o permanentes, da igual—, su capacidad para inducir cambios se elevaría de manera extraordinaria. Además, demostraría que el verdadero dilema del país no yace en más leyes o reformas, sino en la capacidad del gobierno para crear condiciones para su desarrollo. No es un asunto menor.
Las implicaciones de un giro hacia el pragmatismo serían inmensas. Primero que nada, dejarían de ser válidos muchos de los vectores que han caracterizado al funcionamiento del país. En segundo lugar, se estarían rompiendo mitos al por mayor. Finalmente, todo lo anterior podría hacer posible que se destraben muchos de los entuertos que han mantenido paralizado al país tanto en su dimensión política como en materia económica.
La primera alternancia de partidos en el poder en 2000 no implicó un cambio de régimen. Cambió el poder relativo de la Presidencia (y el concomitante crecimiento de los gobernadores), pero no cambiaron las estructuras políticas fundamentales: los sindicatos, los medios, los partidos y algunos grupos de presión no sólo se atrincheraron, sino que lograron aumentar sus fuentes de poder. Los enclaves autoritarios siguen vivos y activos.
Además, la persistencia de la cultura priísta de antaño y los valores liberales y corruptos que entraña, han hecho posible el crecimiento de fenómenos como el de Andrés Manuel López Obrador y otros movimientos que han tenido el efecto de paralizar al país. Si mi hipótesis respecto al cambio de postura del PRI en el Senado es correcta, podríamos estar atestiguando el principio del fin de la vieja era priísta.
En unos años, todos los vectores políticos podrían ser otros y el cálculo de los actores y observadores tendría que cambiar potencialmente de manera radical.
El viejo sistema se ha mantenido vivo gracias a las estructuras reales de poder, pero también debido a los mitos que les confieren legitimidad. En el momento en que los mitos comiencen a ser desenmascarados, esas estructuras de poder comenzarían a desvencijarse y el país estaría entrando a una nueva era de posibilidades.
La política ya no tendría que limitarse al “arte de lo posible”, sino que daría cauce a una era caracterizada por el “hacer posible lo necesario”. Por supuesto, lo anterior implicaría que se habrían creado condiciones para hacer posible el desarrollo, no que las decisiones que se tomen acaben siendo las correctas para lograrlo. Parece lo mismo pero no es igual.
La reproducción total de este contenido no está permitida sin autorización previa de CIDAC. Para su reproducción parcial se requiere agregar el link a la publicación en cidac.org. Todas las imágenes, gráficos y videos pueden retomarse con el crédito correspondiente, sin modificaciones y con un link a la publicación original en cidac.org